2017-09-15

El perdón liberador

24º Domingo Ordinario - A

Eclesiástico 27, 33-28, 9.
Salmo 102.
Romanos 14, 7-9.
Mateo 18, 21-35.

Esta semana Jesús toca un tema muy sensible: el perdón. ¿Cuántas veces hemos oído decir: “Yo perdono, ¡pero no olvido!”? ¿Cuántas veces lo hemos dicho nosotros mismos? En el fondo, cuando decimos que no olvidamos queremos decir que no perdonamos del todo. Guardamos la deuda pendiente, bien anotada y grabada en nuestro memorial de agravios.

Todos sufrimos experiencias de injusticia y ofensa. Todos sabemos de alguien que, en algún momento de nuestra vida, nos ha hecho daño, adrede o quizás no. Y casi todos tenemos algún rencor, más o menos secreto, que nos va corroyendo por dentro. Al cabo de los años, si no logramos perdonar a esa persona, el resentimiento nos envenena el alma y nos amarga. Puede incluso dificultar nuestras relaciones y ser un obstáculo para nuestro crecimiento. El no perdonar ya no hace daño al otro, pero sí a nosotros. La otra persona quizás ya ha olvidado… Pero nosotros no, y esto nos merma y nos esclaviza.

Jesús, muy sabiamente, explica la historia del señor y su siervo deudor para que comprendamos qué insensatos somos cuando no perdonamos. ¡Dios nos perdona tantísimo! Y, además, olvida. No lleva cuentas del mal. No nos reprocha nada. Nos restaura y nos acoge con un abrazo, como el padre del hijo pródigo. ¿Cómo no vamos nosotros a perdonar a los demás? A veces nos sentimos ofendidos por pequeñeces y, en cambio, nosotros hemos causado daños mucho mayores. Cuando se trata de nosotros, pedimos empatía y comprensión. Cuando se trata de los demás, nos mostramos despiadados.

Perdonar es liberador. Perdonar es desatar cualquier nudo o trauma que hayamos podido sufrir. No se trata de aceptar la injusticia, sino de entender que la otra persona también tiene sus razones, sus fallos y sus heridas. Aunque quisiera causarnos un perjuicio, pensemos qué mal debe estar alguien que deliberadamente quiere dañar a otro. Nuestro rencor no va a solucionar nada. Y si llegamos a la venganza, aún peor, porque estamos alargando la espiral de ofensas y abriendo la herida.

Quien logra perdonar, de corazón, experimenta una gran liberación interior y recobra la paz. Es impresionante ver los testimonios de algunas madres de víctimas del terrorismo cuando logran mirar a la cara a los asesinos de sus hijos y ofrecerles su perdón. Parece humanamente imposible… En realidad, es humanamente espléndido, digno de alguien que se siente y actúa como hijo de Dios. Esa grandeza de corazón redime el delito, puede provocar un cambio en el ofensor y libera de la amargura a la víctima. Juan Pablo II, visitando en la cárcel al hombre que intentó matarlo, y perdonándole, nos dio ejemplo a todos los cristianos. Hizo tal como Jesús nos pidió, tal como Dios mismo lo hace continuamente con todos.

“¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud a Dios?”, dice el libro del Eclesiástico (en la primera lectura de hoy). “No tiene compasión de su semejante ¿y pide perdón por sus pecados?” Hoy, cuando nos encontremos en la misa con nuestros vecinos, conocidos y demás feligreses, pensemos con calma. Antes de tomar al Señor, ¿he perdonado de corazón a mis enemigos? ¿Hay alguien con quien tenga que arreglar cuentas pendientes? ¿Debo pedir perdón o perdonar? Hagámoslo antes, si queremos que nuestra ofrenda sea grata a Dios. De lo contrario, por muchas misas a las que asistamos, todo será hipocresía.

Jesús es muy claro y rotundo en esto porque conoce la importancia del perdón. Sabe que el perdón cura, sabe que el perdón sana, tanto el cuerpo como la psique. Cuando Jesús hace un milagro, siempre perdona. Es una de las peticiones más detalladas del Padrenuestro. Perdónanos… como nosotros perdonamos…

Aprendamos el arte del perdón. ¿Cuesta? Sí, pero se aprende practicándolo, y con el tiempo se nos irá ensanchando el alma, se nos fundirá la dureza de corazón y nos costará menos ser misericordiosos, como nuestro Padre del cielo lo es. Entonces mereceremos el elogio de Jesús: Felices los compasivos, porque también recibirán la compasión inmensa y desbordante de Dios, que todo lo perdona, todo lo limpia, todo lo salva.

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