2018-05-03

Permaneced en mi amor

6º Domingo de Pascua - B

Hechos 10, 25-48
Salmo 97
1 Juan 4, 7-10
Juan 15, 9-17


Las lecturas de hoy son un hermoso resumen de todo el evangelio. A fin de cuentas, ¿para qué vino Jesús? Para mostrarnos al Padre, un Dios que es amor. Y para entregarnos este amor. La llamada de Jesús es a vivir una vida plena, llena de alegría, y esto sólo es posible si vivimos en el amor.

Se habla mucho del amor, del arte de amar, de la sabiduría para aprender a amar… También se habla de la dificultad, los límites y las barreras al amor. Todos ansiamos amar y ser amados, y en ello ciframos nuestra felicidad, pero la realidad que nos rodea nos muestra un mundo muy enfermo, muy herido de desamores y guerras, internas y externas. Nuestro mundo sufre de hambre de amor. ¿Cómo aprender algo tan necesario, tan básico y a la vez tan difícil?

¿Cómo nos enseña Jesús? De la manera más sencilla y eficaz: ¡amándonos! Antes que predicar grandes doctrinas, Jesús formó un grupo de hombres y mujeres y les enseñó a ser amigos. Los llamó para que estuvieran con él y aprendieran qué es una convivencia fraterna, qué significa sentirse amados por un Dios que es Padre y aprender a ver al otro como hermano, y no como rival o enemigo. Jesús nos enseña a amar muriendo por nosotros: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.» ¿De qué mejor manera nos puede demostrar su amor?

«Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado.» Todos los mandamientos, toda la ley, están muy bien, pero se quedan atrás. Este nuevo mandamiento los engloba y los rebasa a todos. Pero podemos pensar que amar «como Jesús» es algo que está fuera de nuestro alcance. ¿Cómo lograrlo? Jesús de nuevo nos da la clave: «Permaneced en mi amor».

Dejémonos amar por él. Dejemos que su amor, que es el que fluye entre él, el Padre y el Espíritu Santo, nos bañe y nos envuelva. Dejemos que este amor nos alimente y nos dé la fuerza necesaria. Es lo único que puede transformarnos desde adentro. Porque, como dice san Juan, en esto consiste el amor: «no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo». Quizás hemos leído esta frase muchas veces sin detenernos a pensarla, pero tiene unas consecuencias enormes. Nosotros somos imperfectos y nuestro amor también es muy limitado, a veces condicionado, pobre, tímido o interesado. Pero lo que importa no es esto, sino que Dios nos ha amado primero, y su amor es infinito e incondicional. Por eso podemos amar nosotros, si nos llenamos de él. El amor de Dios es agua viva: si nos sumergimos en su mar, podremos amar como Jesús ama. Y para ello simplemente necesitamos abrir el corazón y encontrar espacios diarios para rezar, para recibirlo en comunión y saberlo ver presente, escondido en el alma de nuestro prójimo. No hay otro secreto para alcanzar una vida en plenitud. Jesús nos lo mostró con palabras y sobre todo con su vida. Que hoy, escuchando el evangelio y las lecturas, se nos quede bien grabado en el corazón. Que no se nos olvide nunca: ¡Amaos como yo os he amado!

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