Hechos 10, 25-48
Salmo 97
1 Juan 4, 7-10
Juan 15, 9-17
Las lecturas de hoy son un hermoso resumen de todo el
evangelio. A fin de cuentas, ¿para qué vino Jesús? Para mostrarnos al Padre, un
Dios que es amor. Y para entregarnos este amor. La llamada de Jesús es a vivir una
vida plena, llena de alegría, y esto sólo es posible si vivimos en el amor.
Se habla mucho del amor, del arte de amar, de la sabiduría
para aprender a amar… También se habla de la dificultad, los límites y las barreras
al amor. Todos ansiamos amar y ser amados, y en ello ciframos nuestra
felicidad, pero la realidad que nos rodea nos muestra un mundo muy enfermo, muy
herido de desamores y guerras, internas y externas. Nuestro mundo sufre de hambre
de amor. ¿Cómo aprender algo tan necesario, tan básico y a la vez tan difícil?
¿Cómo nos enseña Jesús? De la manera más sencilla y eficaz: ¡amándonos!
Antes que predicar grandes doctrinas, Jesús formó un grupo de hombres y mujeres
y les enseñó a ser amigos. Los llamó para que estuvieran con él y aprendieran
qué es una convivencia fraterna, qué significa sentirse amados por un Dios que
es Padre y aprender a ver al otro como hermano, y no como rival o enemigo.
Jesús nos enseña a amar muriendo por nosotros: «Nadie tiene amor más grande que
el que da la vida por sus amigos.» ¿De qué mejor manera nos puede demostrar su
amor?
«Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he
amado.» Todos los mandamientos, toda la ley, están muy bien, pero se quedan
atrás. Este nuevo mandamiento los engloba y los rebasa a todos. Pero podemos
pensar que amar «como Jesús» es algo que está fuera de nuestro alcance. ¿Cómo lograrlo?
Jesús de nuevo nos da la clave: «Permaneced en mi amor».
Dejémonos amar por él. Dejemos que su amor, que es el que
fluye entre él, el Padre y el Espíritu Santo, nos bañe y nos envuelva. Dejemos
que este amor nos alimente y nos dé la fuerza necesaria. Es lo único que puede
transformarnos desde adentro. Porque, como dice san Juan, en esto consiste el
amor: «no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo». Quizás hemos leído
esta frase muchas veces sin detenernos a pensarla, pero tiene unas consecuencias
enormes. Nosotros somos imperfectos y nuestro amor también es muy limitado, a
veces condicionado, pobre, tímido o interesado. Pero lo que importa no es esto,
sino que Dios nos ha amado primero, y su amor es infinito e incondicional. Por
eso podemos amar nosotros, si nos llenamos de él. El amor de Dios es agua viva:
si nos sumergimos en su mar, podremos amar como Jesús ama. Y para ello
simplemente necesitamos abrir el corazón y encontrar espacios diarios para
rezar, para recibirlo en comunión y saberlo ver presente, escondido en el alma
de nuestro prójimo. No hay otro secreto para alcanzar una vida en plenitud. Jesús
nos lo mostró con palabras y sobre todo con su vida. Que hoy, escuchando el
evangelio y las lecturas, se nos quede bien grabado en el corazón. Que no se
nos olvide nunca: ¡Amaos como yo os he amado!
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