5º Domingo Ordinario B
Evangelio: Marcos 1, 29-39
La lectura de este domingo nos presenta un día típico en la «agenda de Jesús». Enseña en la sinagoga, donde anuncia el Reino de Dios. Después, cura a los enfermos y endemoniados. Libera a las personas de la fragilidad de cuerpo y de alma. Jesús libra una batalla contra el mal, mandando callar y echando a los demonios que lo reconocen. Mientras tanto, las multitudes lo rodean y requieren su atención. Apenas lo dejan reposar.
¿De dónde saca Jesús la energía para poder afrontar estas jornadas?
El evangelio también nos lo cuenta. Jesús madruga, se levanta antes del alba y sale
a rezar a lugares solitarios y apartados. Ese tiempo precioso, en intimidad con
el Padre del cielo, es la fuente de todo cuanto hace y predica. En esas horas
de oración también planea sus próximos pasos.
Cuando Simón y sus compañeros van a buscarlo, Jesús les dice
que irán a otros lugares. La gente lo busca, lo reclama, pero él no se ata a un
solo lugar: el mundo es grande y muchos otros esperan la buena noticia. «Para
esto he salido», dice. No se cierra a una única ciudad, a una sola comunidad, a
un solo grupo de gente. Recorre Galilea y sigue predicando y expulsando
demonios.
¿Cómo entender esto y aplicarlo a nuestra realidad de hoy?
Nosotros somos seguidores de Jesús. Estamos llamados a salir, como él. Y nos
enseña qué hemos de hacer. La agenda de Jesús también puede ser la nuestra,
adaptada a la situación de cada cual.
Lo primero es madrugar. Antes de salir el sol, orar ante
nuestro Padre, con confianza y amor, poner el día en sus manos y ofrecerle
cuanto hagamos.
Lo segundo es trabajar, convirtiendo nuestra tarea en servicio
que contribuya al bien de los demás. Es una forma de sanar y expulsar el mal del
mundo: contribuir a dar salud, ánimo, alegría, consuelo y compañía a quienes
nos rodean. Y anunciar, si no con palabras, con nuestra vida, que tenemos muchos
motivos para vivir agradecidos y contentos, pese a todo.
Finalmente, en nuestra vida diaria también nos tendremos que enfrentar al mal, que viene disfrazado de mil maneras. Pueden ser tentaciones, miedo, pereza, la trampa del egoísmo y el interés personal. Todo cuanto nos aleja de Dios y de los demás, pudiendo causar un daño, es sospechoso. Necesitaremos ser enérgicos y decididos, como Jesús, para acallar esas voces, internas o externas, que nos quieren apartar del amor y del servicio, de la entrega a los demás. Podemos sufrir una fiebre espiritual que nos paralice y nos postre, como a la suegra de Pedro, impidiéndonos amar y servir. En esos momentos necesitaremos la mano de Jesús que nos levante. Sanados y liberados, tendremos fuerzas y alegría para ponernos a servir, de inmediato.
1 comentario:
Muy agradecido por el servicio que presta.
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