2024-02-09

Ve y queda limpio

6º Domingo Ordinario B

Evangelio: Marcos 1, 40-45.


Entre las curaciones que Jesús practicaba, podríamos distinguir varias: curaciones de enfermos de diversas dolencias, rehabilitación de paralíticos, sordos y ciegos, y purificación de leprosos.

La lepra era una enfermedad considerada impura: al sentido físico se le añadía una carga moral. Un leproso no sólo era un enfermo, sino un impuro. No podía formar parte de la comunidad, tenía que vivir aislado y lejos de los demás, pregonando su impureza por los caminos y sobreviviendo de la mendicidad. La vida de los leprosos, además de precaria y penosa, era desoladora, porque se sentían totalmente excluidos de la sociedad. La lepra cortaba sus vínculos familiares y sociales. Independientemente de su conducta, se consideraba que Dios los había castigado con la enfermedad, de modo que eran igual a pecadores malditos.

Hoy nos escandaliza y subleva esta creencia, que era habitual en la antigüedad: asociar enfermedad a pecado y a castigo divino. Jesús rompe con esta idea curando a los leprosos. Por eso los textos hablan de “purificación”. Sanando al leproso, Jesús lo restablece física y espiritualmente, lo devuelve al seno de su familia y de su comunidad. Lo reintegra en el mundo de los vivos. La sanación es mucho más que corporal.

Podemos hacer una lectura espiritual y más profunda del texto. Leproso puede ser alguien que tiene el corazón sucio, enfermo o herido. Podemos hablar de una “lepra interior” que nos carcome por dentro. Traumas no resueltos, odios, resentimientos, miedos, rupturas… Todo esto va minando nuestra fuerza espiritual y nos impide crecer, cultivar nuestros talentos y vivir con paz y alegría. ¡Necesitamos purificarnos!

Y Jesús lo hace. Él puede sanar nuestro corazón de golpe, tocándonos con su mano y con una palabra suya: ¡Quiero, queda limpio! Nos está diciendo: Quiero, queda libre, queda sano, queda perdonado. Empieza de nuevo con el alma limpia. ¡Yo lo quiero! ¿Y tú?

La sanación comienza dándonos cuenta de que estamos enfermos de alma. El siguiente paso es pedir ayuda, suplicar con insistencia, como el leproso. Jesús se compadecerá y nos devolverá la fuerza y la salud. ¿Cuál es el próximo paso?

Dar testimonio. Tendemos demasiado a hablar mal y quejarnos, y en cambio nos cuesta mucho divulgar lo bueno y elogiar a quien nos ayuda.

Una última reflexión sobre el gesto de Jesús: “lo tocó diciendo”. Jesús toca a un impuro, algo prohibido. Hoy diríamos que rompe el confinamiento, la distancia social. Si queremos imitar a Jesús, hemos de salvar esas distancias que nos separan y nos aíslan. No podemos amar, curar y ayudar si no es desde la proximidad y el contacto real, cara a cara, mano a mano, mirándonos a los ojos y sintiendo a nuestro lado una presencia cálida y amiga.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí. Pienso que Jesús en esta situación curó el cuerpo del leproso y nosotros con un acercamiento acogedor hacia el otro. En otras ocasiones perdona los pecados al enfermo que para nosotros es la confesión que nos sana el alma.

Anónimo dijo...

Nuestra "lepra" actual es peor, porque llevamos las llagas por dentro y no se ven a simple vista, pero nos pudren y deterioran la "carne del alma". Por eso seguimos necesitando la sanación de Jesús, su presencia y sus palabras.