6º Domingo de Pascua B
Evangelio: Juan 15, 9-17
El evangelio de este domingo continúa el discurso de Jesús en la última cena. Recordemos: son palabras cargadas de intensidad, el testamento, la última voluntad de Jesús. En breves frases, Jesús está transmitiendo a los suyos el mensaje más importante. Lo esencial.
Podríamos meditar este evangelio subrayando las palabras
clave que se repiten.
La primera es el amor y el verbo amar. Permaneced en
mi amor, dice Jesús, como el Padre me ha amado. Jesús quiere estar tan unido a
los suyos como él lo está al Padre. Es un amor donde ambos, amante y amado, ya
no son dos, sino uno: una sola voluntad, una sola libertad.
Segunda palabra: los mandamientos. ¿Cómo se demuestra
que permanecemos en el amor de Jesús? Obras son amores y no buenas razones. Pero
Jesús no habla de mandatos ni órdenes, sino de peticiones urgentes: ¡haced esto
y viviréis! No obliga, pero invita a los discípulos a definirse y a
comprometerse: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Guardar no significa
conservar ni almacenar, como un depósito de doctrina. Guardar es cumplir,
llevar a la práctica. Igual que Jesús llevó a cabo la misión que el Padre le
encomendaba.
Tercera palabra: ¡alegría! Permanecer en el amor conlleva
un gozo enorme. Un buen seguidor de Jesús es una persona profundamente alegre,
como él lo fue. No con una jovialidad frívola, sino con la alegría profunda que
nada ni nadie puede apagar. Jesús quiere que experimentemos un gozo inmenso, la
felicidad del que se sabe amado y se convierte en cauce del amor infinito de Dios.
Cuarta palabra: amigos. Jesús no quiere esclavos ni
adeptos, no quiere un ejército de soldados obedientes, ni de fanáticos ciegos.
Quiere amigos. Y para ser amigos es imprescindible la libertad. Por eso dice:
Ya no os llamo siervos, sino amigos. Y a los amigos uno le abre el corazón. También
Jesús revela los secretos del Reino de Dios a sus amigos. Y precisa cómo se
demuestra el amor: No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Él mismo fue modelo de este amor.
Quinta palabra: elección, elegir. Jesús ha elegido a sus
apóstoles; no son ellos quienes lo han elegido a él. La vocación auténtica a
menudo no es una elección personal, fruto de una preferencia o un interés, sino
una llamada inesperada. Dios se vale de medios, personas y situaciones que no
imaginamos para llamarnos. Jesús nos llama siempre, es tarea de cada cual hacer
silencio en el interior para escuchar su voz.
Sexta palabra: fruto. Jesús ha hablado de la vid y
los sarmientos. Dar fruto es que cada persona escuche la llamada de Dios y
ponga todo su esfuerzo y su dedicación para hacer fructificar los talentos que
Dios le da. Frutos de caridad, de buenas obras, de evangelización. Un buen
fruto es una comunidad viva, bien trabada, donde unos y otros se aman, regida
por el servicio y no por el poder. Jesús quiere que todos demos fruto porque en
ese fruto está la plenitud y el sentido de nuestra vida. Dando fruto aprendemos
porqué estamos en el mundo y cuál es nuestro propósito.
Séptima palabra. Como un broche de oro, volvemos a
encontrar el amor. Después de recordar a los suyos que todo cuanto pidan
al Padre en su nombre les será dado, les reitera su gran mandato, el principal:
que os améis unos a otros.
Quisiera detenerme un instante en este mandamiento del amor.
Los judíos tenían un primer mandamiento, el principal: amar a Dios sobre todas
las cosas. Y un segundo: amar al prójimo como a ti mismo. Estos dos resumían la
Ley y los Profetas (Mateo 22, 36-40).
Jesús simplifica aún más. Ni siquiera habla de Dios. Simplemente
“amaos unos a otros”. Incluso un no creyente, un agnóstico o un miembro de otra
religión podría seguir este mandamiento. ¡Es universal! Este es el fundamento y
lo que Dios verdaderamente quiere: por encima de cualquier creencia, rito o
culto, por encima todo, está el amor de unos a otros. El amor redime al mundo.
El amor nos salva. Y el amor “de unos a otros” es la manera más perfecta, en
esta tierra, de amar a Dios. Porque, ¿qué es más fácil? ¿Ir a misa cada
domingo, rezar una novena y asistir a una procesión, o amar a tu prójimo lleno
de defectos, perdonar al que te hizo daño, tener paciencia con el que te
fastidia cada día? Los ritos son mucho más fáciles que la caridad.
Jesús lo deja muy claro, aunque los profetas ya lo
apuntaron: Misericordia quiero, y no sacrificios (Oseas 6, 6). Quiero vuestra
bondad, quiero que os améis, y esto vale más que todas las prácticas rituales
que podáis ofrecerme.
1 comentario:
Pienso que cuando atendemos a los demás, de algún modo también les acercamos a Dios, por el cariño que les transmitimos y por lo que pedimos a Dios por ellos.
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