2024-05-24

Id y haced discípulos...

Santísima Trinidad - B

Evangelio: Mateo 28, 16-20


En esta fiesta leemos el final del evangelio de Mateo. Jesús resucitado se aparece a los Once. Después les da su última voluntad y los envía a toda la tierra para que hagan discípulos entre todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Vale la pena que meditemos despacio estas últimas frases de Jesús para comprender mejor qué nos dicen, hoy, a los creyentes.

En primer lugar, Jesús envía a los suyos en misión. El cristiano no se entiende como mero seguidor, sino como enviado. No es un simple receptor, sino un transmisor. Aquello que habéis recibido, dice Jesús, compartidlo y dadlo a otros.

¿Qué significa hacer discípulos de Jesús? Discípulo es el que aprende. Jesús quiere que sus enviados hagan como él y enseñen a muchos otros a vivir como él: dando vida, amando, sirviendo, esparciendo paz y amor. Ser discípulos de Jesús es ser imitadores suyos en palabras y obra. Es ser instrumentos de paz en medio de un mundo sacudido por las guerras; ser portadores de perdón y reconciliación, promotores de diálogo y no de conflicto; modelos de coraje frente al miedo; de generosidad frente a la pequeñez de alma y a la cerrazón de espíritu.

El bautismo es un signo: para los judíos era un ritual de purificación. Para Juan Bautista, era el gesto de conversión definitiva. Para los seguidores de Jesús el bautismo es recibir la unción del amor de Dios, como Jesús la recibió en el Jordán. El agua y el óleo son símbolos, pero el don que recibimos es el Espíritu Santo, el aliento sagrado de Dios, que nos da la capacidad de cambiar de vida si lo potenciamos.

Un Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Lo creemos y lo recitamos, pero ¿lo entendemos? Para muchos es un aspecto incomprensible de nuestra fe, difícil de explicar y de entender. Para otros, es politeísmo. Los judíos y los musulmanes creen en un Dios único, y nuestra doctrina sobre la Trinidad les parece herética y desviada. ¿Un Dios o tres? Los alejados o no creyentes consideran que “tres personas y un solo Dios” es un enredo teológico que ni siquiera nosotros entendemos. Ante esto, ¿qué pensar?

La Iglesia se ha esforzado mucho por explicarnos este misterio. Porque es una realidad misteriosa, sí, como el mismo Dios, tan grande e inabarcable que jamás podremos conocerlo, al menos mientras estamos aquí en la tierra. Pero ¿acaso las cosas más importantes de nuestra vida no son misterios? ¿No es un misterio el amor, dar la vida por un ser querido, la entrega sin pedir nada, el sacrificio, la belleza de la amistad o la fuerza de la fidelidad? ¿No son misterios las realidades que más nos afectan?

El misterio de la Trinidad se nos desvela, poco a poco, gracias a Jesús. Él se sabe hijo del Padre: cuando es bautizado en el Jordán, el cielo se abre para él y la voz divina exclama: ¡Tú eres mi hijo amado! Dice un gran teólogo que en el momento en que Dios reconoce a su hijo, comienza a ser Padre. Y en el momento en que hay un Padre, hay un Hijo, y muchos hijos que seguirán su camino. La Trinidad es un misterio de unión amorosa. Dos libertades se unen, dos voluntades concuerdan; el Padre envía al Hijo al mundo y este cumple su misión con todas sus fuerzas.

Y Jesús, cuando abandone esta tierra, enviará al Espíritu Santo, el Consolador, el que no dejará solos a sus amigos. De una unión amorosa siempre sale un tercero. Así como Jesús fue enviado por el Padre, el Espíritu es enviado por el Hijo. Y los tres, Padre, Hijo y Espíritu, nos sostienen y nos guían hacia una vida plena.

El Padre es la fuente de nuestro ser. En él se apoya nuestra existencia. El Hijo nos ha dado a conocer el corazón paternal de Dios y nos abre el camino para ser como él, hijos amados, humanos completos que alcanzan la cumbre de la vida entregándose por amor. El Espíritu Santo es el amor exhalado por el Padre y por el Hijo. Se derrama sobre nosotros y nos santifica: hace de nuestra vida un tiempo sagrado y nos fortalece con sus dones. Viento que nos impulsa, voz que nos inspira, fuego que nos enciende y luz que nos quía, el Espíritu nos conducirá hacia la plenitud.

Cada vez que hagamos la señal de la cruz, cada vez que repitamos sus nombres santos, Padre, Hijo, Espíritu Santo, pensemos despacio, interioricemos: Padre que me amas, Jesús que me llamas, Espíritu que me envías… ¡Habitad siempre en mí! Que todo cuanto haga sea, de verdad, en vuestro nombre y lleve vuestro sello.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Preciosa reflexión y comentario. Alimenta la fe y la comprensión del evangelio. Gracias.