Ascensión del Señor - B
Evangelio: Marcos 16, 15-20
En la fiesta de la Ascensión del Señor leemos el final del
evangelio de Marcos. Antes de subir al cielo, Jesús da sus últimas
instrucciones a los apóstoles. Vale la pena leer estas frases, porque en pocas
líneas el evangelista condensa un mensaje sustancioso. También hemos de saber
interpretarlas, pues una lectura literal del texto puede llevar a conclusiones
arriesgadas.
Jesús ha cumplido su misión, pero pasa el relevo y deja a los
Once su encargo: la buena nueva del Reino de Dios no es exclusiva del pueblo de
Israel, debe llevarse al mundo entero. La expresión de Marcos no se limita a la
especie humana, sino a toda la creación. Esto sugiere que la salvación de Dios
se extiende a todo el cosmos. Hoy podríamos decir que nuestra acción, como seres
humanos, afecta a todo ser viviente y a nuestro planeta. Comunicar el mensaje
de Jesús se puede traducir en una mejora de la vida humana y de toda forma de
vida.
La siguiente frase nos puede chocar, pues nuestra mentalidad
de hoy es muy abierta y tolerante. El que crea y sea bautizado se salvará;
el que no crea será condenado. ¿Es posible que Jesús, que vino a salvar,
esté condenando ahora? ¿Cómo entenderlo?
En realidad, Jesús no condena a nadie. Ni siquiera Dios
condena. Fijaos en la expresión: será condenado. ¿Por quién? Por sí mismo. Se autocondena quien rechaza a Dios, quien rechaza la vida, quien rechaza
un cambio que lleve al amor y a la apertura al otro. Quien decide vivir cerrado
en sí mismo, sin fe ni esperanza, si otro objetivo que sobrevivir o medrar en
esta vida mortal, acabará hundido en la desesperación.
La siguiente frase, mal entendida, ha llevado a actos
temerarios en algunos creyentes fundamentalistas, como arriesgarse a tomar
veneno o agarrar serpientes. La expresión es simbólica: Jesús quiere decir que
quienes crean estarán protegidos del veneno de la mentira y del mal. Podrán
estar en este mundo sin dejarse arrastrar por la maldad y la violencia. No se
rendirán. No sólo permanecerán sanos y fuertes, sino que podrán sanar a otros.
Jesús sube al cielo. Pero deja quienes sigan su labor. Después
de los Once vinieron muchos más y así, generación tras generación, la Iglesia
se ha extendido por el mundo, como semilla de mostaza, como grano de trigo que
se multiplica en cientos, miles de espigas. Las gentes escucharon su mensaje y,
como sabemos, muchos creyeron; otros hicieron oídos sordos y otros los
persiguieron y maltrataron. Pero los signos del cielo los acompañaban, dice el
evangelista. Dios confirmaba su palabra con señales, milagros y obras portentosas
que demostraban a la gente que lo que decían era cierto. Así les sucedió a
Pedro, Juan y los apóstoles cuando empezaron a difundir el evangelio en
Jerusalén. Así le sucedió a Esteban; a Felipe en Samaría, a Pedro en Lida y en Jope, a Pablo
en Éfeso, y a tantos otros. Jesús había dicho: Cosas tan grandes como yo
haréis, y aún mayores (Juan 14, 12). Al que trabaja por Dios no le falta ayuda del cielo.
Hoy, los cristianos podemos preguntarnos. ¿Cómo seguir el
mandato de Jesús? ¿Cómo evangelizar en un mundo tan reticente a la fe? ¿Qué
clase de signos y señales haremos? No somos capaces de predicar, ni de hacer milagros ni de
curar enfermos. ¿Qué podemos hacer?
Cada cual puede transmitir el mensaje de Jesús allí donde
esté: casa, trabajo, ámbito social y cultural. A veces no se trata de predicar,
sino de dar ejemplo y testimonio con una vida íntegra, con un trabajo bien
hecho, con honestidad y atención a los demás, con cuidado, con alegría.
Escuchar, acompañar, llevar consuelo y esperanza ya es mucho. ¿No es un milagro
devolver el ánimo y las ganas de vivir a una persona angustiada, sola o enferma?
¿No es un milagro mejorar el ambiente de una comunidad o de un grupo, a base de
comprensión, confianza y perdón? ¿No es un milagro trabajar por la paz en medio de un mundo en guerras? ¿No es un milagro despertar en alguien la
inquietud y la pregunta por Dios?
Y sí, creer nos ayudará a no dejarnos envenenar por este mundo, que nos invade con la tecnología para absorber nuestra mente y nuestro corazón. Creer nos ayudará a vencer el desánimo y la apatía, el miedo y la falta de sentido. Creer nos hará fuertes y nos permitirá ayudar a otros.
Jesús subió al cielo. Pero hoy lo tenemos más cerca que nunca de nosotros, en la eucaristía. Tomemos su pan con fervor. Es nuestro compañero y aliado en la brega diaria. Con él lo podemos todo. Y con él podremos bajar a la tierra un pedacito anticipado de ese cielo que nos espera a todos.
1 comentario:
Muchas gracias por su buen hacer. Bendiciones.
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