2º Domingo Adviento - B from JoaquinIglesias
…Voz del que clama en
el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad las sendas. …Estaba Juan
en el desierto bautizando y predicando el bautismo de penitencia para la
remisión de los pecados, y acudía a él gente de todo el país de Judea y de
Jerusalén, confesando sus pecados, y recibían de su mano el bautismo en el río
Jordán.
Mc 1, 1-18
Llamada a la conversión
En este segundo domingo
de adviento la liturgia resalta las figuras de Isaías y de Juan Bautista. Ante
la inmediata llegada del Señor, la voz del profeta resuena con toda su fuerza
en boca de San Juan Bautista. Es una voz recia y clara, que traduce la
culminación del deseo de Dios: preparemos nuestra vida para el encuentro, de tú
a tú, con él.
El acontecimiento de la
llegada del Hijo de Dios ha de sacudir nuestro corazón. Es Dios quien tiene la
iniciativa, quien da el primer paso para acercarse a la humanidad. Juan
Bautista nos urge a cambiar nuestra vida y a convertir nuestros corazones para
poder recibirlo.
La conversión y el perdón
nos ayudan a purificarnos por dentro, de manera que el Niño Dios pueda
encontrar en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.
Allanar los caminos
Para preparar este
encuentro con cada uno de nosotros, Juan Bautista pide que aplanemos el camino,
que enderecemos los senderos, que arranquemos todos aquellos obstáculos que
impiden el abrazo de Dios con su criatura.
Esto implica cambiar
actitudes, percepciones erróneas que podamos tener sobre la realidad y sobre
los demás; significa limpiarnos, depurando en nosotros todo aquello que estorba
la entrada de Dios. Especialmente, aquellas lacras que nos dificultan vivir plenamente
nuestra condición de cristianos. Hemos de arrojar lejos de nuestro corazón las
losas más pesadas: el orgullo, la vanidad, la frivolidad, la envidia..., verdaderas
rocas que dificultan el paso de Dios por nosotros.
Pero, a veces, nuestras
fuerzas no bastan para barrer todos los obstáculos. Es entonces cuando hemos de
volver nuestra mirada hacia Dios. Si dejamos que su palabra penetre en nosotros
sentiremos su poderosa fuerza. Sólo él puede nivelar nuestra mentalidad,
rebajando el orgullo, enderezando lo torcido, puliendo lo escabroso. Dios
quiere que convirtamos nuestro corazón en ancha autopista para poder deslizarse
con suavidad por nuestras vidas. Pues sólo así, a partir de este encuentro, el
hombre encuentra su plenitud humana, que lo llevará a convertirse en otro
Cristo, ungido, amado de Dios.
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