Génesis 2, 7-9; 3, 1-7
Salmo 50
Romanos 5, 12-19
Mateo 4, 1-11
«No nos dejes caer en la
tentación», rezamos en el Padrenuestro. Cuando Jesús nos enseñó esta oración sabía
muy bien que necesitamos ayuda, porque vencer las tentaciones no es fácil. Sin
la fuerza y la lucidez que nos da la oración ante Dios, nos costará mucho no
caer. ¿Por qué?
Porque el tentador es
inteligente. Nunca nos tienta con cosas malas. Como decía santa Teresa, se
disfraza de ángel de luz y sus ofertas parecen ser de lo más beneficiosas,
oportunas y solidarias. ¿Con qué tienta el diablo a Jesús? Con lo mismo que nos
tienta a todos nosotros. Se vale de nuestras necesidades y buenas intenciones y
promete satisfacerlas todas. El demonio se nos presenta como el gran
humanitario que viene a resolver nuestros problemas… siempre que lo adoremos a
él. ¿Sufrimos carencia económica, pan, alimento? Él nos da fórmulas para ser
ricos. Es la primera tentación: priorizar el bienestar material por encima de
todo. ¿Nos falta salud? Con la segunda tentación el diablo abre las puertas a
lo milagroso, a lo mágico, a lo sobrenatural. Nos ofrece manipular los poderes celestiales
a nuestro favor… siempre que le escuchemos. ¿Queremos que en el mundo reinen la
paz y el amor? Con poder personal haremos lo que nos propongamos: él nos lo
dará… si le adoramos. El demonio, en fin, nos ofrece pan, fama, poder, salud, dinero
y amor. Nos dice que su camino es humano, próspero, de éxito. ¡Basta seguirlo! Pero
Jesús lo rechaza con energía y decisión.
El diablo engaña. No
quiere alimentarnos, ni vernos sanos y felices, sino destruirnos. Ofrece cosas
buenas, pero con medios malos: los medios de la manipulación emocional, la violencia
del poder, la trampa de la seducción. La Iglesia también debe estar alerta ante
estas sutiles tentaciones. Para construir el reino de Dios no vale cualquier
medio. Sí, hemos de luchar contra el hambre y la injusticia, hemos de ayudar a
la gente y buscar la salud de cuerpo y alma. Pero no podemos usar los medios
del mundo, que van contra la libertad de la persona y su integridad. No podemos
reducir el reino de Dios a la prosperidad material y al éxito, tampoco podemos
implantarlo a la fuerza. No podemos usar la coacción ni el deslumbramiento
místico. Los medios de Jesús son muy humildes y sencillos. Su arma fue la
palabra, su alimento, su mismo cuerpo. Su corona y su trono, la cruz. Ejerció
su reinado haciéndose servidor de todos y entregándose hasta las últimas
consecuencias: dar su vida por amor.
Claro que el camino de
Jesús parece menos brillante y, sobre todo, más sacrificado y difícil que el
fácil camino del tentador. Por eso necesitamos su ayuda para superar la prueba.
¡Pero la tenemos! La primera lectura del Génesis nos muestra a Adán y Eva, que
caen en la tentación de la serpiente, tan atractiva. ¡Seréis sabios como Dios! ¿Quién
puede resistirse a esta promesa? Pero san Pablo en su carta nos recuerda que la
salvación de Jesús es mucho mayor, más poderosa y de más alcance que el fallo
de Adán y Eva. Si el primer pecado acarreó la muerte, la obediencia amorosa de
Jesús trae una vida desbordante y eterna a todos, sin excepción. Con su ayuda
podemos vencer todas las tentaciones que nos ofrecen una imagen distorsionada
del reino de Dios. Con él, ya formamos parte de este reino que se está
construyendo, aquí y ahora.
1 comentario:
Estimado Padre Joaquín:
¡Qué difícil es no sucumbir ante las "artes" del Maligno!
Lo pone todo tan fácil...
Pero tenemos la suerte de recibir estos escritos y escuchar sus homilías para aterrizar ante la verdad.
Muchas gracias. No se canse nunca de escribir y hablarnos, por favor.
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