Hechos 2, 14-33
Salmo 15
1 Pedro 1, 17-21
Lucas 24, 13-32
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Las
lecturas de la Biblia y los libros religiosos no siempre son fáciles de
entender. Nos hablan de realidades que parecen muy alejadas de nuestra vida
cotidiana. De pronto, sucede algo que nos hace comprender eso que hemos leído
tantas veces y captamos su significado, porque ya no sólo lo hemos visto en un
libro, sino que lo hemos vivido en propia carne, o lo hemos visto con nuestros
ojos.
Así
les sucedió a los apóstoles y a los amigos de Jesús. Habían leído en la Biblia
que Dios enviaría un elegido, y que le concedería una vida eterna. Muchos
judíos creían en la resurrección de los cuerpos al final de los tiempos. Creían
que Dios, el Señor de la vida, amaba a sus criaturas y no dejaría que perecieran
para siempre. Pero todo quedaba en una fe más o menos difusa, una esperanza en
algo muy lejano.
Con
la resurrección de Jesús, todo cambió. Comprendieron de golpe todas las
escrituras que hablaban de resurrección y de vida eterna. Jesús les abrió la mente
y el corazón, y supieron que realmente Dios es un Señor de vivos, y no de
muertos. Vieron que Jesús estaba vivo de una manera inimaginable, saltando los
límites del espacio y del tiempo, sin estar sujeto a la muerte nunca más. Y
supieron que esta vida eterna también será nuestro destino tras la muerte. Dios
es un gran maestro: no enseña con teorías, sino con hechos reales, con
experiencias palpables. Jesús resucitado no es un símbolo ni un fantasma ni una
imagen figurada: sus amigos lo vieron, lo tocaron, hablaron con él y comieron
con él. Los sentidos físicos: ver, oír,
tocar, les ayudaron a abrir el corazón. Esta es la experiencia de los dos
discípulos de Emaús, que después de una larga conversación con Jesús, por el
camino, lo reconocen, al fin, al partir el pan. ¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba?, se preguntaron. Sí, las palabras ayudan a abrir la mente
y preparan el camino a la comprensión. Pero lo que definitivamente les cambia
es el gesto: compartir una comida, estar juntos. Las obras, el dar y el darse,
es lo que cambia la vida de las personas.
Las
lecturas de estos días de Pascua son impresionantes. Relatan los momentos que
fundamentan nuestra vida cristiana. Pedro lo resume en su discurso con
sencillez: creemos en Jesús, un hombre que es Dios, y que ha venido a nosotros
para darnos su vida infinita. El Dios que nos ha creado viene a hacernos
participar de lo mejor que tiene: su propia vida eterna, su corazón inmenso
rebosante de amor, su alegría, su belleza y su plenitud. ¡Esta es, sin dudas,
la mejor noticia que un ser humano puede escuchar! Tenemos un gran motivo para vivir alegres,
sin miedo y dando lo mejor de nosotros a los demás, como el mismo Cristo lo
hizo.
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