Después
de su resurrección, Jesús pasó un tiempo apareciéndose a sus discípulos y
amigos más íntimos. En esos días los fue preparando para su misión: continuar
la tarea que Cristo inició en la tierra. Mateo recoge su último mensaje antes
de subir al cielo: «Id y haced discípulos míos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
¿Qué
significan estas palabras? ¿Cómo entenderlas? Hoy día, entre los mismos
cristianos, hay un claro rechazo al proselitismo. Si reconocemos que fuera de
la Iglesia también se pueden salvar muchas personas buenas, que sigan su
conciencia y hagan el bien, ¿qué sentido tiene el mandato de Jesús? No se trata
de convencer y arrastrar a las gentes para que se coloquen la etiqueta de “cristianos”.
¿Qué significa ser discípulos de Jesús? ¿Qué supone bautizarse? ¿Por qué a
todos los pueblos? ¿No son respetables las otras religiones y culturas? ¿Qué
tiene el reino de Dios que vino a anunciar Jesús, que pueda ser bueno para todo
el mundo?
Un
teólogo dijo que Jesús no fundó ningún sistema religioso, sino que vino a
mostrarnos el camino para llegar a Dios. Un camino que pasa por aceptar dos
verdades. La primera es que Dios es Padre amoroso y nos llama a una vida plena
y eterna. Somos hijos suyos, reyes y no huérfanos de la creación. Bautizarse es
recibir esta paternidad de forma consciente, sabernos hijos amados de Dios y
llamados a la plenitud. La segunda verdad es que Jesús es el camino: él nos
enseñó cómo hacer realidad esta vida plena siguiendo un único mandato, el del
amor. Amando como él, entregándonos como él, guardando lo que él enseñó
a los suyos, podemos alcanzar esta vida que todos, en el fondo, anhelamos. El
reino de Dios, como escribió Unamuno, es el reino del hombre. Dios Padre no
desea otra cosa que nuestro crecimiento y nuestro gozo. Y nos ha enviado todas
las ayudas posibles, culminando en Jesús, su propio Hijo, y en el Espíritu
Santo.
Hoy, dos mil años después, cuando Jesús ya está en
el cielo y no podemos verlo como hombre, todavía podemos “verlo y tocarlo”: en
la eucaristía. Jesús ha cumplido su promesa. No nos ha dejado solos. Está con
nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, como alimento, como pan, como
palabra viva en las escrituras, como presencia oculta y preciosa en el corazón
de cada persona que se cruza en nuestro camino. El mandato de Jesús también se
dirige a nosotros. Si realmente vivimos esta alegría de sentirnos amados y
sostenidos por Dios, ¿no vale la pena anunciarlo a los cuatro vientos? Todos
podemos comunicar, de una u otra manera. Todos somos apóstoles en potencia. ¿Quién
se guarda para sí una buena noticia, algo grande que ha cambiado su vida por
completo? Lo que me ha pasado a mí, lo que nos ha pasado a todos, no podemos
callarlo.
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