Hechos 2, 1-18
Salmo 103
Romanos 8, 8-17
Juan 20, 19-23
Dios
es Señor de vivos, y no de muertos. Nuestra fe se sustenta en la resurrección:
el paso de una vida terrenal, finita, a otra vida eterna y gloriosa. Dios es
autor de la vida y amigo de la belleza, la alegría, la fiesta. No le ha bastado
crear el universo y crearnos a nosotros, sus hijos: ha querido estar entre nosotros
para que nuestra vida y nuestro gozo sean completos.
Primero
envió a Jesús, su hijo. Jesús es nuestro pan y nuestra agua viva, el alimento
que nos sostiene, el camino hacia la Vida con mayúsculas. La vida de Jesús es
la que todos estamos llamados a vivir: una vida de servicio, de humildad, de
amor a los amigos y ayuda a los que sufren. Una vida que trae luz y alegría
allí donde hay oscuridad, miedo y muerte.
Jesús
regresa junto al Padre… pero no nos deja solos. Ahora es el Espíritu Santo
quien viene. Si Jesús era pan y agua viva, el Espíritu Santo es fuego y viento.
Jesús nos sostiene, el Espíritu nos transforma y nos impulsa. Jesús enseñó a
sus discípulos y los amó hasta el fin; el Espíritu los cambió por completo,
convirtiendo a un grupo de hombres acobardados e indecisos en un equipo de
valientes apóstoles. El Espíritu les infundió coraje y fortaleza para anunciar
la vida de Dios incansablemente, afrontando toda clase de peligros y hasta la
muerte. Y les dio capacidad de comunicación: todos los oían hablar en sus lenguas. Y es porque hay un
lenguaje universal, el del amor, que todos pueden entender.
La
Iglesia nace en Pentecostés. Hoy estamos aquí, reunidos, porque un día el
Espíritu sopló sobre los apóstoles, reunidos con María. ¿Qué significa para
nosotros esta fiesta? No es un mero recuerdo: Pentecostés sucede hoy, y el
Espíritu Santo está soplando siempre. ¿Sabemos oír su voz? ¿Nos dejamos llevar
por su soplo? ¿Dejamos que su fuego descongele nuestro corazón? Nuestras
plegarias, ¿se abren a su acción?
Jesús
sigue alimentándonos en la eucaristía y el Espíritu está presente en todos los
sacramentos. ¡Es el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles! No somos tan
diferentes de ellos. ¿Sabemos recibirlo y acoger a este dulce huésped del alma? Quizás tenemos miedo de tanto viento, de
tanto fuego, y nos pertrechamos tras mil excusas porque, en el fondo, no
queremos cambiar. No queremos anunciar, no queremos vivir con tanta plenitud.
¿Nos da miedo el gozo? ¿Nos da miedo la vida eterna? ¿Nos asusta el cielo? ¿Nos
atrevemos a vivir de verdad o nos contentamos con sobrevivir?
Nuestro
Dios nos llama a una vida grande. Somos antorchas llamadas a sembrar luz. No
tengamos miedo. Con el Espíritu Santo llegan muchos dones: el primero, la paz.
Otro gran don: la unidad y la fraternidad. Y otros: un coraje y una alegría
desbordante, sin límites.
Descarga en este enlace la homilía.
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