Éxodo 34, 4-9
Daniel 3, 52-56
2 Corintios 13, 11-13
Juan 3, 16-18.
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Dios
Trinidad es un concepto que a veces resulta difícil de entender. ¿Un Dios y
tres personas? ¿Tres en uno? Para muchos es un politeísmo solapado; para otros
Dios es solo el Padre y Jesús fue simplemente un gran profeta, un hombre bueno,
lleno de Dios. ¿Y el Espíritu Santo? Queda diluido entre las dos personas, como
una especie de energía entre Padre e Hijo. ¿Cómo entender este misterio, que
pronunciamos cada vez que nos santiguamos y cada vez que iniciamos la misa? Las
tres lecturas de hoy nos dan pistas esclarecedoras. Dios es uno, pero no es un
solitario, sino una familia, una triple relación de amor que se despliega y es
capaz de engendrar todo un universo, poblado de seres vivos y de personas
semejantes a él. El amor es fecundo e implica relación y comunicación.
Leyendo
el Éxodo, vemos cómo Israel es consciente de que Dios está con ellos. Dios es
compañero, guía y protector en el camino. Aunque sean un pueblo de dura cerviz,
Dios no les abandona. La oración de Moisés es esta: Señor, ven con nosotros,
perdónanos, tómanos como tuyos. Cuídanos. Te pertenecemos. He aquí la primera
persona de la Santísima Trinidad: un padre amoroso rico en clemencia, un Dios
solidario.
Pero
¿cómo mostrar amor si no hay a quien amar? No hay amante sin amado. Si Dios es
amor, debe desplegar esta energía amorosa de alguna manera. Así es como Dios
también incluye la persona del Hijo, que se encarna y se hace hombre. El amor
del Padre se vuelca en el Hijo, y el Hijo le corresponde. Este amor al Hijo se
traslada a toda criatura y, muy en especial, a los seres humanos. Como afirma
san Juan en su evangelio, Dios envía a su Hijo al mundo no para juzgarlo ni
condenarlo, sino para salvarlo. En otras palabras: Dios no nos ha creado para
luego castigarnos, sino para que vivamos con gozo, una vida plena que valga la
pena ser vivida. Y envía a Jesús para ayudarnos y mostrarnos esta vida. Jesús
nos enseña a corresponder al amor de Dios, uniéndonos a él e imitando su
generosidad.
Finalmente,
en toda relación de amor hay tres pilares: el amante, el amado y el amor que
fluye entre ellos y que engendra vida. Es el Espíritu Santo, el aliento sagrado
de Dios que aletea entre Padre e Hijo y que infunde vida a toda la creación.
Este Espíritu es el que nos une y permite que haya amor entre nosotros. Por eso
Pablo, cuando bendice a su comunidad de Corinto, alude a las tres personas de
la Trinidad, en una oración muy hermosa: la
gracia de Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén
siempre con vosotros. Es decir, que nunca nos falten la salud y la alegría
que trae Jesús, el amor incondicional y desbordante del Padre y la fuerza que
nos une como hermanos, el fuego del Espíritu Santo. Vivimos arropados y
alentados por este amor de nuestro Dios trinitario. Tenemos muchos motivos para
estar contentos y hoy, en la fiesta de la Trinidad, es un momento especial para
celebrar que somos inmensamente amados.
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