Deuteronomio 8, 2-3. 14-16.
Salmo 147.
1 Corintios 10, 16-17.
Juan 6, 51-58.
El
pan es un alimento básico y es símbolo, también, de aquello que necesitamos
para vivir. Pan equivale a vida, a sustento. La Biblia nos presenta el pan como
un regalo de Dios para nutrir a su criatura humana. En el desierto, Israel pudo
sobrevivir gracias al maná. Con ese alimento Dios mostró al pueblo que cuidaba
de ellos: no dejó que perecieran de hambre.
Pero
el libro del Deuteronomio tiene una frase que después recogerá Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de todo
cuanto sale de la boca de Dios. ¿Qué significa esto? La persona humana no
es sólo cuerpo físico. Tenemos un alma, y así como el cuerpo necesita pan, el
alma necesita otros alimentos para vivir y crecer. Ese alimento es todo lo que sale de la boca de Dios. Es
comida su aliento, su palabra, su ley, pero sobre todo su amor, que nos hace
vivir y nos sostiene en la existencia.
Jesús
se presenta a sí mismo como pan del hombre. Pocos lo entienden, ¿cómo se puede
comprender que lo comamos a él? ¿Cómo va
este a darnos de comer su carne?, se preguntan los judíos. Los primeros
cristianos, vistos desde afuera, eran tachados de caníbales y sus prácticas
religiosas, aberrantes. ¿Cómo entender el sacramento de la eucaristía, que es
fundamento de nuestra fe? Más aún, ¿cómo entender que en ese pedacito de pan
está Cristo, entero, y que está presente en todas las formas consagradas, de
manera que todos lo podamos tomar?
Es
un misterio enorme, pero no menos grande que el misterio de nuestra existencia
y la del universo. Sólo puede interpretarse con una clave: el amor paternal y
maternal de Dios. Sólo el amor puede descifrar esas palabras enigmáticas, que
de tanto oírlas ya no nos impresionan, y deberían dejar una huella profunda en
nosotros. ¡Comemos a Cristo! ¡Estamos comiendo a Dios! Dios está dentro de nosotros,
corriendo por nuestras venas, asimilándose bajo nuestra piel. Estamos llenos,
empapados, penetrados de Dios. ¿Cómo podemos quedarnos igual, después de tomarlo?
¿Cómo podemos salir de misa fríos o indiferentes, o tal como entramos? Dios
está en nosotros. Su presencia nos une unos a otros, es el pan de la comunión, como afirma san Pablo. Si ya se hizo pequeño al
encarnarse, ¡cuánto más se ha humillado haciéndose pan, materia inerte, harina
molida y cocinada para ser nuestro alimento! Y lo ha hecho para dar de comer a nuestra alma, para que nuestra vida
espiritual no agonice ni perezca de hambre. Tanto como el pan físico
necesitamos el pan del cielo. Y ¿qué mejor pan que el mismo Dios? Es hermoso y
heroico ver a las personas que aman, entregándose a los demás. Jesús lo hace en
grado sumo: se entrega a sí mismo de manera que todos lo podamos tomar porque
quiere alimentarnos, fortalecernos y darnos su vida a todos. Hoy, en la fiesta
del Corpus Christi, tenemos sobrados motivos para sentirnos inmensamente
felices, inmensamente amados.
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