Lecturas:
Hechos 15, 1-2, 22.29
Salmo 66
Apocalipsis 21, 1-023
Juan 14, 23-29
Homilía
En estos tiempos en que ser cristiano comprometido resulta
poco “políticamente correcto”, Jesús nos ofrece estas palabras, pronunciadas en
su última cena, para darnos aliento.
Quien me
ama guardará mis palabras, dice Jesús. El amor no es cuestión de sentimientos
ni de promesas. El amor se traduce en acción, y guardar las palabras es
convertirlas en vida. Quien ama no es el que solamente cree, escucha y predica,
sino el que obedece y sigue a Jesús hasta el final. Esto significa guardar las palabras.
Por tanto, si nos decimos cristianos, debe notarse en nuestra
vida, en nuestras decisiones y en nuestra forma de estar en el mundo. No se
trata tanto de proclamar sino de dar testimonio con nuestro vivir cada día, tal
como señaló el papa Pablo VI: el mundo escucha mejor a los que dan testimonio
que a los que enseñan. Y si escucha a los que enseñan, es porque dan ejemplo de
lo que dicen.
¿Cómo escuchar lo que nos dice Jesús? ¿Cómo entender sus
palabras? Él mismo nos lo revela: el Defensor,
el Espíritu Santo, nos dará la inteligencia para comprender. Cuando Jesús
explicaba todo esto a sus discípulos aún no había muerto ni resucitado,
¡todavía les faltaba entender unas cuantas cosas! Pero con el tiempo lograron
captar el significado de todo lo que les había enseñado Jesús, lo hicieron
carne de su carne y lo esparcieron por el mundo.
Mi paz os
dejo, mi paz os doy. Esta frase que oímos tantas veces en la misa la
pronunció Jesús en ese momento, a punto de morir. Sabía que sus discípulos
caerían y quedarían abatidos por la tristeza y el miedo. Por eso quiere
dejarles otro regalo precioso: la paz. Pero esta paz no es como la del mundo,
señala Jesús. ¿Por qué no? En primer lugar, no es una calma absoluta, no es
falta de problemas, no es una paz psicológica o mental. Ese tipo de paz se
puede conseguir con diversas técnicas de relajación y se da espontáneamente cuando
las cosas van bien. Pero cuando la vida se agita como un mar tempestuoso ¿dónde
encontrar la paz? ¿Dónde está la paz en medio de la tormenta? ¿Dónde encontrar
la paz en medio de las dificultades?
Jesús nos la da justamente en esos momentos. Porque su paz no
es calma mental, sino un fundamento sólido donde arraigar nuestra vida. Su paz
es el amor del Padre creador, que nos sostiene en la existencia. Su paz es su
presencia, siempre con nosotros. Su paz es un pilar que jamás cae ni se
tambalea. Nosotros podemos vacilar… pero su paz nos aguantará siempre. Por eso
Jesús añade: Que no tiemble vuestro
corazón ni se acobarde.
No temáis, nos dice Jesús hoy. No tembléis, no dejéis que los
vendavales del mundo os lleven. Modas, imposiciones políticas, tendencias
culturales, falacias disfrazadas de bien, persecuciones… Hay mil vientos que
nos quieren arrastrar como hojas secas. Si estamos arraigados en Jesús, no
podrán. No tembléis.
Jesús añade que se va con el Padre. Y deberíais alegraros porque el Padre es más que yo. ¿Por qué lo
dice? En ese momento Jesús está hablando ante sus amigos como hombre mortal, y el
Padre, como Dios, es más. Pero con
esa frase nos está diciendo que toda persona que muere, sobre todo si muere
como él, firme en su lugar, sin desfallecer en su misión, también va al Padre.
Nos presenta la muerte como un encuentro gozoso, y no un final trágico. Hay
otra vida, otro universo, otra dimensión más allá. Dios nos espera a todos
allí. Desde los brazos del Padre, el Hijo siempre está con nosotros. Con esta
certeza, ¿qué sentido tiene tener miedo? Podemos temblar y dudar, pero si nos
anclamos en él, no hay motivos.
Que no
tiemble vuestro corazón… Confiad en mí.
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