29º Domingo Ordinario - C
Lecturas
Éxodo 17, 8-13
Salmo 120
2 Timoteo 3, 14-4, 2
Lucas 18, 1-8
Homilía
La segunda lectura de este
domingo nos presenta una frase que se ha hecho célebre: «proclama la palabra, insiste
a tiempo y a destiempo; arguye, reprocha y exhorta con toda magnanimidad y
doctrina». Es un consejo de Pablo a su discípulo y ayudante, Timoteo. Lo anima
a seguir anunciando el evangelio sin cansarse, con la ayuda valiosa de las
sagradas escrituras. Es un consejo que sigue vigente para todo cristiano de
hoy.
No debemos entenderlo mal, en
sentido fundamentalista. No se trata de machacar a los demás con un discurso repetitivo
y echando bronca. Si cansamos a la gente y la humillamos con nuestra presunta
superioridad moral, nos aborrecerán y rechazarán lo que tengamos que decir. Ni
siquiera querrán oír el mensaje. Pablo recomienda insistir y no cejar nunca,
pero también añade: con magnanimidad y doctrina, es decir haciendo uso de la
razón, de la inteligencia y de la bondad. No podemos imponer el evangelio a la
fuerza, y mucho menos con violencia y malos modos. Magnanimidad significa tener
grandeza de corazón, saber escuchar, acoger y ser tolerante con los demás.
Habrá quienes no quieran escucharnos o tengan motivos para no hacerlo, y hay
que respetarlos.
Pero tampoco podemos caer en
la otra actitud, que es la más habitual del pueblo cristiano. Con el pretexto
de ser prudentes y de respetar, nos callamos y hasta ocultamos nuestra fe.
Tenemos miedo a no ser políticamente correctos, a ir a contracorriente. Pero una
cosa es esgrimir nuestra fe como un hacha de guerra y otra cosa es comunicarla
con naturalidad. Podemos evangelizar con alegría, con belleza, con amabilidad.
Invitando, y no obligando; enamorando y no imponiendo; mostrando, y no
abrumando con discursos que la mayoría de personas ya no comprenden. Como decía
el papa Pablo VI, el testimonio de los cristianos, nuestra forma de vivir y de
estar en el mundo, será más eficaz que la mejor predicación.
Jesús en el evangelio explica
la parábola de la viuda insistente y el juez inicuo. Al final, a base de persistir
y hacerse pesada, la viuda logra su objetivo. Jesús nos exhorta a ser así, pero
no ante los hombres, sino ante Dios. Es decir, no nos cansemos de pedir a Dios.
Pero pidámosle cosas de justicia, no fruto de nuestro capricho e interés. A
veces no sabemos bien qué pedir, Dios nos está enviando lo que necesitamos en
este momento… ¡y no sabemos verlo!
Jesús apunta a uno de los
motivos de la falta de oración. No rezamos lo suficiente, no pedimos lo
bastante porque quizás nos falta fe. Si no creemos que Dios nos dará lo que
pedimos, ¿para qué intentarlo? ¿Hemos olvidado que Dios es un Padre bueno? La
insistencia demuestra no sólo fe, sino un verdadero deseo de conseguir aquello
que pedimos. Es cierto que a veces tenemos que reenfocar nuestras oraciones.
Pero si lo que pedimos es bueno, no dudemos que Dios nos lo concederá, en el
momento más oportuno.
Por último, un comentario
sobre la primera lectura, la batalla en la que Israel vence a Amalec en el
desierto. Mientras Moisés alza los brazos, en el monte, los israelitas ganan.
Cuando los baja, pierden. Entonces van Aarón y Jur, lo sientan en una roca y le
sostienen los brazos, uno a cada lado. Esta escena épica es una imagen de la perseverancia.
Cuando uno falla y se cansa, los compañeros lo sostienen. La fe no puede
vivirse en soledad. Es bueno contar con hermanos de camino que, en los momentos
de debilidad, nos sostienen y alientan nuestra fe. Recordemos que Jesús nunca
nos envía solos, sino, como mínimo, de dos en dos… Así es como podremos
perseverar mejor.
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