31º Domingo Ordinario - C
Lecturas:
Sabiduría 11, 22-12
Salmo 144
2 Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2
Lucas 19, 1-10
Homilía
El evangelio de este domingo nos cuenta la historia de
Zaqueo, el recaudador de impuestos convertido tras la visita de Jesús. Un
hombre codicioso, amante del dinero, experimenta tal cambio que decide devolver
lo injustamente cobrado, e incluso con creces. Jesús dice: «Hoy se ha salvado
esta casa», porque realmente en ella se ha producido un milagro. Un adorador
del dinero se ha convertido en un hombre generoso. Que una persona cerrada en
sí, volcada en sus propios asuntos, se abra a los demás y se preocupe por el
bien de otros es, sin duda, el mayor de los milagros. Y el cielo se alegra,
porque otro hijo perdido ha vuelto al hogar.
Podemos extraer varias enseñanzas de este episodio. El
primero es que todo ser humano, por miserable que nos parezca, es hijo de Dios.
Jesús va a buscar a las ovejas perdidas, y en este caso la oveja perdida es un
hombre rico. El personaje de Zaqueo nos resulta simpático desde la distancia,
pero si fuera hoy… Pensemos en alguien que se ha enriquecido a costa de los
demás, usando del fraude, la extorsión y el abuso. En alguien que ha explotado
a sus trabajadores, o se ha valido de enchufes y sobornos para lucrarse. ¿Qué
sentiríamos hacia todos los Zaqueos que nos rodean?
Jesús llama a Zaqueo y lo mira, no como a un odioso
recaudador, sino como a un ser humano. Y es esta mirada la que empieza a
sacudir el mundo interior de Zaqueo. Sin embargo, él ya buscaba algo. Cuando Zaqueo
se encarama a la higuera para poder ver a Jesús, es porque se ha dado cuenta de
que en la vida no todo es el dinero y la riqueza. El alma humana pide algo más.
Dios jamás nos fuerza ni nos obliga, pero cuando advierte
que tenemos sed de él, corre a darnos su agua de vida. Jesús ve en el corazón
de Zaqueo ese deseo que todos tenemos de amistad, de sentir que nuestra vida es
útil y marca una diferencia para alguien. En el fondo, lo que anhelamos no son
los bienes materiales, sino que nuestra vida tenga sentido y que esté unida a
la de otros. A veces, por miedo o malas experiencias, nos encastillamos en
nuestro mundo y luchamos sólo por tener: dinero, recursos, seguridades. Pero
esa lucha por sobrevivir y enriquecernos acaba por cerrarnos las puertas a una
vida plena de verdad. Y Jesús vino a traernos esta vida que todos anhelamos.
Sepamos mirar a los demás con ojos de Jesús. Ricos y pobres,
vecinos y extranjeros, personas afines a nuestras ideas y personas que piensen
diferente, o incluso lo contrario, creyentes y ateos, famosos y desconocidos.
Sepamos ver en cada persona ese ser humano que quiere amar y ser amado. Sepamos
mirarlos como nos gustaría ser mirados a nosotros: con amor, con aceptación,
con comprensión. Es esa mirada que tan bellamente se describe en la primera
lectura de hoy, del libro de la Sabiduría. Es la mirada del Dios madre-padre
que nos crea y nos sostiene en la existencia, por puro amor: «… tú eres
indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida. Pues
tu soplo incorruptible está en todas ellas.»
Sí, todos tenemos un soplo divino que nos alienta y nos hace
existir. Reposemos en este soplo, en esta mirada, y abrámonos a su amor. Floreceremos,
y podremos ofrecer lo mejor de nosotros a los demás.
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