Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24
Salmo 29
2 Corintios 8, 7-15
Marcos 5, 21-43
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Hoy nos encontramos con tres
lecturas preciosas, y todas aparentemente tocan temas muy diferentes. La
primera, del Libro de la Sabiduría, nos dice que Dios lo ha creado todo bueno,
y al hombre para que sea inmortal. El evangelio nos relata la resurrección de
la hija de Jairo y la curación de la mujer que padecía flujo de sangre. Y en
medio, san Pablo nos habla de la importancia de la generosidad.
Centrándonos en la carta de
Pablo, podemos encontrar una clave que une las lecturas de este domingo: la
generosidad de Dios.
Dios es espléndido en sus dones,
y su magnanimidad no tiene límites. Nos da la vida, pero no una vida estrecha y
mísera, sino abundante, llena de gozos y gracias. Es más, su intención es
darnos una vida inmortal, que no perezca. No podemos imaginar lo que será
nuestra vida cuando resucitemos…
Jesús, fiel al Padre, derrochó
esa generosidad en su vida mortal. Ve a los enfermos, a los padres desesperados
porque pierden a su niña, y corre a ayudarles. Reparte vida y salud a manos
llenas, porque Dios es así: amigo de la vida, de la salud, de la alegría. Jesús
se conmueve ante el dolor y el llanto y siempre responde. Cuando la mujer
enferma le toca el manto, como queriendo arrebatarle un poco de su poder, él se
deja “quitar” esa porción de gracia, de vida, de salud. Sólo quiere saber quién
es, para poder mirar a los ojos a quien se ha atrevido a tocarle. No, no le va
a negar su don. Le dará la salud, y le dará algo más que la mujer ni siquiera
ha pedido: la paz, la salvación, la reconciliación consigo misma y con el
mundo. No sólo restaura su cuerpo, sino su alma.
Dios es generoso, sí. Y nosotros,
a imitación de él… ¿no deberíamos serlo? Pablo se dirige a la comunidad de
Corintio, que destaca por su fe, por sus buenas obras, por su don de palabra,
por su entusiasmo evangelizador… Los elogia, los anima, pero añade: todavía os
falta un poco más. ¿Qué tal andáis de generosidad? ¿Por qué no destacaros
también por vuestra solidaridad con los que no tienen?
Si Pablo, o Jesús, vinieran hoy a
nuestras parroquias, quizás podrían decirnos lo mismo. A lo mejor podrían
elogiarnos por nuestra fe, por nuestra constancia, por nuestro compromiso y por
nuestra creatividad… ¿Y qué hay de nuestra generosidad? ¿Somos sensibles hacia
los pobres? ¿Y con la propia parroquia? ¿Contribuimos a su mantenimiento, o
dejamos que pase estrecheces y apuros económicos?
San Pablo, con palabras muy
sencillas, nos da todo un programa de justicia social y economía solidaria: «no
se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar.
En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y
un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad». No
se podría expresar mejor. Los seres humanos estamos aquí para ayudarnos, y
cuando a unos les sobra o tienen mucho, mientras que a otros les falta, estamos
permitiendo una injusticia. Siempre podemos hacer algo para remediar o aliviar
estas desigualdades, aunque sea a pequeña escala, a nuestra medida. Así
podremos hacer realidad, al menos en lo que esté en nuestras manos, esta
situación de equidad: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía
poco no le faltaba.»
Dicen los expertos que, cuando
uno tiene las necesidades básicas cubiertas, y un poco más, una mayor cantidad
de dinero ya no nos hace más felices, ni añade mucho a nuestra calidad de vida.
En realidad, si lo miramos bien, tampoco necesitamos tanto, y lo que hace
nuestra vida más plena y gozosa no son los bienes materiales que cuestan
dinero, precisamente.
Por eso, sepamos mirar con los
ojos de la Providencia, con los ojos generosos de Dios, y sepamos ayudar con
alegría. Seamos un poco más parecidos a nuestro Padre del cielo, que no
regatea, que todo nos lo da.
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