33º Domingo Ordinario B
Evangelio: Marcos 13, 24-32
«Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán», repite el
estribillo de una canción, inspirada en esta lectura del evangelio.
Antes de morir, Jesús quiere dar a sus discípulos un mensaje
de aviso, de alerta y de esperanza. Les esperan tiempos difíciles, pero en
medio de las tribulaciones Su presencia brillará como estrella en la noche y
aquellos que lo sigan serán rescatados y reunidos.
¿Qué significan estas frases de Jesús, tan apocalípticas?
En primer lugar, habla de cataclismos naturales: el sol
oscuro, las estrellas que caen, son signos bíblicos que ya leemos en los
antiguos profetas. La conmoción cósmica es un reflejo de la tormenta interior
de los seres humanos. Por eso a los signos se añade una gran angustia. Este es
el principal azote.
Estas palabras son de gran actualidad. ¿No oímos, hoy,
hablar del cambio climático? Las recientes inundaciones en Valencia y en otros
lugares, la tragedia de las víctimas, huracanes, seísmos, volcanes… La
naturaleza enfurecida no es algo nuevo, como tampoco la gran crisis de ansiedad
que golpea a los seres humanos. Hoy vivimos una pandemia de depresión, tristeza
y enfermedades mentales. Más allá de los cielos y la tierra, es el alma humana
la que se sacude y tiembla, la que se ahoga en medio de una riada abrumadora de
miedos, incertezas y confusión.
Pero en medio de esta tribulación, dice Jesús, el hijo del
hombre vendrá con poder y gloria y reunirá a sus elegidos. ¿Qué sucede? Que en medio
de las peores catástrofes, la caridad y el amor salen a relucir. Brota lo mejor
de las personas y todos aquellos que luchen por el bien, por ayudar a los
demás, por rescatar a sus semejantes, se unirán. También lo estamos viendo
estos días en Valencia. Junto a lo peor, también vemos lo mejor del ser humano.
Jesús llamará a los suyos y juntos sobrevivirán. De todo cataclismo siempre
queda un resto fiel, semilla de renacimiento.
La parábola de la higuera es una imagen con la que Jesús nos
llama a vivir alerta y despiertos. Hoy, además de ansiedad e incerteza, es
fácil vivir dormidos. O más bien aturdidos, con tanta televisión, redes
sociales y el bombardeo de noticias, series, programas… El exceso de información
nos abruma y nos incapacita para reaccionar. El miedo nos paraliza. El exceso de ruido nos ensordece y
atonta. Así, no estamos preparados para afrontar los desafíos que vienen, ni
para salir adelante. Parece que los poderes del mundo nos quieren bien distraídos,
saturados de noticias e incapaces. Pero Jesús nos exhorta a abrir los ojos.
Mirad: ¿no veis las señales en el mundo? El momento se acerca.
Ahora bien, estar despiertos no quiere decir especular con
las fechas, ni jugar a ser adivinos. Jesús rechaza de plano todas las profecías
que señalan un día o una hora concreta. El día y la hora nadie lo conoce, ni
siquiera los ángeles ni el Hijo (o sea, él). Sólo lo sabe el Padre. Podemos
atisbar que se acerca, pero no lo sabemos. Por eso hay que vivir preparados
siempre.
Estamos esperando un tren y no sabemos a qué hora llegará.
Pero si nos distraemos, nos alejamos de la estación y no tenemos las maletas a
punto, cuando llegue lo perderemos. Si estamos preparados, atentos y con el
equipaje en orden, en el momento preciso llegará, subiremos e iniciaremos el
viaje hacia nuestro destino.
Vivamos despiertos, atentos, cuidándonos unos a otros,
ayudándonos y ayudando a que otros despierten. Jesús vendrá a buscarnos. Nos
encontrará listos y seremos libres.
No lo dudemos: sus palabras son válidas hoy y siempre. Todo
en este mundo acaba y pasa, pero sus palabras no pasarán.