Este blog pretende reflexionar sobre los evangelios dominicales de los tres ciclos litúrgicos, proporcionando un material que ayude a laicos y a sacerdotes a hacer una lectura del mundo de hoy a la luz de la palabra de Dios.
2022-10-14
29º Domingo Ordinario C - La viuda y el juez
2022-10-07
28º Domingo Ordinario C - Sanación y salvación
2022-09-30
27º Domingo Ordinario C - Señor, auméntanos la fe
2022-09-23
Un abismo infranqueable
Lecturas:
Amós 6, 1-7
Salmo 145
Timoteo 6, 11-16
Lucas 16, 19-31
Homilía
2022-09-16
25º Domingo Ordinario - C - No podéis servir a Dios y al dinero
2022-09-09
24º Domingo Ordinario - C
Las lecturas de hoy nos presentan distintos
retratos de Dios. Pero todas nos muestran que
nuestro Dios, Padre, tiene un corazón
tierno de madre, incapaz de juzgar y de condenar. Siempre está dispuesto a
perdonar y a olvidarlo todo, listo para festejar el regreso del hijo que se
alejó y vuelve al hogar.
En la lectura del Éxodo
vemos cómo el pueblo en el desierto se cansa y se pone a idolatrar un
dios-novillo, una imagen fabricada en oro. Es como si hoy adoráramos algo
visible, material, el fruto de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, nuestra
propia obra. Moisés se enfurece, ¡defiende la causa de Dios! Pero Dios no se
enfada como él y se muestra paciente. ¿Cómo va a castigar al pueblo que ama?
Igualmente hoy podríamos pensar que Dios no se irrita contra los ateos, los
materialistas y los despistados que corren en pos de diosecillos falsos (fama,
dinero, confort, tecnología o bienestar material…) En cambio, se muestra
paciente y pide a los creyentes que sepamos dar un testimonio de auténtica
caridad y empatía con los dramas que sufren nuestros contemporáneos. Queremos
ser más exigentes que Dios… ¡qué osados!
San Pablo relata con
honestidad conmovedora su conversión. Se describe como un arrogante, descreído
y violento. Pero Dios tampoco lo castigó. Lo miró con compasión, lo llamó… ¡y
se fió de él para darle una gran misión! De perseguidor a apóstol ferviente. La
conversión de Pablo debería animarnos a todos: si Dios pudo obrar tal cambio en
él, ¿qué no podrá hacer en nosotros, si nos dejamos? Ah, pero falta que, como
Pablo, caigamos de nuestro caballo y escuchemos la llamada.
Jesús, ante los criticones que le acusan de comer con pecadores, responde con tres parábolas sencillas y de gran hondura. Los pecadores somos ovejas descarriadas del rebaño, monedas perdidas, tesoros extraviados. Somos hijos pródigos que hemos dilapidado nuestra vida (el gran bien que Dios nos ha dado) invirtiendo nuestro tiempo y energía quizás en cosas que no valen la pena. No hace falta gastar el dinero en juego y en mujeres para ser hijos perdidos. Podemos gastar la vida estresándonos en tareas inútiles, dispersos con el Whatsapp, Netflix, las redes sociales o los comadreos frívolos de la tele. Podemos derrochar el tiempo amasando una fortuna para nada, descuidando nuestras relaciones con la pareja, los hijos, la familia… Dios tiene paciencia. Dios nos espera, como el padre de la parábola. Jesús nos busca, como el pastor valiente o la mujer que barre su casa. ¿Puede una madre condenar al más criminal de sus hijos? Pues Dios, que es aún más amoroso que una madre, tampoco lo hará. Ablandemos nuestro corazón y descubriremos que Dios tiene su corazón abierto de par en par para recibirnos, siempre.
2022-09-02
23º Domingo Ordinario C
Las tres lecturas de hoy
son un poco incómodas. El libro de la Sabiduría nos dice que las cosas de Dios
son demasiado altas e inalcanzables para comprenderlas si su Espíritu no nos
ilumina. ¿Quién rastreará las cosas del cielo? O bien son muy utópicas: San
Pablo le pide a Onésimo que reciba a su esclavo fugitivo, ahora como hombre
libre, hermano en la fe. ¿Es posible saltar por encima de las clases sociales? Las
cosas de Dios también pueden ser demasiado difíciles: Jesús dice que nadie
puede seguirlo si no pospone a su familia, a sus padres e hijos, a su cónyuge.
¿Es posible valorar a alguien por encima de los de nuestra propia sangre?
Admitámoslo: aún entre los creyentes, nuestro primer valor casi siempre es la
familia, por encima de Jesús y de la fe.
Nos quedamos con esas
frases del evangelio y nos decimos que son demasiado para nosotros. Solo unos
pocos “elegidos” son capaces de renunciar a tanto. ¿Cómo vamos a preferir a
Jesús por encima de nuestros propios padres, hijos o esposos? El seguimiento a
Jesús es para los curas, los religiosos o los misioneros, no para mí.
Pero Jesús añade algo que
seguramente se nos pasa por alto: para seguirle también hay que posponerse… ¡a uno
mismo! Y ahí tenemos la clave: quien vive para sí no puede seguir a Jesús. Ante
Dios no valen las idolatrías: se le adora a él, o se adora a otro. Y ese otro
casi siempre es uno mismo. Cuando yo soy el centro de mi vida, todo cuanto gira
a mi alrededor es importante siempre que me aporte algo. Muchas veces valoramos
la familia por las ventajas y la seguridad que nos aporta: nos hace sentirnos
importantes, arropados, queridos, necesarios; nos protege y da buena imagen
ante el mundo…
Jesús no engaña a sus seguidores. No les promete éxito fácil ni complacer los deseos del ego. Les pone la comparación del hombre que calcula sus gastos y el general que mide las fuerzas de su ejército y del enemigo. Si queremos seguir a Jesús hemos de darlo todo y estar dispuestos a todo. Necesitamos desprendernos del afán posesivo, de cosas y de personas. Esto significa que centro mi vida, no en mí mismo, sino en él. Me “des-centro” y me vuelco en amar al otro. Porque amar a Jesús y amar al prójimo son sinónimos. Si me pospongo a mí para seguirle, no debo temer. No sólo amaré a Dios; amaré a los demás sin condiciones, y amaré mucho mejor a mi familia y a mis amigos si dejo de vivir centrado en mí. Porque lo primero que me pedirá Dios será, justamente, que ame al prójimo como Jesús nos amó. Con un amor bueno, sano, entregado, generoso, y no posesivo o condicionado por mil cosas, como suele suceder.
¿Es imposible? Si lo intentamos solos, quizás sí. Pero no estamos solos. Cada uno lleva su cruz, pero la cruz más pesada la lleva Cristo. Él camina con nosotros, él nos ayuda y nos alimenta con su pan.
2022-08-26
El que se enaltece será humillado
22º Domingo del Tiempo Ordinario - C
La semana pasada Jesús
decía que muchos últimos serán primeros. Hoy las lecturas nos proponen este
«mundo al revés» que parece desvelarse en la Biblia hebrea y en los evangelios.
Un mundo donde los humildes son enaltecidos, donde se premia la pequeñez y la
sencillez. Un mundo donde los invitados al banquete son los pobres que no
pueden corresponder. Un mundo donde los «importantes», los ricos y los soberbios
no caben. Un cielo donde millares de ángeles hacen fiesta con los pobres, las
viudas, los huérfanos, los desposeídos de la tierra. Ellos son los primeros en
el banquete de Dios.
¿Es que Dios alienta la
pequeñez, la miseria y el dolor, como denunciaban los filósofos de la sospecha
y los vitalistas ateos? ¿Es el cristianismo un consuelo para mediocres y fracasados?
¿Una religión victimista y resentida contra los que buscan la grandeza? Esta
preferencia de Dios por los pobres ¿no será una forma de enemistad contra el
desarrollo del potencial humano?
Cuando leemos un trozo de
los evangelios o de la Biblia no podemos aislarlo del resto, pues podemos
correr el riesgo de no comprenderlo bien. ¿Cómo Jesús, que no dejó de aliviar,
curar y consolar, puede representar a un Dios que ama lo miserable, lo ruin y
lo enfermo? No, no es así. Dios quiere dignificar al ser humano y darle vida
para que florezca en su esplendor. Al mismo tiempo, es tierno y compasivo como
una madre, de ahí su especial predilección por los más débiles y sufrientes.
Dios no puede soportar el dolor: Jesús se apiada de los que más padecen. Y
aunque las personas que sufren no puedan devolvernos jamás el favor o la ayuda
prestada, Jesús nos insta a que las atendamos y les abramos las puertas de
nuestras casas e iglesias. Ellos son los primeros invitados al banquete del
reino. Quizás serán, también, los que más agradecidos se sentirán, pues no tienen
nada y lo reciben todo.
En cambio, la Biblia nos
previene contra la actitud arrogante del cínico o del que se cree grande y
merecedor de todo: honor, reconocimiento, primeros puestos en los banquetes…
Cuántas veces nos peleamos por estar en primera línea, por «salir en la foto»,
porque nos cuelguen medallas o reconozcan lo que hacemos. Incluso en nuestros
servicios pastorales, en las parroquias, no estamos exentos de la tentación
vanidosa. El libro del Eclesiástico dice que la herida del cínico es de mal
curar. Porque el cínico, en el fondo, es el que se basta y se sobra, nadie
tiene que enseñarle nada. Es impermeable al consejo del sabio, pero también al
amor y a la compasión. No necesita nada y acaba aislado en su orgullo,
lamiéndose sus heridas en la más completa soledad.
Jesús nos previene. La
humildad, donde uno reconoce sus límites y nadie se erige por encima de los
demás, es un camino seguro hacia el reino de Dios. Y san Pablo habla con
imágenes muy bellas de cómo será el banquete celestial: «ciudad del Dios vivo,
Jerusalén del cielo… asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo».
2022-08-19
Últimos que serán primeros
21º Domingo Tiempo Ordinario - C
Isaías 66, 18-21
Salmo 116
Hebreos 12, 5-7. 11-13
Lucas 13, 22-30
2022-08-12
He venido a prender fuego...
20º Domingo Ordinario - C
Jeremías 38, 4-10
Salmo 39
Hebreos 12, 1-4
Lucas 12, 49-53
Descarga la reflexión en pdf aquí.
2022-08-07
19º Domingo Ordinario - C
«No temáis, pequeño rebaño, porque mi Padre ha tenido a bien daros el Reino...»
Lucas 12, 32-48.
Jesús se dirige a sus discípulos en tono
íntimo: los llama «pequeño rebaño». La expresión revela cariño: Jesús se
muestra como pastor de los suyos, y les avisa para que no caigan en ciertas
actitudes o tendencias que se apartan del proyecto que tiene para ellos. Y ¿qué
les dice? Primero, que «vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino». Ya de
entrada, ellos han dicho que sí al seguimiento, a la llamada, a la vocación. El
gran regalo es el Reino, es para ellos. Pero a cambio les exigirá: «vended
vuestros bienes y dad limosnas». No es que tengan grandes bienes porque, en
realidad, ya son pobres. Pero les alerta para que no sean codiciosos cuando
ejerzan sus responsabilidades más adelante, porque cuando uno desempeña un
cargo de autoridad es muy fácil caer por el tobogán de la avaricia y la
codicia. Jesús alerta a los suyos.
También les dice que atesoren riquezas en el
cielo. ¿Qué significa esto? Un tesoro inagotable en el cielo son las buenas obras
de caridad. Estamos en una situación social y económica en la que, si no tienes
algo, no eres nada ni nadie. No puedes ir por el mundo mostrándote vulnerable.
Sin embargo, Jesús llama a sus discípulos a esta vulnerabilidad espiritual. No
hay que ser puritano con el tener, pero sí hay que tener cuidado con la
avaricia. Por tanto, el tesoro inagotable en el cielo son las cosas buenas que
estamos haciendo, porque estas obras buenas contribuyen a hacer reino de los
cielos en medio del mundo.
Jesús sigue: «Tened ceñida la cintura».
Estamos, como he dicho, en una situación social compleja. Los continuos
vaivenes generan crisis y ansiedad en mucha gente. Problemas económicos serios,
la falta de soberanía energética, la dificultad de que la nación pueda generar
sus fuentes de energía y tenga que depender de otros lugares, comprando a
precios muy elevados. Estamos en medio de un conflicto bélico: Rusia,
Ucrania... Suenan tambores de guerra entre China y Taiwán. Y todo esto en medio
de una corrupción terrible en el ámbito político y económico. Pero Jesús nos
dice: «No temáis». Y luego añade: «Encended las lámparas». No nos achiquemos,
no dejemos que esta situación nos haga sentir completamente desvalidos o
incluso faltos de esperanza en un horizonte nuevo. Sabemos que Jesús está con
nosotros. Por eso es bueno alertar de tanto en tanto. Esta situación, esta
crisis económica, sanitaria, bélica, esta afirmación del orgullo del hombre
poniéndose en lugar de Dios, puede generar vértigo. Pero si Dios está con
nosotros, ¿quién contra nosotros? Algunos grupos y corrientes filosóficas pueden
pensar que el mundo lo llevan ellos, lo manipulan señores, diosecitos que toman
las grandes decisiones a nivel mundial, pero pensad que esto no es verdad.
Aunque ellos crean que sí y utilicen todos sus medios de comunicación, su
arsenal mediático, enorme, que va infiltrándose en nuestras televisiones para
lograr una manipulación sin precedentes. Están ciertamente marcando una
tendencia psicológica y existencial para apabullarnos por completo. No podemos
consentirlo de ninguna manera. No podemos arrodillarnos ante el miedo. No
podemos postrarnos ante esa gente que está al otro lado, en la oscuridad,
orquestando el futuro de nuestro mundo.
¿Dónde está Dios? ¿Se ha dormido en la barca,
como aquel día que navegaban por el mar y estalló una tormenta? Las olas de las
mentiras y la manipulación, las olas de la desinformación, el culto al cientificismo,
nos están llevando a la incapacidad de dialogar. Todo se censura y todos los
medios dicen lo mismo, ¡todos!, empezando por Europa y acabando por los países
asiáticos.
Jesús nos dice: No tengáis miedo. No digo que
no seamos prudentes y cautelosos. Pero lo que está pasando, según los
estudiosos en psicología y sociología, es un sometimiento absoluto por parte de
nuestra cultura occidental ante a los poderes de este mundo, esta unión de
globalistas que se han casado con el poder político y las grandes
corporaciones.
No tengáis miedo. Encended las lámparas de
vuestra fe, las lámparas de vuestra alegría, las lámparas de vuestra certeza.
No podemos rendimos ante el miedo, ante todo este impacto reiterativo, que hoy
podemos llamar terrorismo informativo, las 24 horas del día. Hemos pasado la
pandemia, ahora estamos con el cambio climático. No podemos idolatrar a los
políticos y a los ideólogos. No podemos creer todo lo que la prensa dice,
porque nos están abduciendo. Nos están sometiendo, estamos perdiendo la
soberanía, no sólo nacional, sino incluso personal. Cuando uno pierde su
identidad como persona se deshace, se desequilibra, se rompe. Pierde la
capacidad de pensar, de razonar, de discutir. No pasa nada por discutir a los
políticos. ¡Ellos no son científicos! No
les demos una categoría de dioses, como si nunca se equivocaran. No podemos
arrodillarnos ante los poderes de nuestro mundo.
No nos dejemos llevar, no temamos, pequeño
rebaño. Somos de Jesús. Somos de la gran corporación que es la Iglesia, extendida
por todo el mundo. Ojalá en estos momentos seamos un poco más valientes frente
a estas élites radicalizadas en su ideología. No sé si sabéis que el marxismo y
el comunismo han provocado más de cien millones de muertos en el mundo. ¿Sabéis
lo que es esto?
Encendamos esas lámparas de la fe en Dios que
nos ama para que llene de sentido todo lo que hacemos y decidimos.
Para acabar, Jesús dirá algo más, con esa
exigencia que a veces nos molesta, incluso a los curas. Es la exigencia que se
deriva del evangelio y que nos apela a todos, desde el Papa hasta el último
bautizado. «A quien mucho se le da, mucho se le exigirá.» Yo pienso: estamos
aquí, sentados, celebrando la eucaristía porque se nos ha dado mucho. El mismo
Jesús se nos da cada domingo en la eucaristía: el mismo Jesús murió por amor.
¡No digáis que no se nos ha dado mucho! La Iglesia nos da los sacramentos: se
nos pedirá mucho. Es como a un niño pequeño, cuyos padres se vuelcan en él, lo
aman con profundidad, le dan todo y más para que crezca con alegría. Sin
embargo, cuántos jóvenes desprecian a sus padres y cuántos desprecian a sus
abuelos. No responden a aquello que se les ha dado tan generosamente.
Nosotros hemos recibido el don de la vida, el
don de los amigos, el don de la esposa, de los hijos; el don de la fe, el don
de la vida sobrenatural, el don de los sacramentos. ¡Claro que se nos tiene que
exigir! ¿Qué hacemos? ¿Nos mantenemos con las luces apagadas, porque nos da
vértigo enfrentarnos a un mundo increyente, despiadado, que señala
permanentemente, matando a los profetas de nuestro tiempo? Incluso, y perdonad,
dentro de la Iglesia.
Mucho se le exigirá al que mucho se le confió.
Se nos ha confiado administrar esa maravillosa herencia que Dios nos ha dado
por medio de Jesús de Nazaret. ¿Qué hacemos con ese legado tan extraordinario?
¿O es que nos hemos adormecido? ¿Y si todo lo que está pasando en el mundo
sucede para que nos durmamos y nadie diga nada, nadie quiera cambiar nada, y se
autoconfine permanentemente? No lo digo yo: lo dicen obispos, teólogos, médicos
y filósofos cristianos.
Por tanto, mantengamos con firmeza nuestra fe.
Porque es la única manera de brillar en medio de la oscuridad, en medio de la
desesperanza, en medio de la profunda tristeza y ansiedad que hoy embarga a
mucha gente. Esto no se explica, pero sabed que ha habido muchos suicidios
producidos por las medidas restrictivas (que han sido más políticas que
sanitarias) ante la pandemia, especialmente entre la adolescencia y la
juventud, tantos como muertos por la enfermedad. Esto es trágico y los medios
no lo explican, porque no interesa. ¿Sabéis cuántas personas están muriendo
como consecuencia de las inoculaciones y las medidas tomadas? La prensa está
completamente vendida. Ha renunciado a decir la verdad. Y cuando renuncia a
decir la verdad, está sirviendo al poder diabólico, a la mentira y a la
desinformación.
Si algo quiere Jesús, y si algo quiere el
cristianismo desde el principio es la libertad. La libertad es un don de Dios
que nadie, bajo ninguna circunstancia real o ficticia, nos puede arrebatar,
nadie. No temamos, como nos dice Jesús. A pesar de las crisis, las olas y las
dificultades, él siempre está con nosotros y con él nada tenemos que temer. Así
sea.
Barcelona, 7 de agosto de 2022
2022-08-05
19º Domingo Ordinario - C
No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino...
La semana pasada, las lecturas nos invitaban a no sucumbir a la ansiedad por los bienes materiales y a aspirar a los bienes del cielo, esos bienes espirituales que son los que llenan de sentido la vida entera. Esta semana, las lecturas ahondan en este tema.
¿Dónde está nuestro tesoro? Jesús dice que allí donde esté
nuestro tesoro está nuestro corazón. ¿Cuál es nuestro tesoro? ¿Qué nos afanamos
por acumular? ¿A qué dedicamos más tiempo, más desvelos y esfuerzos en nuestra
vida?
El afán excesivo por acumular dinero y cosas suele venir del
miedo. Tenemos miedo a la pobreza y a la carencia, y este miedo a veces está
justificado, pero otras veces es una actitud general de desconfianza. No
creemos en la Providencia. Por eso, por si acaso, queremos acumular más de lo
que nos es necesario, pensando en el día de mañana o en emergencias que quizás
nunca sucederán. Es bueno ser previsor, pero muchas veces sobrepasamos la
prudencia necesaria y acabamos totalmente agobiados y obsesionados por tener
más y más.
Jesús nos invita a confiar en Dios: No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros
el reino. ¿Qué es el reino? Mucho más que todos los bienes que podamos
atesorar. Mucho más que tener lo necesario para vivir. El reino de Dios no es
pura supervivencia, sino vida plena y hermosa. El reino de Dios es una vida que
vale la pena ser vivida. Una vida que es entrega, generosidad, apertura al amor.
Esta vida incluye, y sobrepasa, nuestras necesidades materiales de cada día.
Por eso Jesús nos invita a buscar ese reino, acumulando un
tesoro en el cielo. Para ello hemos de estar bien despiertos, como esos
sirvientes fieles y en vela, que, aunque el amo está ausente, siguen cumpliendo
su deber con la máxima responsabilidad.
Tampoco nosotros vemos a Dios, pero él está en todas partes
y está dentro de nosotros. Un buen ejercicio espiritual, que recomiendan muchos
santos, es actuar, en todo momento, en
presencia de Dios, siendo conscientes de que él nos mira y nos acompaña. No
como un juez inquisidor, controlándonos, sino como un Padre amoroso que
contempla a sus hijos con inmenso afecto. Ante esa mirada llena de amor, ¿cómo
no vamos a hacer las cosas de la mejor manera posible, con calidad, con
belleza, con tacto y con cuidado? Si actuamos así seremos como ese servidor
fiel y prudente del que habla Jesús en su parábola de hoy. Y Dios nos hará
responsables de una pequeña o gran misión en su reino.
San Pablo en su carta a los hebreos, que hoy leemos, nos
invita a tener la fe de los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob se fiaron
totalmente de la Providencia. Pablo repasa la historia bíblica y explica algo
que vale la pena meditar. Todos ellos, dice, salieron de su patria sin saber
qué les esperaba. Se fiaron de las promesas de Dios, que les ofrecía otra
tierra mejor. La fe es justamente esto: fiarse de lo que te dice alguien digno
de confianza. Escuchar a quien te encomienda algo, aunque luego no veas los
resultados. Cuando Dios nos llama a una misión, quizás nunca veremos sus
frutos. Tan sólo seremos sembradores y otros cosecharán. Pero cuando la misión
es muy grande, hemos de aceptar que su cumplimiento necesita más tiempo que el
breve intervalo de una vida humana, y hemos de seguir trabajando con ganas y
esperanza. No se trata de un fiarse a ciegas, sino de un confiar en quien
sabemos que es digno de fe. ¿Y quién más digno de fe que el Creador que nos
sostiene y nos acompaña en nuestro existir?
Pero ¿cuál es esa patria, esa tierra prometida que los
patriarcas buscan? Ellos venían de Mesopotamia, una tierra rica y fértil, donde
tenían todo lo que querían y sus mismas raíces familiares. ¿Qué puede ser mejor
que esto? ¿Quién abandona su país, si no es para llegar a un destino mejor?
Pablo explica el significado de esta peregrinación de los patriarcas: «Es claro
que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de
donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una
patria mejor, la del cielo.»
2022-07-29
18º Domingo Ordinario - C
Todas las lecturas de
este domingo son preciosas lecciones del arte de vivir: nos invitan a dejar de
obsesionarnos por el tener y a abrazar el ser. Pero no sólo nos afanamos por el
tener… Occidente está enfermo de activismo, también nos aqueja la fiebre del
hacer y hacer. Conseguir objetivos, alcanzar méritos, acumular cargos,
medallas, títulos, hazañas. ¿Para qué? El autor del Eclesiastés es crudo y
realista. Para nada, ¡vanidad de vanidades! Todo pasa, nada queda.
El salmo nos invita a ser
sabios aprendiendo a contar nuestros años. Gestionar el tiempo es un paso para
aprender a vivir con sentido. No se trata de aprovechar el tiempo con avaricia
ni de atiborrar nuestras agendas, sino de vivir el presente, saboreando cada
momento, mirando a los ojos a quien tenemos delante, poniendo los seis sentidos
y toda nuestra pasión en lo que hacemos. Es gracias a Dios que existimos. Es su
amor el que nos da las fuerzas y la inteligencia para actuar. Nuestras obras
deberían ser actos de gratitud y adoración a él. ¡Cómo cambiaría el mundo si
todos trabajáramos con esta consciencia! Adiós chapuzas, adiós trabajos
inútiles, adiós empresas con fines inhumanos, que no favorecen la vida ni la
dignidad.
Jesús, en el evangelio,
nos previene contra la codicia que rompe familias y amistades. Herencias,
ganancias, lucro fácil… ¡Lo vemos cada día! ¿De qué sirve acumular bienes,
dinero, ahorros, casas y tierras? ¿Ha añadido intensidad, belleza y amor a nuestra
vida? Una gran trampa del diablo en nuestros días es justamente esta: nos
quiere convencer de que trabajando a destajo «nos ganamos la vida», cuando
ocurre lo contrario. Si no sabemos poner límites al trabajo y a la ambición
acabaremos perdiendo el tiempo, la salud y lo más valioso: el amor de nuestros
seres queridos.
¿Tener o ser? ¿Hacer o
vivir? Claro que hay que tener lo necesario para vivir dignamente, y claro que
el trabajo es bueno y edificante. Quien no trabaje, que no coma, dijo San
Pablo. Pero el mismo apóstol nos recuerda que nuestra vida vale más que las
pertenencias materiales y los afanes egoístas. ¿A qué dedicamos nuestra vida?
¿Gastamos más tiempo en ganar dinero que en estar con Dios, o con los seres
amados? ¿Estamos adorando al dinero o a nuestras obras?
Tenéis una vida con
Cristo, escondida en Dios, dice Pablo. ¡Qué hermoso! Nuestra vida es semilla
divina y está ahí, acurrucada en el corazón de Dios. Estamos llamados a ser
hombres nuevos, resucitados. Llamados a vivir en plenitud. Desde Dios podemos
reenfocar toda nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras posesiones. Entonces
viviremos de verdad.
2022-06-24
13º Domingo Tiempo Ordinario - C
Eliseo. Pablo. Juan y
Santiago… y muchos otros. ¿Qué tienen en común? Todos ellos fueron llamados a
anunciar el reino de Dios. Todos ellos, en un momento de sus vidas, tuvieron
que decidir. Y para ello tuvieron que dar un giro radical y romper, en cierto modo,
con su pasado, sus tradiciones, costumbres y ataduras culturales. Eliseo,
labrador, sacrifica sus bueyes, quema el yugo y los ofrece a Dios. Con la carne
prepara un banquete, obsequia a su familia y se despide para seguir al profeta
Elías, que lo ha llamado a ser su sucesor. Pablo, el fariseo fervoroso,
perseguidor de los cristianos, se convierte en el apóstol de Cristo más
entusiasta. De la esclavitud de la ley judía pasa a la libertad de los hijos de
Dios, donde la única ley es el amor.
Jesús amonesta a sus discípulos
y advierte a quienes quieren seguirlo. A Santiago y Juan los riñe para que no
sean fanáticos y respeten a quienes no quieren recibirlos. ¡La libertad de
conciencia es sagrada! El mismo Dios respeta a quienes lo rechazan, ¿cómo no
vamos a hacerlo nosotros? Pero a quienes se sienten atraídos por él les pone el
listón muy alto. Muchas personas se entusiasman con Jesús por su carisma.
Igualmente sucede hoy: puede haber líderes, sacerdotes o misioneros que atraen
con su personalidad vibrante y por su vida de fe coherente y apasionada. El
éxito y el testimonio atraen. Pero pocas personas están dispuestas a las
renuncias que pide el seguimiento de Jesús. ¿Sabrán desprenderse de sus bienes,
aceptar el riesgo, el cambio, la provisionalidad, la crítica, el rechazo?
¿Sabrán aceptar la cruz?
Quien echa mano del arado y mira atrás no vale para el reino de Dios, dice Jesús. Es duro, pero real: quien se aferra a sus seguridades y a sus prejuicios, sus ideas, sus conceptos, su clan familiar, su dinero… no puede abrirse a la novedad incesante del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y lleva a lugares insospechados. Para ser cristiano hay que ser libre. Y San Pablo explica maravillosamente qué es ser libre de verdad: es libre quien vence al egoísmo. Seguir la carne aquí significa vivir centrado en uno mismo y buscar solo el propio bien, con lo cual en seguida saltan los conflictos con los demás y las envidias. Pablo sabe muy bien lo que ocurre en una comunidad dominada por los egoísmos y el afán de poder: se devoran unos a otros. En cambio, el Espíritu Santo es un impulso de amor, de servicio, de unidad, de búsqueda del bien del otro por encima del propio. La auténtica libertad es vencer al propio tirano: el ego, y entregarse a amar a los demás. Sed esclavos unos de otros por amor. El amor al prójimo no es una atadura, sino la ruptura de todas las cadenas. Porque, como nos recuerda el apóstol, nuestra vocación es la libertad.
2022-06-03
Ven, dulce huésped del alma
Salmo 103
1 Corintios 12, 3-13
Juan 20, 19-23
Descarga aquí la homilía en pdf.
2022-04-01
5º Domingo de Cuaresma - C
Las tres lecturas de hoy nos invitan a dejar atrás todo lo que nos ata, nos
esclaviza o nos hunde en el abismo para dejar nacer algo nuevo.
El profeta Isaías habla al pueblo de Israel exiliado con palabras llenas de
esperanza. Lo invita a dejar atrás la nostalgia por lo que ha perdido. Dios
puede hacer que el desierto florezca, sacando frutos del yermo. Así, de las
cenizas de nuestro dolor y fracaso, siempre puede surgir vida, porque el Señor
de la vida nunca nos abandona. ¿Confiamos en Dios? No nos desesperemos nunca,
porque él puede regenerarnos: «Mirad que hago algo nuevo, ya está brotando, ¿no
lo notáis?» Dios no desea nuestra ruina, su gloria es que vivamos en plenitud y
podamos cantarle agradecidos.
Pablo, el hombre renovado tras su encuentro con Jesús, también se ha
desprendido de un gran lastre del pasado. La esclavitud de la ley, la tiranía
del afán perfeccionista y la fuerza de voluntad han dado paso al amor gratuito
de Dios, vertido en Cristo. De ahí nace la confianza y la fe. Sus méritos
propios y su esfuerzo nada valen al lado de la amistad con Cristo. Él es su
amor, su tesoro, su triunfo. Lo demás es nada, «basura». Pablo ha aprendido a
pasar del merecimiento al amor; de la lucha por ganar a la gratuidad del
recibir.
¿Cómo mejor se puede ilustrar la bondad de Dios que con el episodio del
evangelio? Una mujer adúltera, acusada ante Jesús, es utilizada como una
trampa. Si él acepta que la condenen, cumple la ley pero falla a su bondad; si
la perdona, está rompiendo con la ley de Moisés. ¿Qué hará? Jesús es más
inteligente que los acusadores. No romperá con la ley, la llevará hasta su
extremo. ¿Queréis lapidarla? El que esté libre de pecado, el que sea justo y
puro, que lance la primera piedra. Con esto, Jesús les recuerda que solo Dios
tiene la potestad de juzgar y condenar… Los fariseos y letrados se retiran,
confusos y abrumados. Jesús los ha dejado en evidencia. ¿Quién es perfecto para
juzgar sino Dios? Pero Dios, por encima de todo, es misericordioso y clemente.
No desea la muerte de sus criaturas, ni su castigo, sino su redención. No
quiere destruirnos, sino recuperarnos. No se ensaña con los enfermos y los
cautivos del mal, sino que los rescata. Así lo hace Jesús. Ante la mujer que se
ha quedado sola, no la condena. Tampoco niega su pecado. Pero le abre una
puerta hacia la sanación de su alma y la rehabilitación de su vida: «Vete y no
peques más». Con estas palabras de paz y liberación Jesús está abriendo un
sendero de luz en el corazón herido de aquella mujer, utilizada por los
hombres. Está haciendo que en su desierto interior, tal vez lleno de zarzas,
brote algo nuevo. Así es Dios: antes que juez, es padre cariñoso y salvador.
2022-03-25
4º Domingo de Cuaresma - C
Con la parábola del hijo pródigo Jesús traza el retrato más vivo y profundo
de quién es Dios Padre. ¡Un Dios cuya justicia es asombrosa!
No basta creer en Dios o creer que existe. ¿Qué imagen tenemos de Dios?
¿Cómo es nuestra relación con él? ¿Nos sentimos juzgados, vigilados,
censurados, controlados? Si decimos que Dios es amor, ¿nos sentimos realmente amados
por él? ¿Confiamos en su amor? ¿Cómo experimentamos su perdón? ¿Nos sentimos
justos e irreprochables, como el hijo mayor del relato, merecedores de un
premio y con el derecho a juzgar a los demás? ¿O nos sentimos tan miserables,
como el hijo menor, que no nos atrevemos a ser hijos, sino solo siervos?
Jesús nos presenta a un Padre Dios de bondad insólita y sin límites. En
primer lugar, nos da total libertad. Deja que el hijo menor se vaya sin
detenerlo, aunque se equivoque. En segundo lugar, es generoso. Le da su parte
de la herencia al joven, aunque no sea el momento y aunque sepa que la va a dilapidar.
Así es Dios con nosotros: nos da la vida, nos lo da todo y no pide
explicaciones ni nos impide seguir nuestro camino. Nos deja libres aunque sea
para alejarnos de él y causarnos daño, a nosotros mismos y a los demás. ¡Qué
misterio tan grande!
Pero ¿qué hace cuando el hijo regresa? Lo acoge. No solo le abre las
puertas de su casa, ¡corre afuera para abrazarlo! Sale, se avanza, “primerea”,
como dice el Papa Francisco. Dios siempre se anticipa porque quien ama mucho no
puede esperar más, ¡corre! Después, perdona, y más aún: olvida. No le pide
cuentas, no le echa nada en cara, no le recuerda sus faltas y su error. Cuando
el hijo empieza a hablar lo interrumpe. Nada de excusas ni humillaciones. Lo
viste como un príncipe y le ofrece un banquete. El cielo está de fiesta, dice
Jesús, cuando un pecador se arrepiente y regresa a los brazos del Padre.
¡Qué Padre tan bueno! ¡Qué Dios tan derrochador de amor, de perdón, de acogida, de ternura! A los ojos racionales del hijo mayor, que se cree perfecto, eso es injusto. Su visión es clara, pero carente de amor y de compasión. Es la postura de quien cree ganar el cielo con sus méritos y esfuerzos. Jesús nos enseña que el cielo no se gana, lo ofrece Dios a todos, gratis, y basta solo ser humilde y tener el corazón abierto para dejarse invitar y acoger, sobre todo cuando hemos caído y nos hemos arrastrado por el barro del desamparo, la soledad y la pobreza más honda, que es el vacío interior, la falta de sentido y de amor en la vida. Dios es así: generoso, respetuoso de nuestra libertad, acogedor y festivo. Como dice San Pablo, nos llama a todos a reconciliarnos con él. No nos pide cuentas de nada. Nos abraza y con su amor nos renueva: lo antiguo ha pasado. Lo nuevo ha comenzado.
2022-03-18
3r Domingo de Cuaresma - C
2022-03-11
2º Domingo de Cuaresma - C
La lectura del Antiguo
Testamento nos muestra a Abraham ofreciendo un sacrificio a Dios en lo alto de
un monte. Dios acepta su sacrificio, pasando como fuego entre los animales, y le
hace una promesa: será padre de un gran pueblo. Abraham cree sin dudar y el
autor bíblico añade: «se le contó en su haber». Creer en las promesas divinas
nos abre a la maravilla de lo inesperado, que sobrepasa todas nuestras
expectativas. Abraham quería tener un hijo… ¡y fue padre de una multitud!
El evangelio de hoy nos
lleva a otro monte, el Tabor, donde Jesús se transfigura ante sus discípulos
más amados: Pedro, Santiago y Juan. El monte, lugar de oración, es un lugar de
transformación. No es Dios quien cambia cuando rezamos, sino nosotros: somos
transformados y vemos las cosas de otra manera. Allí, en el Tabor, los
discípulos vieron a Jesús como quien realmente era, en su gloria. Hombre y a la
vez Dios. La voz que escuchan no es la de ningún profeta ni su propia
imaginación: es el mismo Padre quien los exhorta a escuchar a Jesús. Esto
cambiará sus vidas radicalmente.
San Pablo escribe a una comunidad muy querida: la de Filipos. Apenado porque muchos cristianos se dejan llevar por el materialismo del mundo y por seguir la voz de su propio egoísmo y complacencia, exhorta a los filipenses a seguir fieles a Jesucristo y a llevar una vida honesta. Utiliza una expresión hermosa: ¡somos ciudadanos del cielo! Vivimos en este mundo pero ya no pertenecemos a él. Somos de Dios, somos del cielo, y llegará un momento en que, al igual que Cristo, todos nosotros seremos transfigurados y pasaremos a vivir una existencia gloriosa, sin muerte y sin corrupción. Pablo alude a una realidad misteriosa que solo podía conocer por su encuentro con Jesús, al igual que la conocieron Pedro, Santiago y Juan: la certeza de que, más allá de la vida terrenal, nos espera una vida resucitada, gloriosa, eterna y plena, como no llegamos a imaginar. Esta certeza nos da valor, esperanza y alegría para vivir, ya aquí, como si viviéramos en el cielo. No hay lugar para el miedo ni la tristeza. Las lecturas de hoy nos hablan de vivir con gozo y confianza, amando y haciendo el bien. ¡Somos de Dios! Somos ciudadanos de su reino.
2022-03-04
1r Domingo de Cuaresma - Las tentaciones de Jesús
El primer domingo de
Cuaresma leemos el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. El
lugar de oración se convierte en un campo de batalla donde dos fuerzas libran
su combate por ganar el alma humana. Tampoco Jesús, como hombre, se libró de
esta pugna.
¿Qué significan el pan,
el poder sobre todos los reinos del mundo, la protección angélica ante un acto
temerario? Jesús podía caer en estas tres tentaciones que nos acechan a todos
los cristianos y a toda persona llamada a una misión de servicio. ¿Reducimos
todo a la economía y al sustento? ¿Nos basta con procurar el bienestar
material? ¿Creemos que el poder es necesario? ¿Se puede conseguir un fin bueno
con cualquier medio? ¿Cultivamos una fe milagrera, que necesita prodigios y
signos para creer en Dios? Jesús responde con firmeza. No solo de pan vive el
hombre. ¡No podemos endiosar la economía ni el dinero! Tampoco podemos adorar a nadie más que a Dios. Adorarnos a nosotros mismos, a nuestra obra, nuestro esfuerzo y
logros, nos convierte en tiranos o en esclavos, por mucho que queramos hacer el
bien. Y finalmente, como diría San Juan de la Cruz, lo más importante para
crecer espiritualmente no son los milagros ni las experiencias sobrenaturales,
sino la fe pura, desnuda, que se entrega sin condiciones aún sin tener pruebas
de nada: esto es amor.
En el fondo de las tentaciones hay una base común: la adoración de uno mismo, inducida por el diablo que nos quiere alejar de Dios y romper nuestra relación con él. Creernos dioses, en realidad, nos destruye. La primera lectura del Éxodo recuerda la historia de Israel y su deber de gratitud hacia Dios, que le ha dado la tierra prometida. Quien se cree autosuficiente, ¿a quién tiene que agradecer nada? San Pablo en la segunda lectura nos habla de la palabra que salva: la que se aloja en el corazón y aflora en los labios. La fe del corazón nos redime: es allí, donde se alberga el amor, donde nacen la confianza y la gratitud que nos hacen adorar a Dios y verlo como el que es. Cuando reconocemos a Dios como fuente de nuestro ser y nuestra vida, podemos experimentar su ternura y sentirnos profundamente agradecidos. La gratitud nos hace humildes y adoradores. Nos hace conocernos. Y nos salva.