2014-01-31

La presentación de Jesús


La presentación de Jesús

Nuestro Dios es un judío


  • Como cualquier niño judío, Jesús fue circuncidado a los ocho días de nacer. Este era –y es aún hoy– el signo visible de agregación al pueblo judío, el sello físico de la alianza. Nuestro Dios es un judío. Aquel niño está asumiendo en sus hombros toda la historia de una raza ensangrentada. Perseguida antes de él; perseguida también después. Allí, sobre el altar, sin poder hablar, o hablando con su sangre, Jesús dignifica la circuncisión al aceptarla y, al mismo tiempo, abre los cauces de una alianza más ancha…

  • Llamado Salvador 

  • El nombre era algo muy importante para los judíos. No se elegía por capricho: significaba un destino e influía en el carácter de quien lo llevaba, como un lema. Jesús es la forma griega del hebreo Josué, abreviatura de Yashoúah, que significa Dios salva. Yahvé es salvador: este niño que ahora lloraba bajo el cuchillo circuncidador, iba a cambiar el mundo y a salvar al hombre. ¿Quién lo hubiera pronosticado? Con sangre empezaba este nombre, con sangre concluiría y se realizaría.

  • Jesús. María pronunció este nombre recordando las palabras del ángel. Las recordaba, temblando, allí en la gruta abierta a todos los aires. Temblaba al ver aquella sangre que manchaba los pañales y que no tenía olor a reino ni a victoria. Sabía que salvar era hermoso, pero también que nunca se salva sin sangre. Y pasó un mes. No hubo ángeles, ni milagros. María y José se sentían llenos de gozo. Pero el misterio gravitaba sobre ellos y tenían muchas más preguntas que respuestas.

  • La purificación de la Purísima 


  • Cuarenta días después del alumbramiento, las madres hebreas se presentaban en el templo para ser purificadas. El parto las hacía contraer una impureza legal, no moral, que las impedía tocar objetos sagrados o pisar lugares de culto. ¿De qué iba a purificarse la que era inmaculada? Moralmente, ninguna madre necesita purificarse. Como dice san Pablo: la mujer se salvará por ser madre. María aceptó la costumbre de su pueblo. Más tarde, su hijo purificaría la ley; mientras tanto, ella la cumplía con sencillez y naturalidad.

  • Con aquel niño, el templo estaba siendo invadido por una presencia de Dios como jamás el hombre soñó. Junto a María había otras muchachas, jóvenes y alegres como ella, compartiendo el orgullo de ser madres recientes. Ante las inmensas trompas que abrían sus bocas como lirios, para recibir las ofrendas, María depositó dos palomas. Era la ofrenda de los pobres. Las ricas ofrecían un cordero. Pero María no se sentía humillada. Tampoco orgullosa. Si Dios había hecho las cosas así, quizás sería porque le gustaba la pobreza…


  • El rescate del primogénito

  • Los primogénitos, en Israel, eran propiedad de Dios, un signo permanente de la salvación de Israel, memorial de la Pascua. En rigor, los primogénitos hubieran debido dedicar su vida entera a Dios. Pero eran los miembros de la tribu de Leví quienes cubrían este servicio por todos ellos. María intuía un gran misterio en esta ceremonia. Sabía que este hijo suyo era más propiedad de Dios que ningún otro. Todas las madres sospechan que sus hijos no son suyos y que un día los verán alejarse, embarcados en su libertad. María debió comprender esto mejor que nadie. Aquel hijo no sería suyo. ¿Cómo podía dar lo que era más grande que ella, lo que siempre había sido de Dios?

  • Un anciano de alma joven 

  • Un anciano llamado Simeón se acercó a María, le tomó el niño en brazos y estalló en un cántico de júbilo reconociendo en él al salvador del mundo. ¿Se trata de una representación literaria de la expectación de Cristo? El cántico de Simeón nos lleva a los cantos litúrgicos de las primeras comunidades, puesto por Lucas en el comienzo de su evangelio como una proyección de la fe de sus lectores… Pero el retrato de Simeón es coherente con la espiritualidad de muchos judíos de la época. Que eran observantes y esperaban la consolación de Israel. Lucas parte de un encuentro histórico con Simeón.

  • Era como un centinela al que Dios hubiera enviado para vigilar la aparición de la luz. No miraba hacia atrás, sino hacia adelante, y no sólo hacia el futuro de su pueblo, sino al futuro de todas las naciones de la tierra. Un anciano que, en el ocaso de su vida, hablaba de la promesa de un nuevo día. No hay muchos ancianos así. Ancianos en los que la alegría se enciende al final de su vida como una estrella. Solo se enciende la luz para quien la ha buscado mucho. Simeón había envejecido en la espera, pero no había perdido la seguridad de encontrarla. Y ahora, no solo estalla de júbilo. Se convierte en profeta.

  • La espada de doble filo
  • El primer descubrimiento de María y José fue que su hijo había venido a salvar, no solo al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Simeón dice que este niño trae la salvación para todos los pueblos. El corazón de María debía estallar de alegría… Pero también sería el servidor sufriente profetizado por Isaías: este era el segundo rostro del Mesías, que el pueblo prefería ignorar. Simeón lo dijo sin rodeos a María. Su hijo sería el Salvador, no solo de aquellos que quisieran aceptar su salvación. Sería resurrección para unos y ruina para otros. Ante él, los hombres tendrían que apostar, y muchos lo harían contra él.


  • Su hijo dividiría en dos la historia. Y María estaría en medio. ¿Por qué anticipar el dolor? Al clavar Simeón una espada en el horizonte de su vida, la había clavado en todos los rincones de su alma. ¿Por qué? Tendremos que profundizar en el sentido de esa espada, que es más que el dolor físico y el miedo. Lucas utiliza una palabra, ronfaia, que designa un espada de grandes dimensiones. Esta palabra no volverá a utilizarse en el nuevo testamento hasta el Apocalipsis, donde aparece cinco veces para simbolizar la palabra de Dios. Esta espada será la palabra viva y eficaz que revela la profundidad y juzga los corazones.

  • La prueba de la fe 

  • Aceptando la maternidad divina, María debe llevar a cuestas todas las consecuencias. La espada de la palabra de Dios revelará sus pensamientos, juzgará su fidelidad y probará su fe. En esto se convierte en figura de la Iglesia. Su victoria sobre la fe será aceptar la cruz en la vida de su hijo. Como todos los cristianos, María tendrá que vivir en su carne lo que falta a la pasión de Cristo. ¿Era realmente necesario? ¿No podía salvar a los hombres sin verter su sangre? Era duro de aceptar. Le hubiera gustado, quizás, un Dios fácil y sencillo, dulce, bondadoso. Pero no puede fabricarse a capricho una salvación de caramelo. Si hay tanto mal en el mundo, la salvación no puede ser un cuento de hadas.
  • Ahora empezaba a entender el sentido de su vida… Dios quemaba. Era luz, pero también fuego. Y ella había entrado en su órbita. El eje del mundo pasaba por aquel bebé que dormía en sus brazos. Obedecer, creer: le había parecido fácil. Ahora sabía que no. Volvió la vista atrás y contempló sus quince años como un mar en calma. Ahora entraba en la tempestad y ya nunca saldría de ella. Regresaron a Belén en silencio. El niño dormía en sus brazos. Pero ella veía la espada en el horizonte. Una espada enorme y ensangrentada, segura como la maldad de los hombres, segura como la voluntad de Dios.
  • Textos extraídos de Vida y misterio de Jesús de Nazaret, de J. Luis Martín Descalzo, cap. 7, “La primera sangre”.

2014-01-24

El pueblo que vivía en tinieblas vio una gran luz


3 Domingo Ordinario - El pueblo vio una gran luz

3r domingo tiempo ordinario

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Mt 4, 12-23

Jesús llama a los primeros discípulos


El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz. Después de la muerte de Juan Bautista, Jesús aparece como una luz que brilla en medio de su tierra. Tomando el relevo de Juan, comenzará con entusiasmo su ministerio público, predicando el mismo mensaje que proclamara el Bautista: Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos. Jesús recoge esta misiva para ir preparando al pueblo de Galilea, que entonces era tierra de gentiles, donde los fieles judíos formaban una minoría rodeada de población pagana.

Pero Jesús sabe que la misión de la palabra pasa por reunir a los primeros discípulos. No quiere permanecer sólo, sino que llama a un grupo de seguidores para que estén junto a él y expandan también la noticia del Reino de Dios. Podríamos decir que con ellos nace el germen de la iglesia que luego estallará en Pentecostés: la iglesia fundacional.

Pedro, Andrés, Juan y Santiago dejan el negocio de la pesca para seguir a Jesús. Él llama a estos hombres de la mar para que lo sigan y juntos recorrerán los caminos de Galilea, proclamando el Reino de los Cielos.

Jesús nos llama


Esa luz que iluminó las tierras galileas asoma también a nuestro corazón. Hoy, Jesús nos llama a seguirle, a estar con él, a recorrer nuestras calles y ciudades, nuestras Galileas contemporáneas. Nos pide dejar las redes, todo aquello que nos impide ser libres para confiar totalmente en él. No nos pedirá, quizás, que dejemos nuestros negocios, nuestras familias, nuestros hogares. Pero sí nos pedirá que dejemos atrás todo cuanto apaga nuestra valentía para poder caminar junto a él.

Esto implica confianza y una profunda conversión. La palabra conversión significa girarnos hacia él, emprender un nuevo itinerario, fiarse pese a las dudas o a la oscuridad. Como los primeros discípulos, estamos llamados a seguirle inmediatamente, sin vacilar. Esta es nuestra vocación cristiana: en el centro de nuestra vida religiosa ha de brillar Cristo. Sin miedo, inmediatamente, hemos de decir sí. Hoy, más que nunca, el mundo necesita cristianos firmes y decididos que prediquen con todas sus fuerzas que Dios nos ama.

La necesaria conversión


Hoy estamos aquí porque ya hemos dicho sí, ya le hemos seguido. Por eso participamos de la eucaristía, del sacramento del amor de Dios. Quizás nuestra conversión será ser conscientes de nuestra identidad misionera y evitar la apatía, no dejando que la frialdad religiosa de nuestro entorno ponga obstáculos en nuestros pasos hacia Jesús. Quizás creemos estar totalmente convertidos cuando todavía hay desunión dentro de los mismos seguidores de Jesús. San Pablo en su carta a los Corintios nos recuerda que somos uno, que el cuerpo de Cristo no está dividido. En la medida en que estemos unidos a Cristo estaremos convertidos.


Como comunidad de la Iglesia hemos de anunciar y proclamar el evangelio, igual que hicieron Jesús y los suyos. Y, además de difundir esta buena nueva, también tendremos que aliviar el dolor y curar enfermedades, especialmente las dolencias del alma, aquellas que nos hacen sentirnos vacíos. Hoy, más que nunca, el mundo necesita la dulzura y el amor de Dios. Nosotros, como cristianos, somos las manos sanadoras y amorosas de Dios Padre.

2014-01-18

Este es el Cordero de Dios


2º domingo tiempo ordinario

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. … Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. 
 Jn 1, 29-34 

El cordero, símbolo de una entrega 


Con este evangelio, podemos decir que ha culminado la misión de Juan el Bautista de preparar al pueblo judío ante la venida del Mesías. El hijo del Hombre ya es un adulto consciente de su tarea. Juan lo ve llegar y dice: Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Qué significan estas frases? ¿Qué evoca la palabra cordero, más allá de una connotación bucólica? 

Juan reconoce que Jesús es el Hijo de Dios. También él esperaba al Mesías; preparaba al pueblo, pero no sabía quién sería el elegido. Aunque conocía a Jesús, ignoraba su relación con Dios. Por eso dice dos veces, no lo conocía, en un sentido espiritual de la palabra. 

Después del Jordán, Jesús inicia su ministerio público sabiendo que cumplir la voluntad de Dios lo llevará a entregar su vida. El que quita el pecado del mundo es el que derramará su sangre, el que se entregará por amor hasta dar la vida por rescate de todos. Este es el sentido de la palabra cordero. Jesús mismo se ofrecerá como víctima, de la misma manera que en la antigüedad los corderos eran sacrificados para aplacar la ira divina. Pero, esta vez, la entrega será libre y voluntaria, unida a la voluntad de Dios. 

Juan, el hombre despierto 


Juan se exclama al ver a Jesús. Vemos en él dos actitudes muy importantes. Una, la de reconocer al hijo de Dios. Los cristianos ya no estamos en esa etapa de expectación, pues sabemos que Jesús ha venido. Pero no siempre sabemos reconocerlo. Él se manifiesta de mil maneras por todo el mundo. ¿Sabemos descubrir la presencia de Cristo en el mundo? ¿Cómo y de qué manera viene a nosotros? Hemos de estar muy despiertos, abiertos a los signos de los tiempos, para darnos cuenta de que Dios habla con un lenguaje diferente al nuestro ―el lenguaje del amor, de la caridad, de la generosidad―. En él descubriremos la huella de su bondad en medio del mundo. 

Jesús no tiene otra misión que salvar la humanidad; no tiene otro cometido que perder su vida por amor. Sabe que ha de sufrir para rescatarnos de la esclavitud de todo lo que nos aleja de Dios. Padecerá para limpiar nuestras almas del orgullo que impide que Dios entre en nuestra existencia. Podríamos establecer un paralelismo entre la vida del cristiano coherente y la vida de Jesús. En nuestro testimonio, los demás han de poder ver que somos seguidores de Jesús de Nazaret. Aunque esto a veces pase por un camino de dolor, de cruz. Con nuestro trabajo apostólico estamos redimiendo el mundo. Estamos llamados a luchar y a trabajar para que en el mundo haya menos pecado, menos egoísmo, menos envidias; para que el mundo gire hacia Dios y no se vuelva contra él. 

La humildad de Juan: saber apartarse 


Es hermoso constatar la humildad de Juan Bautista. Cuando señala a sus discípulos: Este es el cordero de Dios, está cediendo el paso. Se retira y deja que Jesús culmine el proyecto de Dios. Juan ha realizado una tarea pedagógica de preparación y ahora Jesús toma el relevo y convierte la esperanza en alegría y en amor. Por eso Juan, humildemente, se reconoce poca cosa ante él. Asume que su labor educativa ante el pueblo de Israel ha acabado y que Jesús tomará el testigo. 

Los padres y los educadores también hemos de ser conscientes de que, a veces, hemos de apartarnos para que los otros crezcan. A veces se crean relaciones de dependencia o de sumisión entre padres e hijos, o en las empresas, cuando alguien demuestra capacidades de gestión y se le ponen trabas para que no destaque sobre los otros. Juan se aparta. A cada uno de nosotros le sucederá, algún día, que quizás tendrá que apartarse para que otros retomen con entusiasmo la propagación de la fe. Hoy, en nuestras eucaristías, a vista de pájaro, vemos que hay muy poca gente joven. Es el momento en que el laicado dé testimonio de su fe. Los cristianos hemos de ser muy conscientes de lo que somos, aunque esto comporte rechazo social. Y también hemos de confiar y dejar que la gente joven ascienda, que crezca en su potencia intelectual, espiritual, de generosidad y de amor. Juan lo hizo. Él se apartó para que Jesús tomara el relevo. 

Dar testimonio, prueba de valor 


Pero Juan también recibe un don. He contemplado al Espíritu Santo que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. En aquel que está bautizando se cumplen las expectativas del pueblo judío. Por fin llega el que tiene que salvar a su pueblo, Israel. Y, de nuevo, lo reconocerá con hermosas palabras: Yo he dado testimonio de que realmente es hijo de Dios. 

Los cristianos de hoy ¿damos testimonio, en un mundo en el que nada parece favorecernos? ¿Somos lo bastante valientes? En una sociedad fría quizás no apetece mucho hablar de Dios y mostrar lo que somos. Si decimos que somos cristianos, si participamos del don eucarístico y recibimos la gracia de los sacramentos; si rezamos y afirmamos que creemos en Dios, ¿cómo vivimos todo esto de puertas afuera? No puede haber un divorcio entre lo que decimos que somos y lo que manifestamos afuera. ¿Nos supone un problema testimoniar quiénes somos? ¿Reconocemos que estamos aquí porque nos vincula algo trascendente? ¿Creemos realmente que Cristo resucitado está presente en medio del mundo, en medio de la sociedad y de nuestra comunidad? ¿Creemos de verdad que Jesús nos ha cambiado la vida? 

La exigencia del Cristianismo 


Hoy día, vemos cómo crecen algunas religiones orientales, como el budismo o el islam, y otras formas de espiritualidad no vinculadas a una fe concreta. En cambio, en la Iglesia, parece que cada vez quedamos menos. En Occidente somos una minoría que decrece. Creo que una de las razones es que ser cristiano es exigente. No tanto porque digan que la Iglesia está metida en política, o por otros motivos. Es fácil seguir una religión a la medida de uno mismo, o crearse la imagen de un Dios que nos permite todo lo que queremos. Muchas corrientes de moda nos invitan a fabricar un Dios a nuestra manera. No se trata del Dios de Jesús de Nazaret: estamos fabricando nuestra propia concepción de Dios. Adaptar a Dios a nuestros moldes, finalmente, rebaja la calidad espiritual de la vocación y del seguimiento a Jesús. No es fácil seguirlo, por eso somos poquitos. Y quizás también somos pocos porque, en el fondo, nos cuesta identificarnos con Cristo. 

Venir a misa nos ayuda y la oración nos fortalece. Pero no puede haber una disociación entre fe y vida pública, entre fe y relaciones civiles. No podemos separar nuestra creencia de nuestro ámbito laboral y social. Si se produce esta división, la frialdad religiosa y al alejamiento crecerán y nos acabará invadiendo la apatía. Jesús cambió el mundo y lo seguirá cambiando. Pero el crecimiento de la Iglesia dependerá de nuestra autenticidad. Nosotros somos herederos de ese legado espiritual y, en la medida en que seamos conscientes de que hemos de transmitirlo, la fe cristiana crecerá. 

Un reto para el futuro próximo 


Entiendo que hoy la sociedad y la cultura ofrecen sistemas de creencias muy diferentes y hemos de respetar mucho las opciones personales de cada cual; nadie es mejor que nadie. Hemos de ser personas encarnadas en nuestra cultura, allá donde estamos, en nuestro lugar. Ahora, más que nunca, los cristianos necesitamos despertar, levantarnos, entusiasmarnos, empujándonos unos a otros para construir nuestro futuro. De lo contrario, ¿qué será de la Iglesia? ¿Qué será de nuestra fe, dentro de treinta o cuarenta años? ¿Habremos pasado el relevo a nuestros hijos y nietos? ¿Qué sucederá con las futuras generaciones que no crean? Nuestro reto es ser capaces de formar a nuestros hijos y jóvenes en la fe. 

En otros países, en América Latina, es extraordinario contemplar la vitalidad de una Iglesia más joven, de solo quinientos años, y el gran número de jóvenes creyentes. En Europa, si los adultos no damos testimonio, ¿qué será de los que vienen? Tenemos la obligación de comunicar que, más allá de lo material, hay otros elementos que nos hacen existir y que dan sentido a nuestra vida. No todo es hedonismo, narcisismo, relativismo. No todo es imperialismo ni poder. También existen el amor, la generosidad, la lucha por los derechos humanos y civiles de los más pobres. Venir a la eucaristía ha de ser un revulsivo extraordinario para identificarnos totalmente con Cristo. Seamos valientes, gallardos y tenaces para proclamar lo que somos, para testimoniar que somos cristianos y seguimos a Jesús de Nazaret.

2014-01-10

El Bautismo de Cristo



El Bautismo de Cristo –A– 


En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciendo: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”. 
Mt 3, 13-17 

Consciente de ser Hijo de Dios 


Cerramos el ciclo de Navidad con el Bautismo de Cristo, otra de las manifestaciones de Dios hecho hombre. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús. Los evangelios no relatan apenas nada de la infancia y la adolescencia de Jesús. Durante sus primeros treinta años de vida vivió como un judío más, pero posiblemente fue un hombre con grandes inquietudes intelectuales, culturales y sociales. Conocía bien las escrituras y era asiduo a la sinagoga. San Lucas, en su primera peregrinación a Jerusalén, ya nos lo presenta como un joven inquieto que conversa con los doctores de la ley. Una vez llegada su adultez, Jesús decide no quedarse en Nazaret. 

Deja a su familia e inicia su empresa evangelizadora. El bautismo es el momento en que toma conciencia plena de su filiación divina y comprende que ha de empezar su misión. Ya se siente preparado y se lanza a un itinerario que no será fácil, en absoluto. Sufrirá un fuerte rechazo por parte de sus convecinos, sus propios parientes y los poderes religiosos y políticos de su tiempo. 

Llamado a revelar el corazón de Dios 


Jesús no puede emprender su tarea apostólica sin una profunda convicción y coherencia con aquello que cree. Predica la buena nueva, la noticia del Dios amor. En la lectura de Isaías, cuando se habla del elegido del Señor, se define muy bien su labor ministerial: curar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, liberar de las tinieblas a los que viven en mazmorras. Este es el trabajo de Jesús: revelar una nueva dimensión de la vida a partir de la experiencia íntima que tiene con Dios. 

Tras el bautismo ya está preparado para la gran batalla: empezar, con todas sus fuerzas, a revelar las entrañas del corazón de Dios. Un Dios que para Jesús es un Padre, cercano, que se aproxima a la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo; un Dios que desea que el hombre encuentre el sentido de su existencia. La misión de los cristianos 

¿Qué consecuencias podemos sacar del episodio del bautismo en el Jordán? Haciendo un salto analógico a la realidad que vivimos los creyentes del siglo XXI, en esta era digital, de la cultura tecnológica, los cristianos deberíamos ser muy conscientes de que también estamos aquí para culminar una misión. Estamos de paso hacia una realidad hermosísima que nos sobrepasa. 

Una primera consecuencia que podemos derivar de este evangelio es la experiencia de sentirnos hijos de Dios. Jesús vivió esa sintonía en plenitud: la escena del Jordán nos revela la relación paterno-filial entre Jesús como Hijo y Dios como Padre. Por tanto, la pregunta que cabe hacerse es: ¿nos sentimos hijos de Dios?, ¿nos sentimos hijos del Padre? Desde nuestra condición de bautizados y confirmados, que participamos asiduamente en la eucaristía, ¿sentimos una comunión especial con Aquel que siempre nos ha amado, desde el momento en que nos formó? 

Una segunda pregunta que debiéramos hacernos es esta: ¿reconocemos a Dios como nuestro Padre? Y una tercera: ¿nos abrimos al soplo del Espíritu Santo que reposa sobre Jesús y también sobre nosotros, como cristianos? Jesús es la persona adulta que lleva a cabo el cometido de la redención del mundo. ¿Somos conscientes de nuestra misión apostólica? 

Alcanzar la madurez cristiana 


Este evangelio es una llamada a redescubrir nuestra identidad cristiana y a reforzar nuestra unión profunda con Cristo. Además de alimentarnos con la eucaristía y la formación, hemos de ser conscientes de nuestra misión como cristianos en medio del mundo. Siendo la liturgia importante, así como la oración, es fundamental el compromiso de salir afuera y testimoniar, anunciar, encarnar ese deseo de Dios para nuestras vidas. Si nos quedamos aquí, en nuestras comunidades y parroquias, estaremos muy bien, pero es como si los hijos nunca salieran de sus casas. Llega el momento en que los hijos han de crecer, madurar y salir de sus hogares para proyectarse, profesional, laboral e intelectualmente. Por tanto, también llega un momento en que los cristianos hemos de salir de nuestros orígenes familiares y culturales para convertirnos en cristianos adultos. 

Ya no somos niños, adolescentes o personas pusilánimes y temerosas… ¿de qué? Los adultos se atreven, son valientes, responsables, maduros; asumen responsabilidades. Nosotros, como bautizados y cristianos, estamos llamados a colaborar en ese gran trabajo misionero de la Iglesia. El evangelio que hemos leído refleja la toma de conciencia de Jesús de que ha de comenzar su vida pública. No puede quedarse en casa. 

Hemos decidido configurar nuestra existencia en torno a la figura de Jesús de Nazaret. Hemos decidido que él sea la referencia de nuestra vida. Llenos de Dios, estamos llamados a contribuir, como Iglesia, al gran cometido de la expansión de la noticia del Reino de los Cielos. 

Los cristianos en el mundo 


Es verdad que el mundo no ayuda. Lo vemos en los medios de comunicación y nos alertan los sociólogos: en nuestra sociedad se da una progresiva frialdad y alejamiento de los valores cristianos. Justamente por esto se hace más que nunca necesario recordar nuestras raíces cristianas, vivirlas y tomar una decisión. En su encíclica Spe Salvi, Salvados por la Esperanza, Benedicto XVI nos recuerda esta misión. Los cristianos hemos de convertirnos en referentes de esperanza para un mundo caído. 

¿Qué hacemos? Estamos aquí porque hemos decidido que Cristo llene nuestra vida. A partir de ahora, nos llama a ser co-partícipes de la redención. Todos estamos llamados a salvar las almas. La gente está perdida, desorientada. Es muy necesario hacer una tarea pedagógica y aclaratoria sobre lo que significa ser cristiano. Podemos sentimos inseguros, o quizás dudamos de nuestras capacidades. Tal vez nos alegramos de sentirnos salvados, pero tememos ir más allá. ¿Qué podemos transmitir? 

La respuesta, sin embargo, es rotunda. ¿Por qué colaborar con Cristo en su tarea misionera? Porque también somos hijos amados de Dios. El Espíritu Santo también ha descendido sobre nosotros. Siempre que bautizo a un niño, pienso: aquí tenemos a otro hijo amado de Dios, otro niño predilecto. Todos nosotros somos hijos predilectos de Dios. Él nos ha amado primero, desde el mismo instante en que fuimos concebidos. Nos ha dado los dones más grandes, la vida natural y también otra vida, que es eterna. Qué menos podemos hacer que devolver con gratitud ese amor y sumarnos a su deseo de salvación para todo el mundo.

2014-01-03

La Palabra acampó entre nosotros



Domingo 2º de Navidad

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.  Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. […] Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. […] A Dios nadie lo ha visto jamás; Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Jn 1, 1-18

Dios se comunica


Celebramos la Navidad, un acontecimiento que ha cambiado nuestra cultura y nuestra historia. El nacimiento del Niño Jesús da un vuelco a nuestra forma de pensar y de vivir. Navidad es la humanización de Dios, hecho niño, y a la vez es la elevación, la divinización, del ser humano, que se convierte en hijo de Dios.

El niño que nace en Belén contiene un mensaje: Jesús es la palabra de Dios, hecha carne. Con sus obras encarna todo lo que Dios quiere: salvar a la humanidad.

Con el nacimiento de Jesús, la palabra cobra un sentido trascendente. ¡Cuánta palabrería nos invade! Cuántas veces la palabra expresa lo que no quiere, o la matamos, vaciándola de sentido, haciéndola incapaz de transmitir amor.

Navidad es una fiesta de comunicación: Dios se despliega y acampa entre nosotros. Busca el diálogo con su criatura y la comunión con ella. Esta fiesta encierra un extraordinario mensaje de llamada a la conversión, para modificar nuestra forma de ver las cosas y de ser cristianos.

El acontecimiento de la natividad del Señor tiene una enorme trascendencia. Hoy revivimos el gesto de este Dios todopoderoso que se despoja de su rango, desprendiéndose de todo su poder, para hacerse bebé, pequeño e indefenso. En la cultura hebrea los niños, al igual que las mujeres, eran desplazados y marginados a un segundo plano. En cambio, el anuncio del Mesías que ha de venir culmina con la llegada de un niño. La encarnación de Dios está envuelta en sencillez, no tiene nada que ver con el orgullo, la petulancia o el poder. No es espectacular. Esto nos empuja a remirar con otros ojos, como niños, la forma en que Dios actúa en nosotros.

El origen de nuestra fe


En la vida cristiana hay dos momentos litúrgicos fundamentales: Navidad y Pascua. En estas fiestas, nuestras iglesias deberían rebosar. Sabemos que hay muchos compromisos familiares y mucho ajetreo en las casas, pero no podemos faltar al ágape eucarístico. Dios nos invita a paladear la trascendencia. Su luz y su palabra desplazan toda tiniebla. A través de la liturgia de estos días profundizamos en el sentido de aquello que nos hace cristianos. ¿Cómo medir nuestra coherencia? En la respuesta que damos en los momentos claves de nuestra vida. El pesebre, con su sencillez, nos revela el momento crucial del origen del Cristianismo. De la misma manera que no podemos renunciar a un compromiso familiar para celebrar un aniversario o un acontecimiento importante, tampoco podemos renunciar al momento en que celebramos el nacimiento de la semilla cristiana.

A los que la recibieron, les dio el poder de hacerse hijos de Dios. Vivimos inmersos en las tinieblas del pecado y del egoísmo. Pero la luz brilla en las tinieblas, iluminando el mundo con su amor. Quienes la acogen permanecen en ella; quienes la rechazan se quedan sin su calor, sin poder ver.

Tenemos un tesoro en nuestras manos: el amor de Dios, la salvación. Hemos de encarnar ese amor, abrirnos para introducir a Dios en nuestra vida y saberlo comunicar.

La palabra hecha vida


La palabra hecha carne es vida. No podemos despreciar la palabra de Dios. ¡No es mera literatura! Es una herramienta para expresar lo inenarrable, la belleza divina. Muchas personas son profesionales de la palabra —periodistas, filósofos, maestros, comunicadores— pero, si no damos a la palabra un contenido auténtico y profundo, se la lleva el viento. La palabra no es una entelequia ni una mera expresión bonita. Jesús da sentido a la palabra cuando la hace vida de su vida. Es así como la rescata. Los predicadores y los ministros de la palabra hemos de pensar muy bien en lo que decimos. Como recordaba Santa Teresa, o hablar de Dios, o no hablar. Las palabras banales sobran. Cuanto decimos debe estar en consonancia con lo que hacemos y somos.

En Jesús la palabra lleva a la acción. Ojalá su palabra cale en nosotros, como lluvia fina de primavera que empapa la tierra. Entonces actuaremos movidos por su fuerza.

A Dios nadie lo ha visto jamás; su Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer, continúa el evangelio de Juan. No lo hemos visto, pero sí se nos ha comunicado su palabra y su obra, y sabemos que muchos santos y mártires han dado hasta la vida por expandirla. Su testimonio nos revela cómo es Dios.

En estos días, en que muchas mujeres pasan largas horas en la cocina, amasando y cociendo en el horno para obsequiar a sus familias, dejemos que la palabra de Dios amase nuestro corazón hasta tocar lo más hondo de nuestro ser y de nuestra sensibilidad. Pues se nos ha comunicado para que seamos profundamente felices.

2013-12-27

La sagrada familia


La sagrada familia –ciclo  A–

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que yo te avise, pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto”…
Mt 2, 13-23

Dos personajes contrapuestos: José y Herodes


En los inicios de toda bella historia siempre aparece una sombra que quiere tapar la luz. En el nacimiento de Jesús, será Herodes quien dará la orden del matar al niño. En este evangelio de hoy vemos a dos personajes contrapuestos. José es el hombre justo y bueno, obediente a Dios y cumplidor de sus designios. Herodes es un personaje violento, ciego a la voluntad de Dios, que quiere impedir a toda costa que alguien le arrebate su poder.

José es el hombre de la casa de David que se fía, escucha las palabras de Dios y acepta su misión como custodio y padre adoptivo del niño. Herodes es el hombre que desconfía, tiene miedo de perder y no duda en aniquilar a cualquiera que amenace su trono. Representa el poder mundano y político, la ambición, el afán de riquezas y de dominio. En cambio, José representa la bondad, la sencillez, la docilidad y el amor generoso.

Herodes ordenará una masacre, pero no podrá llevar a cabo su cometido de asesinar al niño. No podrá matar la historia de Dios. José será quien lo impedirá. De esta lectura podemos extraer varias consecuencias.

Levántate


El verbo levantarse aparece tres veces en este texto. Levántate, dice el ángel a José. Y él se pone en pie y actúa. Para iniciar una empresa trascendente, como la que José tiene encomendada, hay que estar erguido, bien despierto, lleno de confianza en Dios. Su cometido será cuidar, guiar y custodiar al niño y a su madre. En José esto tiene aún más mérito que en cualquier otro padre porque, no siendo Jesús su hijo natural, lo protege tanto como si lo fuera. Sabe que ese niño es de Dios y lo cuida como suyo. Sabe que, para encarnarse, Dios necesita de una familia humana; necesita de él y de María para desarrollar su plan salvífico.

José, firme, decidido, sin dudar un instante, lleva a cabo la misión encomendada. Su precaución al regreso, de no instalarse en Belén por temor al nuevo rey Arquelao, revela al hombre prudente hasta el último momento. Así es como la familia se instala en Nazaret.

El significado del exilio


Levantarse y marchar lejos, al exilio, todavía hace más compleja la misión de José. Como tantas familias hoy, que se ven obligadas a emigrar, la familia de Jesús comienza su andadura con un destierro. Los autores sagrados subrayan con este hecho que toda la vida de Jesús, en el futuro, estará marcada por el sufrimiento y el rechazo. Esta huída a Egipto preludia lo que será su vida adulta, cuando sea rechazado por su pueblo.

¡Cuántas realidades a nuestro alrededor están llenas de Dios! Hemos de cuidarlas y protegerlas, aunque no sean obra nuestra. En el mundo también hay muchos niños y personas desvalidas que, aunque no sean hijos nuestros, ni parientes de nuestra sangre, son hijos de Dios. La Iglesia debe cuidar de las cosas de Dios, debe atenderlos. Toda vida humana, y aún más la vida de la fe, pide una ardua y necesaria tarea de cuidado.

Necesidad de familias sólidas


Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La familia de Nazaret es prototipo y modelo para las familias cristianas. Actualmente, se habla mucho de la crisis de vocaciones sacerdotales. Yo diría que hay una crisis de familias cristianas. Faltan hogares cristianos, pequeños Nazarets donde puedan florecer las vocaciones. Mirando a José y a María las familias pueden inspirarse para construir una realidad armónica y consolidada.

Tener un hijo significa mucho más que parir un bebé. Los padres han de ser conscientes de que construir un hogar pide que en el matrimonio haya una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y amor. Los hijos necesitan ese amor, y necesitan mucho tiempo de sus padres junto a ellos, educándolos. Cada vez hay más familias desestructuradas, no solo económicamente sino emocionalmente. Estas situaciones exigen una profunda revisión desde la antropología cristiana. El equilibrio social dependerá del familiar, de que los roles de los padres queden bien definidos, así como su misión. Solo así, con referencias sólidas, los niños crecerán de manera armónica.

Los padres tienen un espejo de referencia en José y María. Su ejemplo los enseñará a quererse, a confiar el uno en el otro, a confiar en Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre todo, a dejar que Jesús corone la existencia de esa familia y habite en el corazón del hogar.


Finalmente, todos los cristianos somos una gran familia. Participando de la eucaristía, tomando el pan y el vino, sentimos que formamos parte de la Iglesia. Esta otra familia, más allá de los lazos biológicos, llegará a ser muy importante para nuestro crecimiento como personas. Cuando se vive instalado en el Reino de Dios, la fe crea lazos más fuertes que los consanguíneos. Aprendamos a sentirnos también familia de Jesús en un día como hoy.

2013-12-21

Plenamente Dios, plenamente humano


4 Domingo Adviento - A from JoaquinIglesias

La concepción de Jesucristo fue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció un ángel en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo…
Mt 1, 18-24

La gracia de Dios


Después de la genealogía de Jesús, el evangelio de Mateo nos relata cómo fue concebido Jesús. Es un capítulo que narra de qué manera Dios se hace hombre, insertándose en el curso de la historia, en un lugar y un tiempo concretos, y también en un linaje concreto.

Si la genealogía sirve para indicar que Dios se encarna en la familia humana, una familia con nombres y rostros, muchos de ellos pecadores, el relato de la concepción de Cristo nos revela su naturaleza divina. María concibe por gracia el Espíritu Santo. Es plenamente humano, pues es engendrado en el vientre de una mujer; y es plenamente divino porque surge del mismo aliento sagrado de Dios.

Mateo toma unas palabras del profeta Isaías (7, 14) que para los judíos de su tiempo tenían un significado especial: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre Emmanuel ―Dios-con-nosotros―. El nacimiento de ese niño, anunciado por el profeta, significaba el inicio de una era de liberación para Israel, sometido al poder de las potencias extranjeras. Del mismo modo, el nacimiento del hijo de María, tal como lo presenta Mateo, marcará el inicio de una nueva era, el advenimiento del Reino de Dios en el mundo.

Esta es la gracia de Dios: el regalo de su Hijo y el inicio de su reino. Un reino que trae algo más que la liberación política. Jesús vino a liberarnos de los grandes males que siempre acechan a la humanidad: la esclavitud del pecado, del egoísmo, del dolor y de la muerte. ¿Cuál es la señal de este reino? El mismo niño que nace, Emmanuel, Dios-con-nosotros. Si Dios está en el mundo, el mundo comienza a ser ya nuevo reino.

La justicia de José


Pero la manera de obrar de Dios a menudo desconcierta a los hombres. José, pobre, se queda abrumado cuando descubre que María está encinta sin vivir todavía juntos. En su mentalidad judía tiene muy clara la ley: si es adúltera, debe ser condenada. Pero el evangelista también dice que José era justo. Y ser justo, en términos bíblicos, no es ser rigurosamente estricto con la ley, sino bueno. Ser justo es parecerse a Dios, y Dios no es legalista, sino magnánimo, compasivo, generoso.

Por eso José, entristecido, opta por repudiar a María en secreto. De esta manera puede salvarla del castigo que, según la ley, era terrible: la lapidación. Y salva, también, su reputación. Pero su decisión, aunque revela su bondad hacia María, es la de un hombre ofuscado.

El mensajero


Y Dios envía un ángel. En los relatos bíblicos a menudo aparecen ángeles que, en sueños, transmiten los mensajes de Dios a sus elegidos. José, como tantos otros personajes del Antiguo Testamento, recibe una revelación durante su sueño.
A partir de esa noche, entenderá que él también está llamado a una misión, como María. Su cometido será el de padre terrenal del Hijo de Dios. Y obedece fielmente lo que el ángel le manda, acogiendo a María en su casa.

La puerta del cielo


Mateo, a diferencia de Lucas, nos habla muy poco de María. Nada nos dice de su llamada, de su disposición, de su estado de ánimo, de su reacción.

Tan solo nos dice, con palabras muy escuetas, que se halló haber concebido del Espíritu Santo. ¿Puede decirse algo tan grande con frase más sencilla y más breve?

Sin embargo, tras estas palabras podemos atisbar algo enorme. María se halla, es decir, que la concepción divina le viene como algo que nunca esperó, ni pidió. Es una gracia, un regalo de Dios. Y, ¿quién puede recibir un don tan grande sino alguien con el alma muy abierta?

Por otra parte, nos está diciendo que en el engendramiento, físico y humano, de Jesús, interviene el Espíritu Santo. Podríamos decir que en toda concepción humana, además de la intervención de los padres, hay un soplo divino, que es el que otorga la vida y el alma. 


Por último, vemos cómo Dios, que podría venir al mundo de manera más espectacular y prodigiosa, o aparecer directamente como un rey o un profeta adulto, elige pasar por todo el proceso de un hombre sencillo y cualquiera. Su puerta de entrada a la tierra es el cuerpo y el vientre de una mujer. Y llega a escondidas, de forma discreta y silenciosa. Esta es la forma de actuar de Dios. Sin espectáculo, sin pompa, y totalmente comprometido, hasta las últimas consecuencias. Dios nace como todos los niños del mundo y morirá, también, como todo humano mortal. Cuán digna, cuán grande y bella será la naturaleza humana cuando Dios mismo se encarna en ella. 

2013-12-14

La esperanza que cambia el mundo



En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”…
Mt 11, 2-11

La esperanza que cambia el mundo


La secuencia del Antiguo Testamento del profeta Isaías (Is 35, 1-10) es un canto a la belleza de la esperanza. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría… Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará… Son notas poéticas que anuncian la llegada al mundo del Mesías. Su irrupción, como agua en el desierto, cambia todas las cosas, dando nueva vida y sentido a la Creación.

El evangelio nos muestra cómo los discípulos de Juan acuden a Jesús y le preguntan si él es el que ha de venir. La expectación llega a su momento culminante: el Mesías está cerca. Por eso, en la liturgia de este tercer domingo de Adviento, hay un componente de alegría y de fiesta ante la venida del Señor. Los cristianos estamos llamados a vivir alegres porque esta esperanza pronto se tornará en gozo.

La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan recoge las palabras del profeta Isaías: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Reino de Dios. La venida del Señor revoluciona nuestra vida y transforma nuestro corazón. Si queremos, Dios puede cambiar nuestra existencia y convertirla en un canto de esperanza.

Los ciegos ven


Cuántas personas no son ciegas y, sin embargo, no ven porque no saben mirar y contemplar el mundo desde los ojos de Dios. Cuántas cosas dejamos pasar de largo porque no sabemos atisbar esas manifestaciones de Dios en la vida. Nos falta visión espiritual para captar la presencia de Dios a nuestro alrededor. Qué susto más grande nos llevamos cuando perdemos un poco de visión. Pero, ¿no es un espanto mucho mayor que el mundo deje de ver a Dios? ¿No es más temible que las gentes aparten la vista de su Creador? Sin embargo, Dios puede abrirnos los ojos del alma.

Los sordos oyen


Igual sucede con los oídos. No sabemos oír la delicada música de Dios en nuestra vida. Inmersos en tanto ruido, somos incapaces de reconocer la melodía divina que impregna nuestra existencia. La venida del Mesías puede lograrlo, desde el espíritu, aguzando nuestro oído interior.

Los cojos andan

Cuánta cojera vemos en el mundo. Estamos sanos y parecemos inválidos. Podemos correr y nos quedamos quietos, paralizados. Tenemos miedo de ir hacia los demás. Nos sentimos inseguros y nos cuesta hacer el esfuerzo para desplazarnos hacia quien nos necesita. Cuánta gente vive parapléjica de alma, teniendo los dos pies sanos. Dios puede despertar el entusiasmo del corazón dormido y empujarnos a ir corriendo hacia él, que está presente en los demás. Cuando corremos hacia Dios nuestra vida tiene sentido.

Los leprosos quedan limpios


Estamos manchados por la enfermedad del egoísmo. Nuestra dermis espiritual está sucia por no dejar que el oxígeno de Dios llegue a todos los rincones de nuestra vida. La misericordia de Dios y su capacidad de perdón nos harán recuperar la transparencia y la nitidez. Lavados por el Bautismo, quedamos limpios por la inmensa gracia de Dios.

A los pobres se les anuncia el evangelio


¡Qué alegría tan grande sentirnos receptores de este mensaje! Somos privilegiados por recibir tan buena nueva. Nos convertimos en testigos de una gran experiencia. Con esta noticia nuestras vidas cambian: la tristeza se convierte en alegría, el desespero en esperanza, el odio en amor, la desconfianza en fe.

Como cristianos, hemos de saber hacer pedagogía de la esperanza. Jesús alaba a Juan como el mayor de los profetas, pues anuncia la llegada del mismo Dios, hecho hombre. En cambio, sigue diciendo Jesús, en el Reino de los Cielos, hasta el más pequeño es mayor que Juan el Bautista. ¿Por qué? ¿Qué significan estas palabras?


Jesús está hablando de una vida nueva, donde los hombres y mujeres llamados ya no son profetas, sino hijos de Dios. En el Reino, ya no son mensajeros, sino testigos. No hablan de aquel que esperan y ha de venir, sino del que ya habita entre ellos, de la presencia viva y palpitante que alienta en todo su ser. Juan Bautista cierra una época: la del hombre esperanzado que aguarda. Jesús inaugura una etapa nueva: la del hombre que ya vive en brazos de Dios. Por eso dice: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los muertos resucitan. Porque Dios transforma y renueva la vida de aquel que se deja penetrar por su amor.

2013-12-06

María, casa de Dios


La Inmaculada Concepción 


En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David. La virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. Y María dijo: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril. Porque para Dios nada hay imposible.” María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel la dejó. 
Lc 1, 26-38 

Vivir con el corazón abierto 


Celebramos hoy una gran fiesta arraigada en la comunidad cristiana: la Inmaculada Concepción de María. ¿Cómo podía ser de otra manera? María fue elegida por Dios como madre de su Hijo, por ello fue concebida sin mancha de pecado alguno. 

El evangelio de hoy sienta las bases de la espiritualidad mariana. María es la mujer que supo disponer un hogar para Dios, un corazón cálido y abierto a su voluntad. El ángel la saluda con estas palabras: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. María ya está llena de la presencia de Dios. Es algo cotidiano vivir atenta a su Espíritu. Porque conecta con él, recibe gracia sobre gracia. Su receptividad es tan grande que el Señor la inunda. 

No temáis 


No temas, María, continúa el ángel. María es llamada a una vocación muy alta: ser la madre del mismo Dios. Nosotros, los cristianos, también somos llamados. Dios entra a nuestra presencia si tenemos espacios diarios de silencio para él. La madurez espiritual permitirá que Dios cale en nuestra existencia y podremos escuchar su llamada. Dios también piensa en nosotros y confía en nuestra capacidad de respuesta. A María le anuncia que concebirá y dará a luz a un hijo que será la salvación del mundo. Cada cristiano abierto concebirá en su corazón un proyecto de Dios para colaborar en la redención que Jesús inició. 

No temáis, hombres y mujeres del siglo XXI. Aunque el mundo parece girar al revés, sabiendo que Dios está con nosotros nunca hemos de temer a nada ni a nadie. María no teme. Está preparada para su misión: ser receptora del mismo Dios. Jesús, su hijo, será el redentor del mundo y dará su vida para salvar a toda la humanidad. La Iglesia, hoy, sigue siendo receptora de ese mensaje y continúa esta misión. 

Para Dios nada es imposible 


María se aturde, al principio, cuando oye al ángel. Nosotros también podemos turbarnos. ¡Dios mío! Es tan grande tu amor… ¡y yo soy tan pequeño! No soy nada, ¡y tú me das tanto! Pero el Espíritu Santo que aletea en el universo transforma esta nada convirtiendo nuestro corazón y nuestra vida en una realidad hermosa capaz de emprender obras extraordinarias. 

¿Cómo será eso, pues no conozco varón?, se pregunta María. También nosotros podemos preguntarnos: ¿Cómo podremos hacer lo que Dios nos pide, si somos tan limitados? Dios puede. El Espíritu Santo vendrá sobre nosotros y la fuerza del Altísimo nos cubrirá con su sombra. Recibiremos su aliento y nuestra vida será renovada. Es el mismo Espíritu Santo que se alberga en el corazón de María. 

Para Dios nada es imposible. María estaba dispuesta y era inmaculada en su interior. Nosotros también estamos limpios por la misericordia del Padre y por el sacramento de la penitencia. Para él no es imposible lavar nuestras culpas, pese a nuestras dificultades, nuestros pecados, egoísmos e historias pasadas. Dios puede convertir un corazón de piedra en otro de sangre, que palpite de vida, derramando amor. 

Somos hijos de Dios. Como los hijos se parecen a los padres, ¿en qué nos parecemos a Dios? Justamente en esa inmensa capacidad de amor. Aunque nuestra cultura hace hincapié en los aspectos más negativos de la naturaleza humana, no dudemos que el hombre guarda tesoros hermosos en su corazón y es capaz de entregarse hasta el límite. Dios puede penetrar en nuestros vericuetos emocionales, iluminar nuestras sombras, llenar nuestras lagunas, nuestros vacíos… Los condicionantes biológicos y psicológicos quedan superados por lo espiritual. 

Hágase en mí según tu palabra 


María dice sí a Dios, sí a su plan, a su designio. Sin ese sí valiente, generoso, libre, el misterio de la encarnación no habría sido posible. El sí de María hace posible la revolución del Cristianismo. 

Dice María: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Hay que leer la palabra esclava en su contexto. No se puede obrar el bien sin libertad. El concepto de esclavitud aquí significa disposición, entrega, un decir: mi vida es para ti, soy tuya; me entrego libremente, porque quiero. No se trata de someterse a Dios, él jamás quiere siervos, y aún menos quiere que María sea una esclava sojuzgada. Dios ama al hombre libre y pide una respuesta desde la libertad. 

En lenguaje de hoy, podríamos traducir esta frase como: Aquí está la amiga del Señor. O también: He aquí la hija del Señor. Decir sí a Dios comporta un compromiso que se reafirma cada día, como el de los esposos. Ese sí debe fortalecerse, perfumarse y alimentarse con la oración diaria. Decir sí a Dios es aceptar que su palabra sea nuestra vida, que penetre en lo más hondo de nuestro ser, que se haga en nosotros todo cuanto él sueña. Y ese sí debe darse libremente, porque sólo libremente podemos ser invadidos por el amor de Dios. 


Del paraíso al reino de Dios 


El evangelio de la anunciación del ángel a María contrasta con la primera lectura de hoy, del Génesis, que nos relata cómo el hombre cae tentado por el demonio y es expulsado del Edén. En este pasaje, vemos cómo Adán y Eva no se fían de Dios y se sienten desnudos ante él. La desconfianza trae consigo la ruptura entre el hombre y Dios. María, en cambio, se convierte en el paraíso de Dios. Sus entrañas serán el lugar donde se lleve a cabo la redención. Adán huye corriendo del paraíso. María, que se fía, no escapa. Espera. Dios se alberga en su corazón, y ella se convierte en casa de Dios.

2013-11-29

Estad en vela



En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempos de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. Mt 24, 37-44 

El sentido de la esperanza cristiana 


Iniciamos un tiempo litúrgico fuerte, el Adviento, y nos preparamos para la venida del Mesías. Este es un tiempo en que los cristianos estamos invitados a reflexionar sobre el sentido de la esperanza cristiana. ¿Qué significa? ¿A quién esperamos? ¿Cómo esperamos? ¿Por qué? 

La esperanza cristiana es aquella actitud vital que nos hace trascender de nosotros mismos para mejorar todo cuanto existe a nuestro alrededor. El cristiano tiene la esperanza de que el mundo puede cambiar, y también el corazón humano, sus ideas y sus sentimientos, su libertad. Sin esperanza y sin confianza estamos desnortados y vamos a la deriva. La esperanza cristiana da un sentido último a nuestra vida. 

Pero, ¿en quién esperamos? En Jesús. Él es nuestra única esperanza, que siempre nos ayudará a vivir atentos a nuestro devenir histórico y personal. 

¿Cómo esperamos? San Pablo nos lo explica muy bien en la lectura de su carta a los romanos: vivamos como en plena luz del día, sin excesos, sin desenfreno, sin riñas y rencores (Rm 13, 11-14). Es decir, conscientes y despiertos, con amor de caridad. Vestíos del Señor Jesucristo, o, en otras palabras, que nuestra vida sea fiel imagen de la de Cristo. La mejor manera de esperar es esta: no como aquel que espera sentado a que pase el tren, sino con la actitud vital del que hace que las cosas sucedan a su alrededor. 

¿Por qué esperamos? 


Sin esperanza la vida carece de sentido. Todo se construye sobre la certeza de que, realmente, hay una respuesta. Hemos de saber que el mundo, la sociedad, la economía, el ser humano, todo puede llegar a cambiar y mejorar para alcanzar su plenitud. Jesús nos avisa en el evangelio: estemos en vela, atentos, vigilantes. La vida del cristiano es como la de un centinela. Estar alerta significa vibrar, atender, vivir al tanto del acontecer cotidiano. También implica renunciar a la frivolidad y a la indiferencia hacia los demás. Ante un mundo complejo y cambiante, a veces se percibe entre los cristianos cierta apatía y desazón. La tentación de rendirse ante las adversidades y las tendencias contrarias de nuestra sociedad es muy grande. Estar atentos significa no dejarse arrastrar, sino dirigir nuestra existencia, prestando atención a todo cuanto sucede. De la misma manera que cuando conducimos un vehículo hemos de estar atentos para evitar colisionar y causar daño, la vida espiritual también debe ser conducida para llegar a su destino: Dios. 

Ver a Dios en nuestra vida cotidiana 


Estar atento significa saber ver a Dios en los demás, tener la inteligencia espiritual para dilucidar cómo Dios se manifiesta en cada momento. El texto evangélico alude a un tiempo apocalíptico: la venida del hijo del hombre. La mejor manera de prepararnos para ese momento crucial es ser capaces de vivir nuestra vida de cada día con un profundo sentido cristiano. Dios se manifiesta a cada instante. Nuestro problema es que estamos aquejados de miopía espiritual y no sabemos ver.

Estamos inmersos en una cultura de la alta velocidad y no es lo mismo contemplar el paisaje a trescientos kilómetros por hora que a cincuenta, que permite admirar los montes, los árboles, la belleza de la tierra. Para ver a Dios y notar su presencia hay que ir despacio. La alta velocidad tecnológica nos hace correr más de lo necesario y muchas cosas se nos escapan; es imposible que nos percatemos de ellas yendo tan veloces. El hombre postmoderno va deprisa, estresado, cansado; corre sin saber muy bien a dónde y no sabe detenerse. El tiempo de Adviento nos propone parar, interiorizar, mirar dentro de nosotros mismos y descubrir quién somos, dónde estamos, qué hacemos y por qué, qué sentido tiene nuestra vida. Adviento es una llamada a viajar hacia adentro y a sacar la oscuridad de nuestro corazón, para que los destellos del Mesías que viene iluminen nuestra existencia.

2013-11-22

Cristo, Rey del universo




34º domingo del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificado lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba diciendo: “¿Ni siquiera temes a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque percibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Lc 23, 35-43

Un rey clavado en la cruz


En la escena de la cruz es donde se manifiesta con la máxima intensidad el amor de Jesús a Dios, su Padre. Su reino vive un momento culminante en el Gólgota. Pero, ¿qué significa reinado de Dios?

No nos referimos a un espacio físico ni geográfico, sino al corazón de uno mismo: Dios quiere reinar en nuestro corazón, en nuestra vida entera. Fijémonos en la figura de este rey: un hombre clavado en la cruz. Es un hombre que ha puesto el servicio y la entrega a los demás en la meta de su misión, pasando por el sacrificio y la muerte. Hablamos de una realeza que nada tiene que ver con la soberanía de las monarquías europeas o de Oriente. ¿Qué rey acaba en la cruz, condenado por su infinito amor a los demás hombres?

Palpar la crueldad inicua


El texto que nos ofrece el evangelio narra la burla de las autoridades judías hacia un crucificado. Además de la condena injusta, añaden la crueldad de la ironía y las chanzas, en el colmo de la iniquidad. No sólo condenan, sino que se mofan del condenado. Además del dolor físico, que es enorme, Jesús tiene que soportar el dolor moral ante la bajeza y los insultos a los que se ve sometido. Ha de sufrir la burla por parte de las autoridades que lo han condenado, por parte de los soldados, que se convierten en sus verdugos y, finalmente, por parte del bandido que tiene a su lado. Es el escarnio llevado al extremo.

¿Era necesario que Jesús pasara por todo esto?

La misión de Jesús: salvar a todos


Cuando se burlan de él, diciéndole que se salve a sí mismo, Jesús continúa confiando totalmente en Dios. Está abandonado en sus manos. No ha venido a salvarse a sí mismo, sino a todos, pagando el precio de su vida en rescate por la humanidad. Esta es su misión: entregar su vida para salvarnos a todos.

Los dos ladrones reflejan muy bien dos posturas humanas ante Dios: la postura humilde que acepta a Dios, incluso en medio de las mayores dificultades, y la otra postura, iracunda, que lo rechaza.

Mirando a Cristo, contemplando su rostro sufriente, el buen bandido reconoce la inocencia de aquel hombre, al tiempo que admite que ellos, los malhechores, están pagando por los crímenes que han cometido. Ve en Jesús un hombre bueno, no violento. Con humildad, le suplica que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. Es el único, entre todos los presentes en el Gólgota, que sabe descubrir la realeza de Jesús, una realeza que no es de este mundo. Y, cómo no, Jesús le abre las puertas de par en par porque ve en él un deseo sincero y un corazón arrepentido. Dios nunca cierra las puertas de su Reino, no condena a nadie, perdona hasta el último momento, aguarda hasta el último suspiro de la persona, para abrirle el paraíso.

El mayor amor: dar la vida


El rey que hoy celebramos tiene como trono el patíbulo y como corona un ramo de espinas entrelazadas. No recibe aclamaciones ni vítores, sino el rechazo y el desprecio de las gentes. En la cruz, Jesús define el prototipo cristiano, que muchas veces pasa por el martirio. Su entrega hasta la muerte es una llamada a ser valientes. Cristo se hace pobre, se apea del poder y del reconocimiento, para vivir en su propia carne la limitación de la condición humana y la mordedura del mal a los inocentes. ¿Qué rey estaría dispuesto a pasar por todo esto por su pueblo?

En la cruz, no tiene nada. Despojado de todo, sólo le queda una última certeza en su corazón: Dios le ama. Esta certeza le llevará a cumplir la voluntad del Padre hasta el fin, dando su vida por amor.

El reinado humano acaba aquí. Pero el reinado de Cristo se culmina con la resurrección, el triunfo del Amor sobre el mal. Todos los cristianos estamos llamados a vivir la realeza de Cristo, encarnándola en nuestras vidas. 

2013-11-16

Ante un mundo convulso



33º Domingo del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. ... “Cuidad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones, no tengáis pánico. ...

Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes, y hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Lc 21, 5-19

Las obras humanas son efímeras


En Jerusalén, son muchos los que admiran la belleza del templo, ponderando la calidad de su piedra y sus exvotos. Jesús manifiesta entonces la caducidad de las proyecciones humanas. Todo empieza y todo tiene su final. Las palabras de Jesús nos hacen pensar en tantas construcciones que se levantan hoy día, respondiendo a la vanagloria y a la autoafirmación del intelecto y las capacidades humanas. Muy pocas obras resisten el paso del tiempo o la destrucción, todas ellas son caducas y perecederas.

El poder del mal sobre el mundo


Habrá guerra, hambre y epidemias, dice Jesús. Son palabras crudas, de una enorme vigencia. Hoy vemos que los estados se levantan unos contra otros, enfrentándose por el poder, el control de los recursos y la hegemonía. Las secuelas de estas guerras son enormes: destrucción, hambre, epidemias… Son los frutos del orgullo y la vanidad del hombre que quiere igualarse a Dios. La persona que desplaza a Dios y se erige en valor absoluto, sin otra referencia que ella misma, acaba aniquilando la vida a su alrededor.

Las predicciones de Jesús responden a un género literario apocalíptico, pero reflejan la realidad en muchos lugares de nuestro planeta. Jesús describe la fuerza del mal que se desata sobre el mundo, nutriéndose de la prepotencia y el afán de poder del hombre, capaz de generar devastación por no abrir su corazón a la novedad del mensaje de Dios.

Y Jesús nos alerta. En un mundo sacudido por las catástrofes y las convulsiones sociales, siempre surgen falsos líderes que aprovechan la angustia y la falta de esperanza para liderar el mundo y ocupar el poder. Lo vemos en la actualidad. Jesús nos dice abiertamente: “no los sigáis”. Multitud de seudo-religiones, ideologías y corrientes de pensamiento crecen a costa de la fragilidad y el miedo de la gente, amenazando con el fin del mundo y otros males inminentes. Es necesario adquirir formación humana, científica, filosófica y también cristiana para poder hacer lecturas realistas y serenas de cuanto sucede a nuestro alrededor.

La persecución de los cristianos


Por mi causa os perseguirán, e incluso matarán a algunos, dice Jesús. Es un anuncio del martirio y de la persecución de los cristianos. Llegará el momento en que tendremos que dar testimonio. Hoy, las persecuciones quizás no son tan cruentas como en otras épocas, al menos en los países occidentales. Pero se dan otras formas de persecución más sutiles: la mediática y la ideológica. Se habla de democracia y libertad, pero a veces parece que los cristianos somos molestos a la hora de expresar públicamente nuestra fe. Se desatan verdaderas campañas para barrer el cristianismo de la sociedad y relegar la fe, atacando las convicciones cristianas. Vivir en medio de una realidad contraria a Dios nos da la oportunidad de proclamar lo que somos y vivimos, sin escondernos.

Perseverancia en la adversidad


Después de estas advertencias, Jesús nos alienta con otra afirmación rotunda: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá”. Ante Dios, uno solo de nuestros cabellos vale más que un monumento extraordinario. Jesús nos habla de confianza; nada nos sucederá si permanecemos a su lado. Dios cuidará de nosotros.

Y nos llama a perseverar. Perseverancia significa mantenerse fiel, hacer crecer nuestras convicciones pese a las adversidades, reafirmarnos en nuestra fe y seguir confiando en Dios.


Finalmente, esa perseverancia llevará al nacimiento de una humanidad nueva, una recreación del hombre que comienza con Cristo y su mensaje. Como hombre nuevo, Jesús inicia su camino con el bautismo, pasa por la cruz y acaba en la resurrección. Este es, también, el itinerario que recorre todo cristiano en su vida. Porque cada uno está llamado a vivir en la plenitud del amor de Dios.