2009-11-28

Alzad la cabeza

Primer domingo de Adviento - Ciclo C -

Iniciamos el tiempo de Adviento con una lectura que parece reflejo fiel de los tiempos que vivimos. El mundo se sacude, convulso. Pero en medio de las dificultades, los cristianos recibimos una llamada a vivir despiertos, erguidos y esperanzados. Dios puede más que todo. Jesús no nos oculta que el mundo vive inmerso en el miedo y la devastación. Pero tampoco nos deja caer en el desánimo. Lo propio del cristiano es la esperanza.

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2009-11-21

Cristo Rey

Cuando Jesús, atado y humillado ante Pilato, asegura que “es rey”, muchos escépticos podrían burlarse, tal como lo hicieron los judíos de su tiempo. ¿Por qué ese escándalo, como dice san Pablo? ¿Qué significa esa paradoja? ¿Puede ser rey un hombre maltratado, indefenso, herido, a punto de ser condenado a morir?

“Mi reino no es de este mundo”, dice Jesús. Muchos han interpretado estas palabras como un rechazo del mundo real y de la humanidad. No es así. Con “mundo”, Jesús alude a una forma de pensar y actuar muy común, movida por la ambición, el egoísmo y el ansia de poder. Él es rey, no porque atesore poder, sino porque lo da todo: su reino se fundamenta en el amor y en la libertad sin límites que le permite entregarse sin vacilar.

2009-11-14

Mis palabras no pasarán

33 domingo tiempo ordinario -B-

La lectura de hoy es muy apropiada para meditar en tiempos de crisis. El evangelio no oculta que el mundo vive sacudido por muchas vicisitudes, y esto ha sido antes, y lo será en el futuro. No hay etapa de la historia que no haya visto épocas de profundas convulsiones.

El cristiano no es una persona idealista que cierra los ojos a la realidad. Pero, ¡ojo!, tampoco es fatalista ni se deja abatir por la decepción o la impotencia. Jesús nos llama a vivir despiertos y estar alerta. Y a reunirnos en torno a él, porque será en esos tiempos de confusión cuando la verdad brillará con más fuerza. Si la sabemos ver, encontraremos fuerzas y esperanza para luchar y seguir adelante. «Mis palabras no pasarán», dice Jesús. Han transcurrido los siglos y vemos que, hoy, siguen cumpliéndose. ¡Tengamos fe!

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2009-11-07

Dar mucho de lo poco

32 domingo tiempo ordinario -B-

En tiempos de crisis, cuando parece que el ahorro vuelve a ser un valor en alza, también podemos caer en un exceso de cicatería y estrechez de miras, mirando por el bien propio y olvidando que muchos otros sufren necesidad, aún mayor que la nuestra.

Las lecturas de este domingo nos hablan de dos viudas pobres que, pese a sus carencias, supieron dar lo poco que tenían. Su actitud es una llamada a la generosidad.

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2009-11-01

Una llamada a la amistad con Dios



Festividad de Todos los Santos 


Felices los pobres en el espíritu: de ellos es el reino de los cielos.
Felices los que lloran: ellos serán consolados.
Felices los humildes: ellos poseerán la tierra.
Felices los que pasan hambre y sed de justicia: ellos serán saciados.
Felices los compasivos: Dios los compadecerá.
Felices los limpios de corazón: ellos verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz: ellos serán llamados hijos de Dios.
Felices los perseguidos por ser justos: de ellos será el reino de los cielos.
Felices vosotros cuando, por mi causa, os ofendan, os persigan y os calumnien: alegraos y haced fiesta, porque vuestra recompensa es grande en el cielo.
Mateo 5, 1-12a

La Iglesia nos invita hoy a reflexionar sobre Todos los Santos. ¿Qué significa ser santo? ¿Quiénes lo son? ¿Cómo lo consiguieron?

Todos los cristianos estamos llamados a ser santos. Celebramos la fiesta de los que han sido canonizados por la Iglesia, de los beatos que han subido a los altares, pero también celebramos y recordamos a aquellas personas que nos han precedido y que han sido para nosotros un referente y un ejemplo cristiano —padres, abuelos, amigos… También celebramos con alegría que estas buenas personas, sin ser canonizadas, están disfrutando de la presencia eterna de Dios Padre.

La liturgia de Todos los Santos nos propone un programa que nos encamina hacia la santidad. Son las llamadas bienaventuranzas. Sólo si somos bienaventurados por Dios, si actuamos movidos por hacer el bien a los demás, creciendo espiritualmente, estaremos comenzando nuestra trayectoria desde aquí hasta la felicidad eterna.

Jesús instruye a sus discípulos enseñándoles el camino del justo que, en realidad, es su propio camino.

Los humildes de corazón


Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Los humildes de corazón, los que saben que todo cuanto tienen es un don de Dios, aquellos que saben compartir lo que han recibido —recursos, tiempo, valores, esperanza— son pobres en el espíritu. De ellos será el Reino de los Cielos, es decir, el Reino del Amor. La humildad nos hace sentir que somos pequeños ante tanto don y ante la grandeza de Dios. El humilde vive instalado en el amor y en la esperanza. Se pone en camino hacia la senda de la eternidad, que ya empieza a vivir, aquí y ahora. Jesús fue el humilde sirviente de Dios.

Llorar por amor


Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. En las bienaventuranzas vemos un autorretrato del propio Jesús. En el fondo, nos está hablando de sí mismo. A lo largo de los evangelios, vemos cómo Jesús solloza al menos en tres ocasiones. La primera es ante la muerte de su amigo Lázaro, cuando sus hermanas de Betania van a buscarlo. El texto reitera tres veces el llanto de Jesús, su pena ante el amigo muerto. En otro pasaje, Jesús llora ante Jerusalén. Siente el rechazo de su pueblo y la ruina que amenaza a la ciudad, y esto causa una profunda tristeza en su corazón.

Finalmente, en Getsemaní, los ángeles le consuelan ante su pasión inminente. «Me muero de tristeza». Jesús como hombre debió llorar mucho por amor. Hoy, en el mundo, muchos niños lloran desnutridos; muchos ancianos lamentan su soledad; jóvenes y adultos sufren porque no encuentran apoyo ni futuro. Serán consolados, pero somos los cristianos quienes hemos de aprender a enjugar las lágrimas de los que lloran. Hemos de aprender a acompañar a las personas que sollozan y se lamentan, ya no sólo por el sufrimiento o la injusticia, sino porque les falta el gran consuelo de Dios en sus vidas.

Aliviar el sufrimiento


Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los pacientes, que aguantan, que resisten con valor y sin ruido. Ellos heredarán, ¿qué tierra? El cielo que crearán a su alrededor, aliviando a los que sufren. Jesús también nos está hablando de su propio dolor. Hemos de luchar con todas nuestras fuerzas para evitar los sufrimientos de tanta gente, producidos por el egoísmo a escala planetaria: la corrupción, la marginación, la indigencia… Con la fuerza de Dios podemos parar el sufrimiento, pero para ello tenemos que instalarnos en la bondad. No sólo existe el sufrimiento global, causado por las injusticias políticas, sino el dolor que generamos en las personas que viven a nuestro lado: el esposo, la esposa, los amigos, los vecinos… No podemos mitigar el dolor si no decidimos, ¡basta! Sólo con el bien y el amor lo evitaremos.

Sed de una justicia mayor


Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Cuánta gente vive experiencias de profundas injusticias. Cuando en la Biblia se habla de justicia, se hace referencia a algo más que impartir leyes con equidad. Ser justo según Dios es dar más de lo necesario: es ser magnánimo, espléndido. Dios «hace llover sobre justos y pecadores». En la justicia de Dios hay un grado elevado de generosidad. Si no hay justicia, no es posible el amor, pero si no hay amor, tampoco puede haber verdadera justicia. El amor precede a la justicia. Deberíamos introducir en el derecho un elemento que vaya más allá de la pura legalidad. Jesús es el justo de Dios. Su vara de medida es el amor. Los cristianos estamos llamados a la tarea incansable de trabajar por la justicia para todos.

La misericordia, atributo de Dios


Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. La misericordia es el gran atributo del corazón de Dios. Siempre se compadece, «es compasivo y benigno, lento en la ira y rico en misericordia», como leemos en el salmo. La parábola del hijo pródigo revela muy bien la inmensa ternura y misericordia de Dios hacia todos los que se alejan. Él siempre sabe esperar.

Ante las debilidades de los demás, los cristianos hemos de aprender a ser compasivos. Cuántas veces nos erigimos en jueces de la conducta de los demás, simplemente porque no nos caen bien, y no paramos de criticarlos. Jesús nos enseña a mirar al otro como a un ser digno de ser amado. Sólo así aprenderemos de la compasión entrañable de Dios. Cada uno de nosotros ha sido rescatado, desde el día que recibimos las aguas bautismales, por la inmensa gracia y misericordia de Dios.

Pureza de corazón


Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Verán a Dios los que sean capaces de mantener puro su corazón. Un niño evoca pureza, limpieza de corazón y una profunda apertura hacia aquel que le ama. Cuando llegamos a la adultez, vamos acumulando suciedad en nuestro corazón. Celos, envidia, rabia, resentimiento, decepciones… Nos acostumbramos a guardar este lastre, nos instalamos en la hipocresía y dejamos de confiar en la bondad de los demás. Todo esto nos vuelve despiadadamente críticos con las personas y somos capaces de venir a misa y cumplir los preceptos de la Iglesia y, sin embargo, vivir con el corazón lejísimos de Dios. El cumplimiento de los preceptos, como nos recuerda el Papa Benedicto, no nos asegura la salvación. Podemos hacer muchas cosas, ofrecer donativos, implicarnos en mil actividades… Si nuestra alma no está limpia, Dios no podrá permanecer en ese lugar oscuro. La Iglesia nos propone limpiar nuestra alma con el sacramento de la reconciliación. Su gracia y su perdón nos pueden devolver la pureza. Pidámosle a Dios que nos limpie.

La paz que viene de Dios


Dichosos los que trabajan por la paz, ellos serán llamados hijos de Dios. Jesús vincula la filiación divina al trabajo por la paz, a nuestro compromiso con el mundo. Esa paz es más que ausencia de conflicto. Tampoco es la paz que viene por el hecho de tener todo lo que queramos o porque haya políticas que facilitan el bienestar social. Jesús se refiere a la paz que viene de Dios, la que nace de la certeza íntima de saberse y sentirse profundamente amado por Dios.

En los episodios de la resurrección, Jesús reitera a sus discípulos: «La paz esté con vosotros». Nos da una paz que supera el deseo sentimental de un estado de calma; a veces se logra con dolor, incluso con sangre. Con la resurrección, él se convierte en príncipe de la paz y cada cristiano, unido a él, en agente de paz.

No habrá paz en el mundo si no empezamos a trabajar por la paz en uno mismo. Nos convertiremos en testimonios de la paz si somos capaces de vivir intensamente esa experiencia en lo más hondo de nuestra vida.

¡Cuántas guerras se han librado para alcanzar la paz! ¡Cuántas batallas con nosotros mismos hemos de vencer para poder transmitir la paz a los demás! Cuando sintamos que nos falta, pidámosla a Aquel que es la paz absoluta. Dios es la única fuente de nuestra paz y felicidad.

Asumir la pasión con alegría


Dichosos los perseguidos por causa de la justicia… Dichosos cuando por mi causa os calumnien, os persigan… Estad alegres y haced fiesta, porque vuestra recompensa es grande en el cielo.

Seguimos evocando la vida de Jesús. Él fue calumniado, perseguido, acusado e insultado, agredido y burlado. El Ecce homo es la expresión de la humanidad herida y humillada. Reflexionemos. Nosotros, hoy, podemos seguir produciendo pasión en muchas personas que nos rodean. ¿Cuántas veces perseguimos, calumniamos, insultamos? Cuando quitamos la buena fama de alguien, cuando esparcimos rumores, injurias o falsedades, estamos sembrando dolor injusto y causando soledad a otras personas. Los que viven instalados en el egoísmo y la mentira son capaces de generar tanto sufrimiento. 

Jesús, en su pasión, nos ayuda a asumir estas situaciones. El abandono en Dios le dio calma y paz. Cuando somos fieles a nuestro compromiso cristiano, podemos ser también víctimas de la incomprensión y de las calumnias de los demás. Nuestra firme convicción y nuestra fidelidad a lo que creemos nos puede acarrear un rechazo frontal por nuestra condición de cristianos. Hemos de aprender a aceptarlo y a vivir contentos a pesar de todo, porque estamos haciendo la voluntad de Dios Padre. En la medida en que nos unimos al dolor de Cristo por fidelidad a Dios, nos acercamos más a él y eso, lejos de provocarnos un desgarro interior, ha de generar en nosotros una profunda felicidad.

No busquemos el sufrimiento, ya nos vendrá si somos fieles y coherentes. Pero el regalo será inmensamente mayor: recibiremos la amistad con Dios para siempre, el mismo Cielo, y lo empezaremos a vivir ya aquí en la tierra.

2009-10-24

¿Qué quieres que haga por ti?

30º domingo tiempo ordinario —B—
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
—Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí…
Mc 10, 46-52


Esta lectura de hoy, impresionante, nos habla de ese momento intenso en la vida de las personas en el que se unen dos fuerzas: la voluntad de Dios y el anhelo del ser humano. En el breve diálogo entre Jesús y Bartimeo se condensan ambas realidades: «¿Qué quieres que haga por ti?». «Maestro, que pueda ver». No sería posible esta convergencia de voluntades sin una confianza sin límites, sin fe. En ese momento, se produce el milagro. Dios toca nuestra vida y todo queda transformado. Dios cura, libera, desata.

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2009-10-16

He venido a servir

En el evangelio de hoy continuamos viendo las discusiones de los apóstoles, ávidos de supremacía sobre los demás, y la pugna que Jesús mantiene con ellos para mostrarles, una y otra vez, que su misión no es mandar, sino servir; su poder no es la dominación, sino el amor. Y que el más grande no será quien busque mayor gloria, sino aquel que sepa entregarlo todo hasta el límite.

Es una lección de humildad tan actual hoy como en tiempos de los primeros apóstoles. Seguir leyendo aquí...

2009-10-10

El joven rico

28 Domingo Tiempo Ordinario -ciclo B-
Mc 10, 17-30

En este evangelio vemos como Jesús, una vez más, parte de la Ley judía para dar un salto más allá. Ante el joven rico, buen cumplidor de los preceptos, que quiere heredar "la vida eterna", Jesús le plantea una llamada mucho mayor: Toma tus bienes, véndelos y sígueme.

Con estas palabras, que pocos entendieron, Jesús nos dice que para alcanzar el cielo no basta cumplir unas normas, sino entregarse, en cuerpo y alma, a Dios. Y él, como buen Padre, no dejará de responder.

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2009-10-03

Serán los dos una sola carne

27º domingo tiempo ordinario —B—
“Por vuestra terquedad dejó Moisés escrito este precepto. Al principio de la Creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
Mc 10, 2-16


Aquí tenemos otra lectura que puede prestarse a lecturas polémicas o a malentendidos. Los fariseos ponen a prueba a Jesús con un tema muy delicado: ¿es lícito divorciarse?

En las circunstancias de nuestro mundo de hoy el tema aún es más espinoso. Se suele apelar al bien de las personas para justificar leyes que puedan favorecer su libertad para separarse, cuando la convivencia se hace insoportable o difícil. Aparentemente, son leyes comprensivas y humanitarias. Pero Jesús menciona, en cambio, la “dureza de corazón” que se esconde tras ellas. Jesús no pide sacrificios absurdos a las personas, pero va mucho más allá de la ley y nos habla de un matrimonio que no es un simple contrato o unión de necesidad, sino una llamada a compartir la vida con el otro, movida por el amor y bendecida por Dios.

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2009-09-26

Ay de quién escandalice...

26º domingo tiempo ordinario —B—
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Mc 9,38-48

Esta lectura es un auténtico toque de atención ante aquellas personas que, por creer y pensar que son muy fieles a su fe, rechazan a quienes son diferentes. Es una apelación a la tolerancia y a la apertura de mente: Dios puede manifestarse de muy diversas maneras y a quien quiere. Nadie tiene la “exclusiva” de su reino.

No obstante, Jesús continúa con palabras muy fuertes dirigidas hacia quienes escandalizan y hacen tambalear la fe de las personas. Escándalo es una palabra que debe comprenderse bien: en este contexto, no se refiere meramente a actuar o hablar de manera vergonzosa o desmedida, sino a la incitación a hablar o pensar mal de alguien, arruinando su reputación. Escandalizar también tiene una acepción religiosa: dañar o destruir espiritualmente a otra persona. Y esto, para Jesús, es el mayor crimen. Recordemos que en otro pasaje avisa a los suyos: “no temáis a los que destruyen el cuerpo, temed más bien a los que destruyen el alma”.

Por eso Jesús es tan rotundo y utiliza un lenguaje metafórico para advertirnos que todo aquello que pueda matar nuestro espíritu, aunque sean bienes muy queridos por nosotros, debemos apartarlo. Pues nada hay más valioso que vivir con un alma sana y fuerte, llena de Dios.
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2009-09-19

Quien quiera ser el primero...


—Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: —El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Mc 9, 30-37

Apenas Jesús comunica a sus discípulos que su muerte será inminente, éstos se enfrascan en una discusión sobre quién es el más importante entre todos ellos. ¡Qué poco han entendido las palabras de su maestro! Aún buscan la preeminencia, el liderazgo basado en el poder. Y Jesús, acercando a un niño, que en aquella época era poco menos que nada, les enseña que el primero ante Dios quizás será el más pequeño, el último, el humilde, el servidor.

Detrás de la lectura podemos adivinar un intenso drama. Jesús revela, ya claramente, cuál será su porvenir. Las autoridades de su pueblo lo rechazarán y lo condenarán. Pero está solo en su dolor. Sus discípulos aún saborean las mieles de la gloria y parece que flotan en otra órbita. Ahora ya creen que su maestro es el Mesías y todavía abrigan en su interior la imagen del salvador triunfante, guerrero y vencedor de sus enemigos.

Poniendo a un niño ante ellos, Jesús derrumba sus esquemas mentales. Él, que es el maestro, se compara al chiquillo: “el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí”. Se hace pequeño, humilde y servidor. Porque quien es grande no es él, como hombre, sino Dios. Jesús nunca habla por sí mismo, sino por el que le envía. Su misión no es su propia obra, sino la obra del Padre.

“Quien quiera ser el primero, sea el último y el servidor de todos”. Esta es una máxima cristiana de tremenda actualidad, hoy y siempre. Con estas palabras, Jesús nos llama a una vida plena, pero no por el camino de la vanagloria o la autorrealización, sino por el camino del amor y el servicio a los demás. Sólo quien ha seguido este camino descubre la felicidad que se esconde en una vida discreta y de servicio. Pero esto, tanto hoy como hace dos mil años, va a contracorriente de nuestra cultura, siempre enamorada del brillo de la grandeza y el poder.

¡Qué engañados vivimos! Las voces que nos incitan a buscar la notoriedad, la fama, el protagonismo, el “yo-mismo”, son ensordecedoras. Y, a veces, la voz más potente que nos llama es la de nuestra propia vanidad. Dios nos habla también, pero su voz es suave y tierna. Es la voz de un niño inocente, ¡y cuesta tanto de oír!

Con esta lección de humildad, Jesús marca un camino. Un camino que, sin estar exento de cruces y de espinas, nos abre horizontes insospechados. Es el sendero estrecho y casi ignorado que nos lleva a la inmensidad del cielo. El cielo del más allá y del más acá; el cielo que se alberga en el corazón que se abre para recibir y para dar, para servir y para amar.

2009-09-12

Tomar la cruz, salvar la vida

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mc 8, 27-35

Para muchos de nosotros es fácil reconocer y proclamar la gloria de Jesús. A todos nos deslumbra la luz del Tabor y todos queremos disfrutar las delicias del cielo. Pero, qué poco dispuestos estamos a aceptar la cruz. Jesús nos hace descender del monte y tocar en profundidad la tierra. En la vida todos tenemos nuestras cruces. La gran tentación es abandonarse al desespero, al temor o al odio. Quizás la cruz más pesada sea aceptar nuestra propia realidad, con sus límites y con las vicisitudes que se nos presentan. Pero los cristianos tenemos una certeza. No estamos solos en nuestro camino. Jesús cargó con la cruz más pesada, y sigue haciéndolo hoy. Nosotros, a su lado, caminaremos como Cirineos, sabiendo que contamos con su ayuda.

Por eso, vivir en coherencia con nuestra fe no debe asustarnos. Sabemos que el mundo nos crucificará, quizás no literalmente, pero sí de otras formas. Sin embargo, Jesús nos recuerda que “quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Vivir aquello que creemos es una experiencia densa y bella que supera todas las cruces del mundo.

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2009-09-05

Abrirse al don

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Jesús les mandó que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Mc 7, 31-37


La curación siempre estuvo unida a la misión de Jesús. El anuncio del Reino de Dios no son sólo palabras: va acompañado de una acción de amor efectiva hacia las personas, especialmente hacia las que más sufren. Las sanaciones de Jesús son actos de liberación, no sólo de la enfermedad física, sino de la carga moral que los judíos concedían a las dolencias. Para un judío, padecer una enfermedad o discapacidad era señal de pecado, de castigo. Jesús, curando, libera de culpabilidad al enfermo y lo abre al amor de Dios.

Pero abrir los oídos tiene un sentido más hondo… Continuar la lectura.

2009-08-29

Nada de lo que entra de fuera hace impuro al hombre

Domingo XXII tiempo ordinario -B-
Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera hace al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos… Todas estas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Mc 7, 1-23

En esta lectura de hoy vemos como Jesús arremete contra el cumplimiento vacío de la ley. Ataca la hipocresía de los que se aferran a las normas humanas y se creen perfectos por ello, pero olvidan la máxima ley, que no es otra cosa que cumplir la voluntad de Dios, es decir el amor.

Santiago en su carta es clarísimo: no hay verdadera fe ni religión pura si ésta no va acompañada de buenas obras y de atención a quienes más lo necesitan.

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2009-08-22

Tú tienes palabras de vida eterna

21 domingo tiempo ordinario - A -

Entonces Jesús les dijo a los Doce: —¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó: —Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
Jn 6, 60-69


Llega un momento en que el discurso de Jesús es tan exigente, tan rotundamente nuevo, que muchos se echan atrás y dejan de seguirlo. Mostrándose como pan de vida, se sitúa a la misma altura que Dios, y esto muchos no lo pueden aceptar. Para los judíos ortodoxos, que alguien pudiera equipararse con la Ley, con el maná del cielo, con el mismo Dios, era una herejía inadmisible.

Jesús habla claro: “El espíritu es quien da vida. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”. Más allá de discursos, Jesús está ofreciendo toda su vida. Quienes sólo buscan en él una doctrina, una filosofía o un liderazgo político quedan defraudados y confundidos.

Pero sus discípulos, que han vivido con él, que han paladeado esa vida nueva junto a su maestro, atisban la realidad que hay detrás de sus palabras. Pedro confiesa, con fuerza, su fe: “Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Sólo quien da la vida puede pronunciar palabras vivas. Ellos no han buscado las ideas ni las seguridades: han conocido al hombre. Y a través de él, han sabido cómo ama Dios. Han comenzado a comprender.

Sólo entenderemos a Jesús desde el amor del Padre: cuando sintamos que somos profundamente amados por un Dios que llega a morir por nosotros, las palabras de Jesús serán diáfanas y comprensibles para nosotros.

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2009-08-15

Verdadera comida, verdadera bebida

Jesús sorprende e incluso escandaliza a los hombres de su tiempo con estas palabras: "El que come mi carne y bebe mi sagre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida".

¿Somos conscientes de que cada domingo la Eucaristía nos ofrece a Cristo, vivo, con nosotros? ¿Sabemos lo que significa tomarle? ¿O acaso esta realidad nos sigue resultando tan incomprensible y lejana hoy, igual que a los judíos de hace dos mil años?

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2009-08-08

Pan bajado del cielo

—Yo soy el pan vivo que bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne de vida para el mundo..
Jn 6, 41-51

Jesús continúa hablándonos de ese pan del cielo —ese pan que sacia para siempre y que abre las puertas de la vida eterna. Él es el pan. Cuando lo proclama, sus gentes no lo entienden. Tal vez interpretan sus palabras literalmente, o bien se escandalizan porque uno de sus vecinos, un hombre de quien conocen su familia, su origen… se atreve a decir que ha bajado del cielo, comparándose al mismo Dios.

En la desconfianza y la incredulidad, no vislumbran el sentido de las palabras de Jesús. Ser pan es donarse. Lo que nos sacia a las personas es la entrega a los demás. Cuando uno deja de buscarse a sí mismo y de alimentarse de su propio vacío, cuando uno dona su vida, se encuentra y encuentra una vida distinta, densa, plena de sentido. Es esa vida eterna que promete Jesús a quienes lo seguirán. A quienes tomarán de su pan.

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2009-08-01

El que cree en mí nunca pasará hambre


—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.
Jn 6, 24-35

Del pan de harina Jesús pasa a otro pan que sacia un hambre mucho más profunda del ser humano: es el hambre de una vida plena, intensa, bella y con sentido. Esta hambre no puede ser saciada con pan amasado por manos humanas, sino por el mismo Dios.

Jesús les explica esto a las gentes que lo siguen, mostrándose, él mismo, como pan bajado del cielo. Sus interlocutores se muestran ansiosos y escépticos. “¿Qué signos vemos, para creer en ti?”. Parece asombroso que, después de contemplar la multiplicación de los panes y los peces, y después de verlo curar a tantos enfermos, estos hombres aún duden de Jesús. La desconfianza ciega sus ojos ante la evidencia.

Hoy suceden cosas similares. Tenemos muchas evidencias del amor de Dios y de su obra en el mundo, en la creación y en las personas. Pero no tenemos la mirada lo bastante limpia para verlo y, en cambio, nos centramos en las realidades del mal y pensamos que Dios está ausente, que nos abandona. San Agustín lo dijo hace muchos siglos, con palabras muy claras y actuales: “mejorad vuestras vidas y los tiempos serán mejores”. Dios no nos abandona, pero nos hace libres y responsables. La clave para que el mundo se transforme está en nosotros. Los prejuicios, la ignorancia o la pereza mental nos mantienen aletargados y nos impiden distinguir lo que salta a la vista.

Jesús habla con mucha firmeza: quien nos alimenta, quien nos sostiene, quien da un significado a nuestra vida, es Dios. Y él es su enviado, el que hace su voluntad. En su diálogo también nos deja entrever su fuerte unión con Padre y su vocación. Él es el pan que Dios envía a los hombres. Él se da a sí mismo, da su vida, para que otros puedan alimentarse. Este es el sentido genuino de la eucaristía. Y esta es, en el fondo, la vocación de todo cristiano.

Las palabras de Jesús son tremendas e invitan a meditarlas en nuestro interior: “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”.

De la misma manera, la persona que decide hacer de su vida una entrega a los demás, a imitación de Jesús, jamás pasará hambre y sed. Pero, antes, es preciso confiar y creer para poder ver el rostro de Dios y recibir su amor.

Quien se abre al amor de Dios para darlo a los demás es como el canal de una fuente, siempre lleno, siempre fluyendo. Nunca padecerá hambre, y a la vez estará alimentando a otros. Pero la fuente, no lo olvidemos, no está en nosotros mismos, limitados y frágiles, sino en Dios: “es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”.

2009-07-25

La multiplicación de los panes

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie”.
Jn 6, 1-15

En el evangelio de la semana pasada veíamos a las multitudes hambrientas de Dios, y cómo Jesús las atendía. Hoy vemos la manera en que Jesús sacia también el hambre física de las gentes. La multiplicación de los panes, más allá del prodigio, nos muestra que el verdadero milagro es la solidaridad y el saber compartir. Jesús da gracias a Dios y bendice ese pequeño gesto del muchacho que supo dar cinco panes y dos peces. Y nos da una lección de economía y justicia, perfectamente aplicable al mundo de hoy: todos quedan saciados y lo que sobra se recoge para aprovecharse.
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2009-07-18

Andaban como ovejas sin pastor


Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma.
Mc 6, 30-34

En esta lectura de hoy nos encontramos con dos secuencias distintas que muestran la humanidad de Jesús y su sensibilidad. Por un lado, acoge a sus discípulos, que han ido a predicar y a sanar enfermos por toda la región. Los ve cansados y con ganas de explicarle cuanto han hecho, y los llama consigo a un lugar tranquilo, para que reposen.

Pero, por otra parte, encontramos esas multitudes hambrientas de escuchar palabras vivas, que los siguen a todas partes. En esta muchedumbre se ve reflejado el hambre de Dios, que hoy también aqueja a nuestro mundo, aunque muchas veces las personas no sean conscientes de ello. Y Jesús, viéndoles, decide postergar el descanso y atender a la gente.

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