Este blog pretende reflexionar sobre los evangelios dominicales de los tres ciclos litúrgicos, proporcionando un material que ayude a laicos y a sacerdotes a hacer una lectura del mundo de hoy a la luz de la palabra de Dios.
2022-12-30
Santa María Madre de Dios
2022-12-23
Día de Navidad - En él estaba la vida
El otro día en catequesis expliqué a los niños que Dios,
cuando vino al mundo, no quiso nacer como hijo de reyes, sabios o famosos.
Tampoco nació en un palacio ni en una gran ciudad como Roma. Al contrario,
nació en un establo, María y José eran muy humildes y el nacimiento del niño pasó
desapercibido. Sólo se enteraron unos pocos pastores, sus vecinos y unos sabios
despistados venidos de Oriente. ¿Por qué creéis que Dios eligió venir así?,
pregunté a los niños. ¿No hubiera sido más lógico venir de otra manera, para
que todos pudieran conocerlo y adorarlo con admiración?
Algunas niñas dieron respuestas reveladoras. Dios quiere
ayudarnos, dijo una. A Dios le gusta la gente sencilla y pobre, contestó otra.
Y una tercera dijo: Dios quiere que seamos como él, por eso él se hace como
nosotros. ¡Creo que pocos teólogos podrían mejorar esta respuesta!
Sí, Dios se hace uno de nosotros, se humaniza porque quiere
divinizarnos y compartir su reino con nosotros. La gran noticia no es sólo que
Dios exista… ¡Es que Dios está de nuestra parte! Está realmente con nosotros, no solo por encima, ni en
las honduras insondables, sino codo a codo, al lado, compartiendo nuestras
alegrías y dolores, nuestras miserias y sueños. Con el nacimiento de Jesús se
ha tendido un puente entre el cielo y la tierra, que ya nadie podrá derribar.
La tierra, como dijo un poeta, está empapada de cielo. El mundo está envuelto
en cielo, mecido en brazos de Dios igual que él lo estuvo en brazos de María,
la mujer, la madre, la hija de la tierra.
Con toda la modestia de su nacimiento, Jesús no deja de ser la Luz, que es «la vida de los hombres». Con él empieza un cielo nuevo y una tierra nueva, rejuvenecida por el torrente de amor divino. Por eso con su nacimiento el cielo está de fiesta y los ángeles cantan. Nosotros, que somos ciudadanos del cielo, también estamos de fiesta hoy, porque las consecuencias de ese nacimiento duran hasta hoy y duraran hasta el final de los tiempos. Vivamos la Navidad con sobriedad y sencillez. Que el trajín de las fiestas no nos haga olvidar su sentido. Que sea de verdad una fiesta de encuentro, donde se hagan ciertas las palabras de Jesús: «donde estén dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo». No olvidemos al primer invitado a estas fiestas. Abramos nuestro hogar a Jesús, que está a la puerta y llama.
2022-12-17
La criatura es del Espíritu Santo - 4º Domingo de Adviento
2022-12-09
¿Eres tú el que ha de venir? - 3r Domingo de Adviento A
2022-12-03
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego - 2º Domingo de Adviento A
El evangelio de hoy nos
presenta a Juan Bautista con su fogosa predicación. Juan no dejaba indiferente
a nadie. Su discurso gustaba, pero tampoco era cómodo. A quienes se bautizaban
por curiosidad, o por quedar como santos, los increpa con dureza. ¿Hacéis esto
por parecer buenos? Lo que importa es la conversión auténtica, el cambio de
vida. No bastan las palabras y los gestos simbólicos, hay que abrirse al
vendaval de Dios, que sacude nuestra alma y nos invita a dejar nuestros lastres
y esclavitudes personales.
Preparad el camino al Señor. ¿Qué significa esto, para nosotros, hoy? Jesús ya
vino, y Jesús está vivo hoy. Pero si no le abrimos nuestra casa —nuestra alma—
estamos igual que aquellos judíos del siglo I que esperaban al Mesías y escuchaban
perplejos a Juan Bautista. Preparar el camino significa estar atentos, velar,
escuchar. Dios puede hablar y visitarnos de muchas maneras.
Yo os bautizo con agua. El agua es purificación y es vida. El bautismo de Juan es un paso importante en la preparación ante la venida del Señor. Implica un proceso de limpieza espiritual y compromiso con el bien, y es un acto de voluntad que requiere nuestro esfuerzo. Muchas personas centran su vida en la práctica virtuosa y la pureza interior. Buscan la perfección moral y se esfuerzan por mejorar y cambiar. ¿Qué descubren? Como san Pablo, se dan cuenta de que cambiar es dificilísimo y no basta con la voluntad. Uno nunca se cambia a sí mismo del todo, pese a la ascesis y la disciplina. Dios tampoco quiere que nos mutilemos ni nos deformemos espiritualmente. Nos hace falta algo más: el bautismo por Espíritu Santo y fuego. Si el agua es voluntad nuestra, el fuego es don y acción de Dios. Será él, derramando su amor, quien nos cambiará. No tendremos que forzarnos; él nos transformará desde adentro, con pasión y ternura, haciéndonos crecer y dando fruto. Nuestra hazaña no será alcanzar la perfección por mérito propio (esto despertaría nuestra vanidad, y nos alejaría de Dios), sino abrirnos a su amor y a su misericordia, los únicos que pueden cambiarnos y dar a nuestra vida un sentido nuevo y pleno.
2022-11-25
Velad porque no sabéis el día - 1 Domingo de Adviento
Iniciamos otro año
litúrgico con este primer tiempo fuerte: el Adviento, las cuatro semanas antes
de la Navidad. Las lecturas de hoy nos hablan de preparación. ¿Para qué? Para
el inicio de un tiempo nuevo, el reinado de Dios. En medio de nuestros afanes
cotidianos y viendo cómo está el mundo, sumido en crisis y guerras, podemos
dudar y preguntarnos dónde está el reino de Dios. ¿Es una realidad o un mero
símbolo? ¿Es un sueño, o algo futuro y utópico? La profecía de Isaías habla de
una era de paz y concordia, donde las espadas se convertirán en arados, los
países dejarán de enfrentarse y habrá justicia para todos. ¿Es posible? Parece
que el mundo va al revés de estas profecías y que, cada año, empeora. La paz es
un anhelo universal del ser humano, como leemos en el salmo. Es valorada sobre
todo cuando carecemos de ella. Pero ¿cómo alcanzarla? ¿Cómo lograr que cada
persona desee el bien al otro, sin excepción? ¿Cómo tener paz fuera si dentro
de nosotros mismos a menudo ya hay una guerra interna?
Jesús es muy realista: no vende humo ni sueños. Conoce los males que afligen al mundo y no dice que vayan a acabar de un día a otro. Pero no deja que nos hundamos en la impotencia o el desespero. El reino de Dios no es un gobierno al estilo de los poderes del mundo. Está por encima de todo y al mismo tiempo en lo más profundo de la realidad: dentro de nosotros mismos. Somos nosotros, con nuestras obras diarias, quienes estamos preparando su venida. Ante los desastres del mundo cabe una actitud activa y despierta: Velad porque no sabéis el día que vendrá vuestro Señor, dice Jesús. Velar es vivir despierto, como en pleno día, dice San Pablo, con dignidad. Velar es espera activa, amar sin cansarse y devolver bien por mal. Velar es ser conscientes de que nuestra vida es una pequeña parte de una historia muy grande, la historia de amor de Dios con la humanidad. Nada de lo que hagamos se perderá: hasta el más sencillo gesto de caridad está contribuyendo a este reino que está más cerca de lo que podamos imaginar.
2022-11-18
Jesucristo Rey del Universo - 34 domingo
Entre la primera lectura
y el evangelio de hoy vemos un dramático contraste. En la primera, las tribus
de Israel van a ver a David, el héroe triunfante, se proclaman «hueso tuyo y
carne tuya» y lo aclaman rey. Es un rey querido por sus gentes, que se sienten
unidas a él en la victoria y en la bonanza.
En cambio, en el
evangelio vemos a Jesús clavado en la cruz. Toda su misión parece haber acabado
en una derrota. No sólo muere sangrando, abandonado de todos, sino que en la
misma tortura es humillado y escarnecido, blanco de la mofa de quienes le
rodean. En medio de esta escena cruel, las palabras del buen ladrón, crucificado a su lado, son impresionantes y
asombrosas. ¿Cómo este hombre, condenado por sus crímenes, ha podido ver en
Jesús a un verdadero rey, más allá de todos los reinados y poderes del mundo?
¿Cómo ha sabido ver, además de su bondad, su divinidad? Sin duda, esa lucidez
fue un último regalo de Dios en su azarosa vida. En el trágico final, Dios le
tiende una mano, le ofrece la reconciliación y él la acoge. Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino. Y Jesús, rostro de Dios, aunque cubierto de sangre y contraído por
el dolor, hace un último gesto de realeza: Esta
noche estarás conmigo en el paraíso. Con la magnanimidad del Padre, olvida
todo pecado, borra toda culpa y le abre las puertas del cielo.
Los reyes humanos se
encumbran; el rey divino se humilla y se abaja. Los reyes humanos se entronizan
sobre las vidas de otros arrebatando oro, sudor y sangre. Jesús se entroniza en
una cruz dando su vida, su sudor y su sangre por todos. Los reyes humanos
quieren endiosarse. Dios, en cambio, se humaniza hasta el límite: el
sufrimiento, la vergüenza y la muerte. No se libra de nada, apura hasta el
final la copa del dolor y la maldad del mundo. Por eso, ante el misterio del
mal que siempre nos acecha, no podemos decir que Dios sea indiferente: Dios lo
ha sufrido, Dios lo conoce, Dios nos comprende cuando estamos enfermos,
heridos, humillados. Sabe del miedo y la soledad, sabe del espantoso vacío que
muchos experimentan ante una muerte cruel.
La muerte de Jesús —¡Dios se muere!— es un misterio que nos sobrepasa. Pero es así como Dios muestra el verdadero sentido de su realeza. Jesús muere porque lo da todo, y hay quienes temen y rechazan tanto amor. El concepto de rey en la Biblia no es el de un tirano, sino el de un pastor, un padre, un protector. Aunque luego los reyes humanos cayeran en los errores de todos los gobernantes del mundo. En el evangelio, ser rey es más aún: rey es el que da la vida por los demás. Rey es el que ha vivido en plenitud y trabaja para que esta plenitud llegue a los demás. Esto es el amor, y esta es la esencia de Dios. Jesús vino para que todos fuéramos reyes y reinas en este sentido: personas capaces de vivir plena y gozosamente, desplegando nuestra bondad y talentos. ¿Cómo es posible? Olvidándonos de nosotros mismos y entregándonos, como Jesús lo hizo. Él marca el camino. Como explica san Pablo, con su muerte Jesús reconcilia el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el mundo herido por el mal con la plenitud del reino de Dios.
2022-11-11
33º Domingo Ordinario C - Mirad que nadie os engañe
Las lecturas de hoy nos
impresionan por su tinte apocalíptico. Todas ellas se dan en un contexto
de sufrimiento y persecución. Cuando la vida corre peligro, ¿cómo mantener la
esperanza? La profecía de Malaquías nos habla del juicio de Dios, un día ardiente
en que los malvados perecerán como la paja y los justos brillarán como el Sol.
Quizás este sea el deseo de muchas personas que sufren injustamente: ¡el mal no
puede tener la última palabra! No es que Dios quiera destruir a nadie, pero
serán las consecuencias de su mal obrar las que llevarán a la ruina a los
injustos.
San Pablo avisa a los
cristianos de Tesalónica. Corría la creencia de que el fin del mundo estaba
próximo y, por tanto, algunos creían que no valía la pena esforzarse por
trabajar ni preocuparse por la economía. Esto provocaba conflictos en la
comunidad: había quienes vivían ociosos, ganduleando y metiéndose en las vidas
ajenas. Pablo es rotundo. Mientras estemos en esta tierra hemos de trabajar y
esforzarnos como el primer y el último día, con ganas y siendo solidarios con
los demás.
Jesús también recoge el
temor social al fin del mundo. Es un miedo que nos resulta muy familiar:
guerras, hambrunas, epidemias, cambio climático… Para muchos el fin es
inminente, y no pocas corrientes religiosas e ideológicas fomentan este pánico
colectivo. Hasta los grandes organismos internacionales se han sumado al discurso catastrofista, para persuadir a la ciudadanía. ¿Qué hacer? Jesús es realista y claro: no sabemos el día ni la hora,
y quienes pretendan dar una fecha concreta son farsantes o iluminados, falsos
profetas de los que conviene no fiarse. Hay que seguir viviendo, cada día su afán, y haciendo lo mejor
que podamos, sin perdernos en fabulaciones sobre el futuro. Que no cunda el
pánico. Es en el presente donde se da la salvación, día a día, con
perseverancia.
El escrito de Lucas
recoge una situación que vivieron las primeras comunidades cristianas: la
persecución religiosa. Las palabras de Jesús, por un lado, son crudas. No
oculta lo que les espera a los creyentes: sufrirán rechazo y represión, incluso
serán traicionados y abandonados por familiares y amigos. Pero al mismo tiempo
también da esperanza: para Dios no se pierde nadie, él está con sus fieles
amigos hasta el final, protegiendo hasta el último de sus cabellos. Dios no nos
ahorrará problemas, porque respeta tanto nuestra libertad como la de nuestros perseguidores.
Pero sí nos garantiza una cosa: él estará a nuestro lado. Con él venceremos,
aunque quizás de una manera diferente a como lo esperamos. La nuestra será la
victoria de la cruz. Y todos sabemos que, después de la cruz y la noche llega
el alba de la resurrección.
Jesús no es un gurú que nos halaga y nos da falsas esperanzas. No promete un éxito fácil. Pero sí nos promete algo que vale más que todo: su ayuda y su presencia. El Espíritu Santo nos inspirará nuestra defensa y jamás quedaremos abandonados. Esta convicción ha de darnos fuerzas para superar absolutamente todos los retos que se nos presenten cada día, ¡sin miedo! Con confianza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
2022-11-04
32º Domingo Ordinario C - Un Dios de vivos
Aún tenemos reciente la
celebración de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos y las lecturas de hoy
vuelven a tocar este tema. La muerte, uno de los grandes misterios que nos
acechan, nos hace pensar, y a menudo dudar y temer. Lo único que sabemos de la
vida es que tiene un límite: empieza en un momento y termina en otro. Antes de
ser engendrados, no existíamos, pero… ¿qué sucederá después? ¿Realmente hay
otra vida? ¿Es el alma eterna e inmortal? ¿Resucitará nuestro cuerpo algún día?
¿O son todo fantasías y consuelos, aptos sólo para personas de mente simple y
supersticiosa?
Hay un hecho, y es que
desde los albores de la historia el ser humano ha intuido que el espíritu no
puede morir, y tiene que haber algún tipo de vida más allá de la muerte. No hay
una sola cultura que no contemple esta posibilidad. Un entierro digno, una
creencia en un más allá, son signos distintivos de todas las civilizaciones.
Pero la incredulidad también es algo antiguo. Pensar que todo se acaba aquí no
es exclusivo materialismo ni del ateísmo moderno. Siempre ha habido escépticos.
En tiempos de Jesús los saduceos no creían en la resurrección y se burlaban de
estas creencias. Por eso ponen a prueba a Jesús con este ejemplo extremo. Una
mujer que ha enviudado siete veces, ¿de quién será la esposa, en el más allá?
Jesús es rotundo en su
respuesta. En primer lugar, la vida más allá de la muerte no es equiparable a
nuestra vida mortal, finita y limitada. No existe la muerte ni las necesidades
biológicas que nos afectan a todos, por tanto no tiene sentido procrear, pues
todos seremos eternos. Las relaciones entre personas serán distintas. ¡No
podemos imaginarlo! En segundo lugar, cuestionando la resurrección los saduceos
están cuestionando al mismo Dios. Un Dios de Abraham, de Isaac, de Moisés…, de
tantos que fallecieron hace tiempo, ¿puede seguir siendo su Dios, si están
muertos? Dicho de otro modo: ¿qué clase de Dios es el que llama a la existencia
a unas criaturas para luego permitir que sean aniquiladas por la muerte? ¿Qué
sentido tiene crear para luego destruir? Si una madre desearía que sus hijos no
murieran jamás… ¿no lo va a desear Dios, que es amor infinito? La conclusión
lógica es que Dios no nos condena al exterminio. Dios es un Dios de vivos. Nos hace eternos. Terminará la vida
mortal, en esta tierra. Nuestro cuerpo físico perecerá, pero la muerte no será
un final definitivo, sino un paso. Será el umbral de otra vida que perdurará
para siempre, de otro modo y en otra dimensión, que llamamos cielo.
Aún y así podríamos pensar que todo son conjeturas fruto del deseo… pero no es así. Jesús regresó de la muerte para contárnoslo. Sus apariciones después de resucitado transformaron radicalmente a sus discípulos. Ya no creemos porque nos gustaría: creemos porque Jesús vino, lo anunció y le creemos a él y a sus testimonios. ¿Qué sentido tendría inventar algo tan increíble y asombroso? A donde él fue iremos todos y viviremos para siempre. También nosotros tendremos, un día, un cuerpo glorioso y resucitado.
2022-10-28
31º Domingo Ordinario C - Zaqueo y su conversión
Todas las lecturas de
este domingo tienen algo en común: nos hablan de la bondad de Dios. Un Dios que
ama tanto que todo lo hace existir, como nos dice el libro de la Sabiduría. Un
Dios que es cariñoso con sus criaturas, sostiene a los que van a caer y
endereza a los que se doblan, como dice el salmo 144. Un Dios que honra a
quienes se esfuerzan por vivir en la fe y al modo que enseñó Jesús, como nos
recuerda Pablo. Un Dios que llama, no sólo a los justos e intachables, sino
también a los pecadores, despreciados por la sociedad. También a ellos los ama
y quiere salvarlos. Como una madre que quiere a todos sus hijos, sin excepción,
así ama Dios.
Es fácil hacer lecturas
sentimentales del evangelio de Zaqueo. La distancia del relato nos hace
emocionarnos: ¡un pecador arrepentido! Pero si trasladáramos este episodio al
día de hoy… ¿Qué pensaríamos? Zaqueo podría ser un empresario explotador, un
funcionario o un político corrupto. ¿Qué sentimos hacia estas personas cuando
sabemos que han robado tanto dinero público, que pertenece a los ciudadanos?
¿Qué diríamos si Jesús viniera hoy y, en vez de visitar nuestra parroquia y
alojarse con una comunidad cristiana fuera a comer y se hospedara en casa de
uno de estos ricos corruptos que todos detestamos? ¡Seguro que no faltarían
comentarios indignados! ¿Cómo puede Jesús comer con esta mala persona, con este
ladrón, con este que se ha enriquecido a costa de los demás?
Y, sin embargo, Jesús va
con el pecador al que todos detestan. Es uno de los gestos más impresionantes
de la misericordia de Dios. ¡Dios es bueno, también con «los malos»! Lo más
grande de este evangelio es lo que no se cuenta. ¿Qué paso durante esa comida
en casa de Zaqueo? ¿De qué hablaron? ¿Qué sucedió para que Zaqueo decidiera
devolver cuatro veces todo lo robado? ¿Por qué cambió su vida tan radicalmente?
Podemos imaginar… Es
posible que Jesús fuera la primera persona, en mucho tiempo, que mirara a
Zaqueo a los ojos y viera en él, no a un ladrón miserable ni a un rico
explotador, sino a un ser humano. Quizás Jesús fue el primero en tratarlo como
a una persona, con dignidad y respeto. Quizás fue el primero en ver su corazón,
más allá de las etiquetas y las maledicencias de la gente. Y Zaqueo debió ver,
en los ojos de Jesús, la mirada amorosa de Dios.
Sí, Dios ama todo cuanto ha creado y no quiere que nada ni nadie se pierda. Especialmente los pecadores. Por eso Jesús, como buen enviado del Padre, se acerca a ellos, tiene debilidad por ellos. Los acoge, los escucha, los mira con amor. Es más: se deja acoger y cuidar por ellos. Abrir la casa es más que abrir una puerta: es abrir el corazón y la vida. Zaqueo albergando a Jesús bajo su techo y ofreciéndole una comida es el hombre que ha decidido abrirse a Dios. Es el amor el que lavará sus culpas y reformará su vida: «Tú tienes compasión de todos, porque todos, Señor, te pertenecen y amas todo lo que tiene vida, porque en todos los seres está tu espíritu inmortal.»
2022-10-21
El fariseo y el publicano - 30º Domingo Ordinario C
2022-10-14
29º Domingo Ordinario C - La viuda y el juez
2022-10-07
28º Domingo Ordinario C - Sanación y salvación
2022-09-30
27º Domingo Ordinario C - Señor, auméntanos la fe
2022-09-23
Un abismo infranqueable
Lecturas:
Amós 6, 1-7
Salmo 145
Timoteo 6, 11-16
Lucas 16, 19-31
Homilía
2022-09-16
25º Domingo Ordinario - C - No podéis servir a Dios y al dinero
2022-09-09
24º Domingo Ordinario - C
Las lecturas de hoy nos presentan distintos
retratos de Dios. Pero todas nos muestran que
nuestro Dios, Padre, tiene un corazón
tierno de madre, incapaz de juzgar y de condenar. Siempre está dispuesto a
perdonar y a olvidarlo todo, listo para festejar el regreso del hijo que se
alejó y vuelve al hogar.
En la lectura del Éxodo
vemos cómo el pueblo en el desierto se cansa y se pone a idolatrar un
dios-novillo, una imagen fabricada en oro. Es como si hoy adoráramos algo
visible, material, el fruto de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, nuestra
propia obra. Moisés se enfurece, ¡defiende la causa de Dios! Pero Dios no se
enfada como él y se muestra paciente. ¿Cómo va a castigar al pueblo que ama?
Igualmente hoy podríamos pensar que Dios no se irrita contra los ateos, los
materialistas y los despistados que corren en pos de diosecillos falsos (fama,
dinero, confort, tecnología o bienestar material…) En cambio, se muestra
paciente y pide a los creyentes que sepamos dar un testimonio de auténtica
caridad y empatía con los dramas que sufren nuestros contemporáneos. Queremos
ser más exigentes que Dios… ¡qué osados!
San Pablo relata con
honestidad conmovedora su conversión. Se describe como un arrogante, descreído
y violento. Pero Dios tampoco lo castigó. Lo miró con compasión, lo llamó… ¡y
se fió de él para darle una gran misión! De perseguidor a apóstol ferviente. La
conversión de Pablo debería animarnos a todos: si Dios pudo obrar tal cambio en
él, ¿qué no podrá hacer en nosotros, si nos dejamos? Ah, pero falta que, como
Pablo, caigamos de nuestro caballo y escuchemos la llamada.
Jesús, ante los criticones que le acusan de comer con pecadores, responde con tres parábolas sencillas y de gran hondura. Los pecadores somos ovejas descarriadas del rebaño, monedas perdidas, tesoros extraviados. Somos hijos pródigos que hemos dilapidado nuestra vida (el gran bien que Dios nos ha dado) invirtiendo nuestro tiempo y energía quizás en cosas que no valen la pena. No hace falta gastar el dinero en juego y en mujeres para ser hijos perdidos. Podemos gastar la vida estresándonos en tareas inútiles, dispersos con el Whatsapp, Netflix, las redes sociales o los comadreos frívolos de la tele. Podemos derrochar el tiempo amasando una fortuna para nada, descuidando nuestras relaciones con la pareja, los hijos, la familia… Dios tiene paciencia. Dios nos espera, como el padre de la parábola. Jesús nos busca, como el pastor valiente o la mujer que barre su casa. ¿Puede una madre condenar al más criminal de sus hijos? Pues Dios, que es aún más amoroso que una madre, tampoco lo hará. Ablandemos nuestro corazón y descubriremos que Dios tiene su corazón abierto de par en par para recibirnos, siempre.
2022-09-02
23º Domingo Ordinario C
Las tres lecturas de hoy
son un poco incómodas. El libro de la Sabiduría nos dice que las cosas de Dios
son demasiado altas e inalcanzables para comprenderlas si su Espíritu no nos
ilumina. ¿Quién rastreará las cosas del cielo? O bien son muy utópicas: San
Pablo le pide a Onésimo que reciba a su esclavo fugitivo, ahora como hombre
libre, hermano en la fe. ¿Es posible saltar por encima de las clases sociales? Las
cosas de Dios también pueden ser demasiado difíciles: Jesús dice que nadie
puede seguirlo si no pospone a su familia, a sus padres e hijos, a su cónyuge.
¿Es posible valorar a alguien por encima de los de nuestra propia sangre?
Admitámoslo: aún entre los creyentes, nuestro primer valor casi siempre es la
familia, por encima de Jesús y de la fe.
Nos quedamos con esas
frases del evangelio y nos decimos que son demasiado para nosotros. Solo unos
pocos “elegidos” son capaces de renunciar a tanto. ¿Cómo vamos a preferir a
Jesús por encima de nuestros propios padres, hijos o esposos? El seguimiento a
Jesús es para los curas, los religiosos o los misioneros, no para mí.
Pero Jesús añade algo que
seguramente se nos pasa por alto: para seguirle también hay que posponerse… ¡a uno
mismo! Y ahí tenemos la clave: quien vive para sí no puede seguir a Jesús. Ante
Dios no valen las idolatrías: se le adora a él, o se adora a otro. Y ese otro
casi siempre es uno mismo. Cuando yo soy el centro de mi vida, todo cuanto gira
a mi alrededor es importante siempre que me aporte algo. Muchas veces valoramos
la familia por las ventajas y la seguridad que nos aporta: nos hace sentirnos
importantes, arropados, queridos, necesarios; nos protege y da buena imagen
ante el mundo…
Jesús no engaña a sus seguidores. No les promete éxito fácil ni complacer los deseos del ego. Les pone la comparación del hombre que calcula sus gastos y el general que mide las fuerzas de su ejército y del enemigo. Si queremos seguir a Jesús hemos de darlo todo y estar dispuestos a todo. Necesitamos desprendernos del afán posesivo, de cosas y de personas. Esto significa que centro mi vida, no en mí mismo, sino en él. Me “des-centro” y me vuelco en amar al otro. Porque amar a Jesús y amar al prójimo son sinónimos. Si me pospongo a mí para seguirle, no debo temer. No sólo amaré a Dios; amaré a los demás sin condiciones, y amaré mucho mejor a mi familia y a mis amigos si dejo de vivir centrado en mí. Porque lo primero que me pedirá Dios será, justamente, que ame al prójimo como Jesús nos amó. Con un amor bueno, sano, entregado, generoso, y no posesivo o condicionado por mil cosas, como suele suceder.
¿Es imposible? Si lo intentamos solos, quizás sí. Pero no estamos solos. Cada uno lleva su cruz, pero la cruz más pesada la lleva Cristo. Él camina con nosotros, él nos ayuda y nos alimenta con su pan.
2022-08-26
El que se enaltece será humillado
22º Domingo del Tiempo Ordinario - C
La semana pasada Jesús
decía que muchos últimos serán primeros. Hoy las lecturas nos proponen este
«mundo al revés» que parece desvelarse en la Biblia hebrea y en los evangelios.
Un mundo donde los humildes son enaltecidos, donde se premia la pequeñez y la
sencillez. Un mundo donde los invitados al banquete son los pobres que no
pueden corresponder. Un mundo donde los «importantes», los ricos y los soberbios
no caben. Un cielo donde millares de ángeles hacen fiesta con los pobres, las
viudas, los huérfanos, los desposeídos de la tierra. Ellos son los primeros en
el banquete de Dios.
¿Es que Dios alienta la
pequeñez, la miseria y el dolor, como denunciaban los filósofos de la sospecha
y los vitalistas ateos? ¿Es el cristianismo un consuelo para mediocres y fracasados?
¿Una religión victimista y resentida contra los que buscan la grandeza? Esta
preferencia de Dios por los pobres ¿no será una forma de enemistad contra el
desarrollo del potencial humano?
Cuando leemos un trozo de
los evangelios o de la Biblia no podemos aislarlo del resto, pues podemos
correr el riesgo de no comprenderlo bien. ¿Cómo Jesús, que no dejó de aliviar,
curar y consolar, puede representar a un Dios que ama lo miserable, lo ruin y
lo enfermo? No, no es así. Dios quiere dignificar al ser humano y darle vida
para que florezca en su esplendor. Al mismo tiempo, es tierno y compasivo como
una madre, de ahí su especial predilección por los más débiles y sufrientes.
Dios no puede soportar el dolor: Jesús se apiada de los que más padecen. Y
aunque las personas que sufren no puedan devolvernos jamás el favor o la ayuda
prestada, Jesús nos insta a que las atendamos y les abramos las puertas de
nuestras casas e iglesias. Ellos son los primeros invitados al banquete del
reino. Quizás serán, también, los que más agradecidos se sentirán, pues no tienen
nada y lo reciben todo.
En cambio, la Biblia nos
previene contra la actitud arrogante del cínico o del que se cree grande y
merecedor de todo: honor, reconocimiento, primeros puestos en los banquetes…
Cuántas veces nos peleamos por estar en primera línea, por «salir en la foto»,
porque nos cuelguen medallas o reconozcan lo que hacemos. Incluso en nuestros
servicios pastorales, en las parroquias, no estamos exentos de la tentación
vanidosa. El libro del Eclesiástico dice que la herida del cínico es de mal
curar. Porque el cínico, en el fondo, es el que se basta y se sobra, nadie
tiene que enseñarle nada. Es impermeable al consejo del sabio, pero también al
amor y a la compasión. No necesita nada y acaba aislado en su orgullo,
lamiéndose sus heridas en la más completa soledad.
Jesús nos previene. La
humildad, donde uno reconoce sus límites y nadie se erige por encima de los
demás, es un camino seguro hacia el reino de Dios. Y san Pablo habla con
imágenes muy bellas de cómo será el banquete celestial: «ciudad del Dios vivo,
Jerusalén del cielo… asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo».
2022-08-19
Últimos que serán primeros
21º Domingo Tiempo Ordinario - C
Isaías 66, 18-21
Salmo 116
Hebreos 12, 5-7. 11-13
Lucas 13, 22-30
2022-08-12
He venido a prender fuego...
20º Domingo Ordinario - C
Jeremías 38, 4-10
Salmo 39
Hebreos 12, 1-4
Lucas 12, 49-53
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